Maderas que viven
Reveladora muestra del escultor ruso Stefan Erzia, en el Museo Fernández Blanco, con obras procedentes de colecciones privadas. La singular iconografía de Aldo Severi
Con el auspicio de la embajada de Rusia que preside el embajador Evgeny Astakhov y su esposa Elena, y con la curaduría de Ignacio Gutiérrez Zaldívar se presenta esta importante muestra de esculturas de Stefan Erzia, un maestro ruso que vivió 23 años en la Argentina.
Stefan Dimitrievich Nefedov nació en 1876 en Baiervo, 600 kilómetros al sudeste de Moscú. En los comienzos de su carrera de artista adoptó el nombre de Stefan Erzia, en honor a la etnia a la que pertenecía.
La suya era una familia modesta de campesinos (mujics) y sus primeros años trabajó como carpintero, junto a su hermano mayor. Su talento despuntó temprano y fue así como ingresó en la Academia de pintura, arquitectura y escultura de Moscú, donde tuvo entre otros de profesor al notable escultor ruso Pablo Troubetzkoy, su más importante influencia.
Después de una estada en Italia, recaló en París hasta la guerra del 14 cuando volvió a Rusia, desempeñando importantes cargos en la enseñanza. Luego retornó a París donde tuvo entre otros mecenas a Antonio Santamarina. Allí conoció al presidente Alvear y fue invitado a exponer en Buenos Aires. Su visita a nuestro país, que programó como corta estada, duró 23 años. La explicación de este raro fenómeno habremos de encontrarla en su descubrimiento del quebracho y el algarrobo como el material que mejor se avenía a los dictados de su inspiración. En sus propias palabras: "La madera vale más que el mármol y la piedra. La madera ha estado viva una vez, ha crecido, ha tenido sangre en sus venas. El escultor la trabaja y no siente el frío de la cosa inerte, sino la cálida sensación de lo que vive. El escultor se limita a hacer perdurable su propia vida".
Erzia confesó que veía en las vetas de la madera las figuras que plasmaba, del mismo modo que pueden imaginarse figuras en las nubes.
Fue esa fascinación con nuestras maderas la que lo atrapó por más de dos décadas. Su respeto por este material signó su estilo donde las figuras a menudo se insinúan a medio salirse de la madera y sus raíces. Erzia establece un contrapunto entre su propia visión creadora y la que le brinda cada madera. Estilo maravilloso que lo emparienta con algunas obras de Miguel Angel, pese a ser considerado por algunos como el Rodin ruso.
En 1950, Erzia retornó a Moscú donde murió en 1959 con el escoplo en la mano. Esta muestra está acompañada por un lujoso libro, rico en reproducciones, escrito con erudición y agilidad por Ignacio Gutiérrez Zaldívar, gracias a un Comité de honor cuya generosidad lo hizo posible.
(En el Museo Fernández Blanco, Suipacha 1422, hasta fin de mayo.)
La vida es crecimiento
Son pocos los artistas de cualquier época que pueden jactarse de llegar a todo el público, así los de la platea como los del gallinero. Pienso en un Shakespeare, en un José Hernández, en un Quinquela Martín, en un Aldo Severi. Para los sofisticados de la platea resulta sospechoso cuando el gallinero aplaude. Los populistas del gallinero dudan del aplauso sofisticado. Es que abarcar ambos públicos supone abarcar anímicamente ambos mundos, esto es, a todo el mundo
Leía que una performance reciente convocó a 400 voluntarios para trasladar un montículo unos centímetros de un lado a otro. Mirando las obras de Severi pienso que si quisiese hombrear una montaña sería capaz de mudarla de lugar.
La verdadera y mayor fuerza es la fuerza espiritual, la más difícil de alcanzar; implica talento y además carácter, lo que supone capacidad de sacrificio, una voluntad férrea para asimilar lo vital en sus más amplias manifestaciones. Lo dijo el Maestro: "Soy el camino, la verdad y la vida". Vida es lo que hay en estas orquestas típicas, en estas parejas milongueando, en ese billar de paño verde.
En esta oportunidad Severi trabaja en dos gamas; hay toda una serie de paleta baja: negros, blancos, grises y ocres y en la otra acude a rojos y verdes sin omitir el amarillo. En todos los casos, Severi nos deslumbra por la potencia de sus imágenes, dóciles para la reciedumbre del dibujo, que como lo querían Ingres y Van Gogh son probidad y sostén de la mejor pintura. En cada muestra, Severi parece haber agotado sus fuerzas expresivas y en cada nueva instancia vuelve a sorprendernos con una nueva vuelta de tuerca.
Sabemos que el maestro lleva una vida apartada en Quilmes, muy bien acompañado por su mujer. Ya lo dijo Braque: "Chaque artiste ˆ sa cage" (Cada artista en su jaula). Para Severi no existen interrupciones a su tozudo trabajo. Pinta de día y pinta cuando duerme; solamente así se puede alcanzar esta estatura del gigante que no se olvidó de crecer.
(En galería Palatina, Arroyo 821, hasta el 19 de mayo.)