Marcos López: "Me he convertido en una especie de predicador"
Cansado del pop latino, critica la hipercomunicación y se define como decorador de interiores; "si hay que ir a un cóctel, voy; el arte es mi trabajo"
Esta es una entrevista en dos momentos. El primero, en diciembre pasado, cuando todavía retumbaban en los ojos los hechos violentos de las manifestaciones frente al Congreso y esta muestra, "In-Continente", era apenas un proyecto en el calendario del año que viene. El otro momento fue la tarde previa a la apertura de la exposición de Marcos López en la galería Rolf Art, hace exactamente una semana.
En los dos meses que mediaron entre estas conversaciones, el artista fue gestando una exhibición que, como ya es costumbre en él, lo encuentra produciendo obras en forma simultánea con el proceso de montaje; su equipo, la galerista y demás colaboradores emprenden así una carrera contra el tiempo que se convierte en energía creativa y que puede modificar obras aun la misma tarde del opening.
Primer momento: Marcos, en su casa, acaba de levantarse de una siesta. Se repantiga en un sillón y contesta preguntas.
-¿Cómo te parás frente al fenómeno de la hipercomunicación virtual en que vivimos?
-Me despierto a la mañana, veo una luz que me gusta. Agarro una mandarina, le clavo un cuchillo y le arrimo un pajarito chino picando. Hago una foto y la subo a Instagram. Eso me corre por cinco minutos de mi angustia existencial. Estoy vivo, me voy a morir, mis padres están grandes, me pregunto a dónde nos lleva la economía, para qué vivo... en fin. En Instagram uno les dice a los demás: "Acá estoy, no se olviden de mí. La vida no es tan horrible". Creo que todo va para mal con la hipercomunicación. No tiene sentido. Yo a mis alumnos les digo: "Respiremos, tomemos nuestras manos y cantemos. No hagamos fotos, cantemos y vayamos hacia el amor". Me he convertido en una especie de predicador.
-Tu trabajo "Pop Latino" fue interpretado como una crítica a la era menemista. ¿Te considerás un artista político?
-Prefiero llamarme decorador de interiores. Porque si vas a la Bienal de Venecia, donde están todos con Gucci, ¿qué vas a denunciar? En el mundo del arte funciona muy bien el oportunismo, como en la moda. Me pregunto: ¿cuál es el compromiso del señor Cartier o del señor Getty con los inmigrantes que llegan a Italia y se mueren por miles por semana en las barcazas? Yo interactúo con el mundo del arte porque tengo un ego importante. Si no, me tengo que hacer monje budista y exiliarme en las sierras de Córdoba a meditar. Si hay que ir a un cóctel, voy porque tengo que pagar la luz y el gas. El arte es mi trabajo. Tengo un escasísimo margen de libertad y me gano la vida desde un lugar de cierto escepticismo. No me creo la del arte político. Todos son círculos de curadores que buscan tendencias: "Necesito un provinciano acomplejado y resentido, con cierto humor, que hable mal inglés. Ah, ¡entonces pongamos a Marcos López!"
-¿Dónde está el verdadero arte?
-El otro día me escribe en Facebook una maestra de niños de 5 años en Mar del Plata para contarme que los chicos habían hecho un cuento sobre el pato y el lobo [dos personajes emblemáticos en la obra de Marcos López]. Me tomé un colectivo, alquilé una casa de 400 pesos, porque no tengo plata, y me fui a filmar a esos chicos con su maestra. Eso es tener compromiso con el otro, con una comunidad y en total anonimato. Mis respetos a esa maestra. Si me tengo que tomar un Jack Daniel's con Marina Abramovich, está todo bien. Pero... ¿cuánto gana esa maestra de Mar del Plata? ¿Cuánto valen el cariño y la responsabilidad sobre la salud emocional de esos chicos?
Segundo momento: son las cuatro de la tarde del martes 20 de marzo, faltan menos de veinticuatro horas para la inauguración de "In-Continente". Marcos López no llegó todavía a la galería. Su equipo ocupa literalmente todas las paredes disponibles. Las obras se desparraman en el piso esperando ubicación. Cuando llega, lo primero que dice López es: "Lo sacamos a Macri. Macri no va". Todos se dan vuelta hacia él, incrédulos. En un ángulo de la sala, un Mauricio Macri de plástico, hecho a escala humana, observa sentado sobre una tumbona; tiene los pies desnudos, dentro de una palangana roja. Detrás, sobre dos paredes enteras, del piso al techo, se despliega la Suite bolivariana, una de las obras más controvertidas, donde asoman los grandes líderes políticos latinoamericanos de la última década, más nuestros próceres más importantes. El equipo detiene el trabajo y se improvisa una breve asamblea en la que todos opinan. López se distrae y nos muestra su Altar de santos, obra en colaboración con Yanina Moroni. "Le quiero agregar un ángel, que estaba por algún lado, y esta foto de mi papá, que falleció hace unos meses".
-¿Tenés un método para trabajar todos los días?
-No, ninguna metodología. Si voy a ordenar los negativos blanco y negro y, cuando voy hacia la caja, encuentro un lápiz, me pongo a dibujar, en el medio hago una foto para Instagram, enseguida sigo escribiendo el prólogo para un libro sobre la patria que todavía no se escribió. Se me ocurren cincuenta ideas en diez minutos. Entonces tiene que venir alguien a decirme: "No no, Marcos, los cocodrilos colgados en la galería de arte no, que se van a quejar de la Sociedad Protectora de Animales". Ese alguien que me ordena es el que pone la plata. El que pone la plata es el que manda.
-¿Vos sos o te hacés el Marcos López?
-Ahora estoy teatralizando un personaje de Marcos López, que es a la vez Marcos López y que se genera en un espacio escénico como puede ser el living de mi casa. Soy como Calabró o Juan Verdaguer, un actor cómico que vive del aplauso de su público. Actúo en esta efervescencia teatral. El psicólogo me dice: "Marcos, dejá al provocador afuera y en tu casa encontrá un refugio". Así que soy, me hago y me parezco en mi desesperada soledad.
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