Palabra de artista: Alberto Greco, el escritor menos pensado
Funny Face del director Stanley Donen se filmó en 1957 y se conoció en toda Iberoamérica como La cenicienta en París. La "cenicienta" no era otra que la icónica Audrey Hepburn, cuya fragilidad define la época en un trazo, y su partenaire nada menos que Fred Astaire, el bailarín acróbata de Hollywood. En los créditos de la película no hay mención alguna pero entre los extras aparece un ¿actor? argentino. Son unos diez segundos en los que va del primer plano al fondo de la escena el rostro joven, barbado, de Alberto Greco. Es posible que haya terminado en el cásting a partir de su vinculación para la casa Christian Dior en la que se había empleado como dibujante free-lance. Como fuera, su paso en el cine, el único registro filmado que hay de él, no quedó registrado aunque Greco vivía ya en esos años en una película que iba a terminar como todas, con la palabra "Fin" solo que escrita en su brazo en el último acto: su suicidio en Barcelona el 12 de octubre de 1965. Cincuenta y cinco años este mes.
En París, antes, Greco había sido llamado "Cristo del agujero sucio". Se lo puso una enana con la que tuvo una escena bizarra de sexo en el baño de un bar. No es una de las tantas leyendas que cuentan de Greco quienes lo conocieron mucho (se cuentan vivos con los dedos de una mano: Marta Minujín, Dalila Puzzovio, Luis Wells, Alfredo Arias, Yuyo Noé) sino que él mismo lo describe en uno de los textos que forman parte de La aventura de lo real, el libro con el que Galería del Infinito reunió sus escritos, que desbordaban el papel para entreverarse en la pintura, para situarlo en una perspectiva de narrador. Acaso la primera vez desde que él mismo editó en 1950 el librito de poesía "Fiesta", una edición artesanal de 150 ejemplares. Salvo por su intención de que se publicara el manuscrito Besos Brujos (1965), desde 2018 en el acervo del MoMA de Nueva York, nada de lo que aquí se ajusta al formato de libro fue pensado así en su momento. Paula Pellejero, directora del filme "Alberto Greco, obra fuera de catálogo", sistematizó junto con su hermano Eduardo este material que pone a un mismo nivel sus escritos artísticos (el fundamental manifiesto "Vivo Dito", por caso) con su correspondencia, anotaciones casuales y cuadernos, bitácoras, que forman parte del archivo Greco en el Museo Reina Sofía de Madrid, la Fundación Espigas de Buenos Aires, colecciones privadas y el material que la galería ha ido adquiriendo en los últimos quince años a medida que "se fue ampliando cada vez más lo que se considera obra". Dice así Julián Mizrahi, director de Del Infinito, porque el interés por Alberto Greco ha crecido al punto que su producción no distingue entre pinturas informalistas y un sobre de correo intervenido o una fotografía de una acción suya. Su indistinción entre arte y vida, leit motiv de la neovanguardia de los 60, hizo que a la vuelta de la historia todo rastro de su fantasma se fetichice. El Greco escritor, sin embargo, no es una especulación sino una realidad. El enorme trabajo de Pellejero, que tuvo que ser asistida por un perito calígrafo para legitimar algunos manuscritos, abre los ojos sobre un narrador en llamas al que nunca le interesó formar parte del sistema literario. No es solo que Greco se expresaba en su caos vital sino que era capaz de dar cuenta de relatos sólidos en los que, por momentos, sintoniza con la ola beatnik al punto de citar el comienzo de "Aullido", el poema de Allen Ginsberg, cuya primera traducción al español fue hecha en Buenos Aires por Leandro Katz para la revista literaria Airón. En una reflexión autobiográfica sostiene "Pobres de aquellos que una gota de locura no toque en su corazón". No está para nada lejos del monólogo inicial de Jack Kerouac en En el camino.
Es así, Greco escribe lo que vive y consigue, en sus cuadernos, una radiografía cruda del underground gay de París en la segunda mitad de los 50. Su caso no era el de un artista que mantenía su vida secreta, todo lo contrario, pero aquí aparecen destellos de la intimidad de su leyenda. Detalles escatólogicos de orgías y de las costumbres sexuales de "viejos" a la caza de hombres jóvenes son revelados con el acerado trazo de un cronista de la sordidez. Si en Besos Brujos, cuya transcripción es valiosa pero pierde energía fuera de su formato imposible de novela-cuadro, parecía adelantarse a Manuel Puig aquí, en sus cuadernos, anticipa la literatura secreta de Opium, el grupo de anti-poetas del bar Moderno del que también fue habitué mientras estuvo en Buenos Aires. Así, la descripción de sus días parisinos hubiera podido dar lugar a un ejercicio de cinema verité como fue la película de culto Tiro de Gracia (Ricardo Becher, 1969) basada en la única novela del poeta y modelo Sergio Mulet. Aunque es difícil imaginar que textos como el "Cuaderno Centurión" o el "Cuaderno Roma" hubieran sido considerados publicables a principios de los 60 en Buenos Aires. Si antes había que encontrar en Greco la chispa que adelantó el pop, el happening y la performance en Argentina, ahora, a partir de este pasaje suyo al libro, habrá que ponerlo también en perspectiva con Osvaldo Lamborghini o Néstor Perlongher. En una genealogía literaria, al fin.
Pellejero advierte en la introducción sobre el carácter "fabulador" de Greco pero al leerlo ya no se trata de separar verdad del (auto) mito porque importa tanto lo que cuenta cómo la forma en que lo hace. Greco tiene, además de pulso, oído de escritor. Es capaz de editar lo que escucha y condensarlo en diálogos como este:
-Tenés una paleta para prestarme.
-No tengo, uso de paleta el bidé del hotel.
En el "Cuaderno de Roma" presenta una suerte de encuesta interrumpida por anotaciones diversas (los textos nunca son lineales) que se asemeja al estilo documental de Tire Die de Fernando Birri solo que el tema no es la pobreza en Santa Fe sino las "marchettas" (prostitución) en la Piazza di Spagna. En el proceso de investigación para este libro los de Galería del Infinito dieron con otro descubrimiento: las 24 fotos inéditas de Alberto Greco que están en el archivo Claudio Abate, el fotógrafo que acompañó el desarrollo del arte povera en Roma. Entre ellas las de la obra Cristo 63, una pieza de "teatro laboratorio" por la que terminaron expulsándolo de Italia. Si bien el hallazgo abre una nueva puerta al coleccionismo (y añade otra pieza al rompecabezas Greco) hay un detalle que lo vuelve todavía más increíble: los negativos de las fotos del escándalo teatral siguen en poder de la policía de Roma, cincuenta y siete años después.
Algunos de estos escritos se habían publicado antes en el catálogo de la gran muestra de Greco que el IVAM de Valencia hizo en colaboración con Bellas Artes en 1992. Esa investigación pionera del español Kiko Rivas no solo es rara de encontrar sino que los textos allí se mezclan con los testimonios y es difícil leerlos así como Pellejero los puso ahora. La edición ayuda a encontrar dos marcas de fuego en el loop arte-vida de Greco. El odio a su madre y la aparición del poeta chileno Claudio Badal de quien enloqueció de amor al punto de matarse. Escribe: "Mi madre, totalmente neurótica, había elegido la sordidez de esa casa vieja para olvidarse de ella misma, de la pintura de sus labios, del arreglo de sus cabellos, y duplicarse la edad por miedo al abandono personal". Y después: "Ya estaba pensando en Claudio (sería el único rostro que por mucho tiempo me gustaría recordar). No está gastado, pensé. Aún tiene aire libre en el rostro. Un aire puro y verde, parecido al que crece alrededor de los árboles solos". Luego aparece en su vida, en su escritura, la enana parisina que lo llama "Cristo del agujero sucio" después de practicarle sexo oral en el baño. La prostituta señaló su camino, al fin: cargaría la cruz del amor no correspondido.
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