Retrato de un poesta
EL CRISTO ROJO Por Daniel Calmels (Topía)
EN diciembre de 1970, luego de 28 años de internación, murió en el hospital Borda el pintor, poeta y violinista Jacobo Fijman. Poco tiempo antes había escrito: "Y esto no es ambiente para la poesía. Hasta ella se espanta en este sitio. Sí. Estoy aquí de paso. Veintiocho años que estoy de paso".
No menos patética que la de Artaud, Van Gogh o Camille Claudel, la historia del autor de Molino Rojo (1926) continúa cautivando y siendo materia de análisis y admiración.
Abordado antes por Leopoldo Marechal, Abelardo Castillo, Enrique Molina, Juan-Jacobo Bajarlía, Vicente Zito Lema, Aldo Pellegrini y Gustavo Fontán, entre otros, Fijman es pensado y retratado ahora por Daniel Calmels. Este escritor e investigador de las temáticas del cuerpo no alcanzó a conocer a Fijman y se siente, por eso, "liberado de la coartada del testimonio, de toda exigencia de condensar las vivencias en anécdotas". Acepta el desafío de saber que su material de trabajo no es Fijman mismo sino la esencia de Fijman: sus relatos, sus poemas, sus dibujos, las entrevistas que concedió.
Tres capítulos componen el libro. En el primero, Calmels narra el encuentro con los originales del poeta y el contexto de ciertas circunstancias que confirmaban a Fijman como "el más ausente". Este capítulo es una demostración notable de cómo la sugerencia puede contener una fuerza que lo explícito no alcanza.
La gestualidad y lo postural configuran, en esencia, el tema de análisis del segundo capítulo. Calmels se basa en el desarrollo teórico de Sara Paín, para la que el cuerpo es un intermediario entre el organismo y el psiquismo, concepto que, como apunta el propio autor, "viene a desbaratar el dualismo clásico, constituido por la Psiquis y el Soma". Así, Calmels analiza la "fijación obsesiva" que Fijman tenía con el cuello y la cabeza, obsesión representada en sus dibujos, en los que se observa una marcada ausencia de pies y de piernas, de manos y de brazos. "Sólo la cabeza -dice Calmels- y una parte del tronco resumen la corporeidad." El trapecio, o "músculo de la tristeza", como los anatomistas lo llaman, es aquel que incide en el mantenimiento de la cabeza erguida. Calmels observa que en los dibujos de Fijman las figuras tienen, predominantemente, la cabeza inclinada. "Fijman da a ver la infinita soledad, la tristeza, la desesperanza." Lo enunciaba sin dilaciones: "la mayoría de los dementes tienen la médula desviada". Esta postura, dice Calmels, ni siquiera puede atribuirse a la pasión de Fijman por el violín, ya que en sus dibujos la ausencia del instrumento y de los miembros superiores ubica esa actitud corporal en el contexto de una posición de pasividad. A este análisis, Calmels agrega otro, más notable aún, de la caligrafía de Fijman. Advierte en ella la propensión del poeta a no seguir una recta horizontal sino a escribir sobre una línea imaginaria de forma ondulante, similar a la escritura musical en el pentagrama.
En el tercero y último capítulo, despliega una rica y detallada cronología de la vida de Fijman y de los veinticinco años que siguieron a su muerte.
El libro se completa con el valioso aporte de dibujos y poemas inéditos y con un prólogo de Bajarlía.
La mayor virtud de Calmels ha sido plasmar un cruce de registros y miradas, un punto en el cual convergen lo poético, lo científico, lo histórico y, en algún sentido, lo filosófico-religioso.
A excepción del segundo capítulo, donde Calmels reflexiona, el libro guarda un silencio sagrado ante los hechos, transforma este material en algo único, esencial y, por eso, vasto, siempre abierto a nuevas lecturas.
Este año, El Cristo Rojo, recibió, no casualmente, la Faja de Honor de la SADE. (219 páginas).
Diego Bagnera
(c) LA NACION
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