T. E. Lawrence, profeta de Irak
El autor de Los siete pilares de la sabiduría fue un activo agente de la política inglesa que, a principios del siglo XX, favoreció el surgimiento de los nacionalismos árabes. Sin embargo fue el primero en denunciar las atrocidades británicas. Sus juicios sobre lo que podría ocurrir en lo que hoy es el Estado iraquí parecen terribles presagios de la situación actual
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"El pueblo de Inglaterra ha sido llevado, en Mesopotamia, a una trampa de la cual será difícil escapar con dignidad y honor. Se lo tiene engañado con un persistente ocultamiento de la información. Los comunicados desde Bagdad están atrasados, son incompletos, carentes de sinceridad. Las cosas son mucho peores de lo que nos dicen, y nuestra administración mucho más sangrienta e ineficiente de lo que se sabe... Tal vez esta inflamación pronto sea demasiada para una cura ordinaria. Hoy, no estamos lejos del desastre". Este análisis, de ominosa vigencia, no pertenece a ningún cronista de nuestros días. Lo escribió en 1920 uno de los ingleses que mejor conoció el Medio Oriente, T. E. Lawrence.
Culpable de ilusión
La obra de T. E. Lawrence -fallecido el 15 de mayo de 1935- ha quedado comprensiblemente oscurecida por el aura de leyenda, en buena parte autogenerada, que lo rodea. Sin duda, la crudeza autobiográfica de la obra cumbre de "Lawrence de Arabia", Los siete pilares de la sabiduría , contribuyó a este estado de cosas. Su apasionado y minucioso análisis político y militar del trágico escenario de Medio Oriente, a pesar de su profundidad y de su sorprendente vigencia, es menos impactante que el relato en primera persona de las crueles emboscadas con explosivos, la torpe ejecución por propia mano (temblorosa por un ataque de disentería y por la fiebre alta) de uno de sus seguidores árabes o su propia captura, tortura y violación a manos de los turcos en la ciudad de Deraá.
La contradictoria figura de Lawrence, muerto en un accidente de moto (vehículos que mandaba construir, bajo su propio diseño, con motores cada vez más poderosos), ejerce una fascinación perdurable y horrible. Lawrence, el erudito filólogo, traductor de la Odisea , brillante cronista militar, es un intelectual convertido en hombre de acción, y que, ante lo irrevocable, se arrepiente del terrible camino elegido: "por propia elección, nos vimos vaciados de moralidad, de volición, de responsabilidad, como hojas muertas en el viento... lo que hoy parece desaforado o sádico parecía en su momento inevitable, o simple rutina sin importancia". Y ruega a los lectores que, atraídos por el encanto de lo extraño ( the glamour of strangeness ), "no vayan a prostituirse, ellos y sus talentos al servicio de otra raza".
Lawrence no ahorró diatribas para con las fuerzas armadas de su país. The Mint , en el que relata el día a día de su vida en la Royal Air Force, no fue publicado hasta 1950 por expresa indicación del autor, debido al descrédito que arrojaría sobre la conducción de esa rama de las fuerzas armadas. Pero vivió por y para la vida castrense. Al retirarse del servicio activo que protagonizó como asesor de las tribus árabes, enfrentadas a los turcos durante la Primera Guerra Mundial, huyendo de la notoriedad (de la cual decía abominar, pero que cultivaba con entusiasmo), se enroló con nombre supuesto como soldado raso en la Royal Air Force. Al ser descubierta por la prensa la verdadera identidad de "John Hume Ross", Lawrence volvió a sumergirse en la oscuridad de la vida militar: como Thomas Edward Shaw se enroló en el Cuerpo de Tanques por un breve período. Volvería a la RAF al poco tiempo y allí permaneció hasta su retiro en marzo de 1935.
Arqueología y espionaje
Lawrence había comenzado su carrera en el mundo árabe con una tesis doctoral sobre los castillos de los cruzados, para la cual realizó sus relevamientos en interminables caminatas por Siria y Palestina. Después, participó como arqueólogo asistente del Museo Británico en la excavación en las ruinas de Carchemish sobre el Eufrates, cerca de la actual frontera sirio-turca. Fue entonces cuando, escribe Lawrence, al no tener dinero ni por consiguiente otra forma de viajar que no fuera a pie, sus notables condiciones de lingüista, unidas al detallado conocimiento de la vida local que le dieron sus excursiones, lo hicieron compartir la mentalidad árabe de una manera tal vez única entre sus compatriotas.
Cuando estalló la Primera Guerra el joven prodigio revistó en el cuerpo de inteligencia en El Cairo. Su posterior papel en la revuelta árabe contra el dominio turco -inspirada y financiada por Inglaterra- es bien conocido. A pesar de su apasionada adhesión a la causa de la autodeterminación árabe, T. E. Lawrence perteneció a la larga y distinguida -o infame- línea de agentes de inteligencia militar ingleses en el mundo musulmán a la que pertenecieron hombres como Sir Henry Pottinger, protagonista y cronista de la primera penetración inglesa a Afganistán, y, por supuesto, Richard F. Burton, cuyo viaje a la Meca, disfrazado como peregrino, a mediados del siglo XIX, contribuyó a la incorporación del mapa de Arabia al tablero inglés.
Contra los opresores turcos
A la luz de los acontecimientos actuales, es especialmente interesante la visión de T. E. Lawrence sobre el surgimiento de los nacionalismos en el mundo árabe. Los siete pilares de la sabiduría abunda en coloridas descripciones de las etnias del Medio Oriente. Los sirios, dice Lawrence, poseen "una ruidosa facilidad" y son "una raza simiesca en sus poderes de imitación, con algo de la velocidad, aunque sin la profundidad, de los japoneses". Según Lawrence, el mundo árabe (que abarca los actuales estados de Siria, Irak, Jordania, Arabia Saudita y los emiratos árabes) carecía por completo de una idea de nacionalidad. Pero el surgimiento de la revolución nacionalista que reemplazó en Turquía a la antigua estructura del estado otomano y la pesada mano de los turcos sobre sus vasallos árabes hicieron que éstos, apropiándose del lenguaje político de sus opresores, trazaran los primeros cimientos de una idea nacional.
Tras la dura represión turca contra Ajua, la primera sociedad secreta de oficiales árabes -nominalmente al servicio de los turcos pero en realidad comprometidos para su destrucción- mutó en otra organización más secreta y más radical. La nueva entidad era conocida como Ahad : una hermandad conjurada para hacerse con los medios y tecnologías de los turcos opresores y eventualmente emplearlos en su contra. Ahad está compuesta, escribe Lawrence, por un setenta por ciento de oficiales nacidos en la Mesopotamia. No sólo los militantes de Ahad , sino la mayoría de los jefes de guerra sirios y mesopotámicos (hoy diríamos iraquíes) veían la alianza con los ingleses como una herramienta temporal en su lucha para ser comunidades árabes independientes gobernadas desde Damasco y Bagdad.
Estos movimientos nacionalistas fueron activamente estimulados por el Imperio Británico para ganar terreno ante los turcos. A diferencia del caso de Irán, donde se había descubierto petróleo a comienzos del siglo XX (la adopción del fuel-oil por la Armada Británica como único combustible a partir de 1912 fue un hito en las políticas intervencionistas de Inglaterra en el Asia Central), se suponía que economías pastorales y agrícolas como las que primaban en el mundo árabe mal podían desarrollar políticas de enriquecimiento y formación de estados potencialmente peligrosos. Para T. E. Lawrence, los actuales Siria e Irak eran "débiles en recursos naturales [...] y, sin minerales, jamás podrían hacerse fuertes con armas modernas. De no haber sido éste el caso, tendríamos que haberlo pensado dos veces antes de evocar, en el centro estratégico de Oriente Medio, nuevos movimientos nacionales de tan abundante vigor".
Plegarias atendidas
Ya retirado de la escena árabe, en 1920 Lawrence fue horrorizado testigo de las consecuencias de la intervención inglesa en los asuntos árabes. En un artículo para el Sunday Times , deplora la actuación de las autoridades inglesas en Bagdad: "Nuestro gobierno es peor que el viejo sistema turco. Ellos mantenían un cuerpo de catorce mil conscriptos locales y mataban un promedio anual de doscientos árabes. Nosotros mantenemos noventa mil hombres, con aeroplanos, carros blindados, buques de guerra y trenes acorazados. Hemos matado a unos diez mil árabes en el alzamiento de este verano".
Tras su apasionada denuncia de la política británica hacia Irak, Lawrence fue convocado como asesor por Winston Churchill, recién designado al frente de la Colonial Office. Desde ese puesto, participó en la designación de su antiguo compañero de campaña, el hachemita Feisal, como primer rey de Irak. El reinado de Feisal y sus descendientes se desarrolló bajo la celosa tutela del Reino Unido: la existencia de inmensas reservas de petróleo en la región-explotadas desde 1925 por la Iraq Petroleum Company- fue confirmada en 1927. A pesar de la permanente animosidad que despertaba la vigilancia colonial en las poblaciones locales, lo cierto es que durante la era de Feisal, un gobernante astuto y moderado, la tutela colonial británica no debió recurrir a los avasalladores medios de la primera fase del mandato. Cuando Lawrence murió en 1935, la mano del Imperio, aunque continuaba sacando el petróleo de Irak, ya no castigaba tan pesadamente a los iraquíes.






