Tolkien o Martin... Messi o Maradona
Apenas una saga de fantasía tiene éxito y sale de la cueva de nerds que la leían desde antes que fuera mundialmente conocida, surgen comparaciones obligatorias. En principio, ¿está al nivel de El Señor de los Anillos? Es una prueba difícil de pasar.
La obra de J. R. R. Tolkien es la saga de fantasía épica más importante de la historia. Todo está pensado y magníficamente llevado a cabo, desde el origen de ese universo hasta las relaciones entre razas y la geografía de la Tierra Media, el mundo donde viven sus aventuras Bilbo, Gandalf, Frodo y los demás. La historia es mágica en todos los sentidos de la palabra y está escrita de manera brillante. Sus descripciones tienen el poder de sumergirlo a uno en los lugares donde transcurre la historia y de hacernos sentir la angustia o la felicidad de los personajes, en carne propia.
Además, plantea un conflicto muy atractivo. Sauron, el enemigo, es un servidor del diablo, y tiene un ejército de seres corruptos, inhumanos y feos, contra el cual es necesario unir a todas las razas, lindas y dentro de todo humanas, para vencerlo. La bondad y la maldad se definen en esos términos, y es imposible no sentirse parte de los buenos (por supuesto, hay excepciones, como el corrupto senescal de Gondor, o Saruman, pero estos han sido corrompidos por el poder de Sauron), puesto que son mucho más parecidos a nosotros que los malos.
Pero es en este aspecto en que la saga de George. R. R. Martin es superadora. En Canción de hielo y fuego –la novela Juego de tronos es su primera entrega–, si bien existe la amenaza existencial de los Otros, los malos son tan humanos como cualquiera. O, mejor aún, no hay tal cosa como buenos y malos, sino personas crueles o bondadosas, egoístas o solidarias. Y odiamos o amamos a los personajes según sus acciones, en vez de su esencia.
Quien prefiera sumergirse en un mundo donde al final ganan los buenos, seguramente elija la genial obra de Tolkien.
A su vez, Tolkien nos lleva a identificarnos con personajes bellos y tenidos en alta estima por sus pueblos y familias. Martin, no. En Canción de hielo y fuego, los mejores son los deformes, los castrados, los bastardos, los exiliados, todos aquellos que experimentan la mirada de desprecio de quienes los rodean. Hasta se anima a desafiar el género, creando un personaje como Brienne, que está todo lo cerca que un personaje medieval puede estar de la transexualidad. Se imagina otro mundo, si se quiere más completo, definitivamente más humano y muchísimo más complejo.
Esto también se expresa en la forma en que ambos tratan el tema del poder, tal vez el eje central de la obra de Martin. Mientras que en la Tierra Media el poder es entregado sin conflictos a los legítimos herederos de la familia real, a partir del cumplimiento de una serie de símbolos y rituales, en Westeros esto no es así. La disputa es sangrienta y, pese a que nadie olvida el respeto al linaje, todos los personajes tienen clarísimo que es rey aquel que pueda derrotar, con sus ejércitos, sus dragones o su capacidad para tejer alianzas, a todos los demás contendientes.
Al final, ambas sagas resultan absolutamente necesarias. Quien prefiera sumergirse en un mundo donde al final ganan los buenos, para después vivir la vida tranquilos plantando papas en la comarca, bajo el reino de Aragorn, seguramente elija la genial obra de Tolkien.
Quien, en cambio, disfrute de verse reflejado en la crueldad y la empatía, meterse en discusiones sobre la naturaleza del poder, y ver morir a personajes que ama, casi como en la vida real, entonces, Canción de hielo y fuego, con su belleza, es lo que debe leer.
¿Messi o Maradona? ¿Es realmente necesario elegir?
Juan Tenembaum