Un americanista europeo
A un año de su muerte, una evocación de Libero Badii, que amalgamó en su obra lo regional con lo universal
Libero Badii era de origen italiano. Nació en Arezzo, en 1916. Pero la parte más divulgada de su obra lo entronca directamente con América, donde pasó gran parte de su vida con su familia, a la que dedicó varios de sus trabajos. Su afán por el arte no le impidió consagrarse al hogar junto a Alicia Daulte, su esposa, quien lo acompañó admirablemente. Vivieron con sus siete hijos en una espaciosa casa de Olivos, donde instaló su "Almataller".
Analizaba atentamente los temas de su trabajo, sobre todo, en los tiempos en que la figuración provenía de observar los modelos. Le interesaban por su sentido simbólico en la medida en que estimulaban su imaginación y concentraban la idea madre. Pero no se acercó a ellos para practicar un ilusionismo representativo. Se desprendía de las apariencias para acercarse a una estilización cada vez más abstractiva. Las formas envolventes del inglés Henry Moore y el despojamiento del rumano Constantin Brancusi no fueron ajenos a la absorción de estímulos que enriqueció su mirada con un sesgo cada vez más esencial y a caballo entre América y Europa. Recordarlo a un año de su muerte tiene el propósito de destacar el sentido continental de su labor.
Esencialmente fue escultor. Esa especialidad centró el eje de su acción, aunque practicó también otro tipo de manifestaciones artísticas. Se inició en el oficio cuando trabajaba en la marmolería de su padre, en Vicente López. Allí tallaba la piedra. En ese aspecto, mantuvo su vocación primera, aunque otros materiales se sumaron a su capacidad de darles forma, como el bronce o la madera. Tenía un sentido global de la escultura, que lo apartaba del modelador, capaz de llegar a un intimismo que registra hasta la impronta digital. Su concepción fue más contundente. Otra de sus pasiones fue la gráfica, a la que le destinó numerosas ediciones especiales, y, en las últimas décadas, cuando los años inhibieron parcialmente al escultor, se consagró a la pintura.
Como gráfico, cuando ya era un artista reconocido, presentó una antología retrospectiva que mostraba su contacto con la literatura, como lo hicieron en el Renacimiento quienes fomentaron la idea del artista total. No fue un intérprete puntual; sumaba su propia fantasía, sin ánimo descriptivo de ninguna naturaleza, a la del autor cuyo texto lo inspiraba. Tendía a captar la totalidad del escrito, más que tal o cual escena. Trabajó mucho con imágenes bidimensionales. Pero, como buen escultor, su pensamiento tendía a las dimensiones que tenían en cuenta el alto, el ancho y la profundidad. Todavía recordamos la exposición que hizo en sus últimos años en la vieja casona de Belgrano donde vivieron Valentín Alsina e Hilario Ascasubi, que en 1977 se declaró monumento histórico. Allí, donde ahora está su museo, expuso entre otras piezas un conjunto de pequeñas esculturas realizadas en papel metálico. Había además otros trabajos inéditos. Pero tal vez, metafóricamente, cuando decidió exponer esos "papeles" los ubicó junto a los que provenían de los envoltorios para los remedios que se vio obligado a tomar cuando a sus piernas les costaban trasladarlo.
Numerosas exposiciones nacionales lo mantuvieron en contacto con el público de Buenos Aires. Se presentaba, a veces, como escultor, en otros casos, como gráfico o como pintor. Por lo demás, estuvo en la parte histórica de la vigésima segunda Bienal de San Pablo, donde se lo distinguió con un gran premio, en 1971. Lo representaron ocho esculturas de conformación abstractiva y colorido exultante. Eran los famosos muñecos que había expuesto en el Instituto Di Tella, en 1968. Habían adquirido la notoriedad necesaria como para representar al país con una de sus voces privilegiadas. Tales trabajos adelantaban con su estructura y su policromía los óleos y las témperas que reflejarían en el plano sus imágenes posteriores. Como en las maderas, practicaba en ellas el lenguaje expresionista de colorido "fauve" que permitía, aun desde lejos, identificar sus obras.
Al año siguiente, su Ave Fénix fue emplazada en el Kennedy Center, en los Estados Unidos, y Civilización y Barbarie , adquirida para el Museo Middelheim, de Bélgica. Los antecedentes de la vocación por lo americano se manifestaron abiertamente un lustro después de haber egresado de nuestra Academia. En 1945 realizó un viaje por Bolivia, Perú y Ecuador. Al regreso se instaló en el fondo del taller paterno que le servía de vivienda, donde analizó y estudió los croquis de sus impresiones de viaje. Una concepción figurativa que se negó al pintoresquismo reflejaba, sobre todo mediante dibujos de línea, las imágenes que más le habían interesado. Apuntes técnicos y acotaciones específicas enriquecían con su letra los elementos en los que más reparaba su pensamiento.
A la vuelta, continuó con los bocetos y dibujos de tenor ligeramente académico que enriquecieron sus estudios del cuerpo humano. El sentido del volumen destacaba las formas. Viajero por un año (en uso de una beca), recorrió Francia, Italia y España. Fue así que, en 1948 y 1949, registró lo que más le interesaba de Europa, tanto como en el viaje anterior había registrado sus visiones americanas. Uno de los lugares finales en los que recaló fue Arezzo, donde había nacido.
Badii se radicó en la Argentina en 1927; veinte años después optó por la ciudadanía local.
Asistió a los talleres de José Fioravanti y Carlos de la Cárcova en calidad de ayudante para ganarse la vida, lo que, como de costumbre, no debe de haber sido fácil.
Concurrió a los salones nacionales desde 1949, aunque después, abruptamente, dejó de participar. Tal decisión inhibió sus posibilidades de obtener los grandes premios oficiales. Pero no le faltaron reconocimientos. Obtuvo el Palanza en 1959 y, entre otras distinciones, fue nombrado Caballero por el gobierno de Francia y miembro de número de nuestra Academia de Bellas Artes.
Para fines de este año, el Museo Nacional de Bellas Artes tiene planeada una exposición retrospectiva de su obra.
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