Un vendaval de energía y deseo de cambio
Por Giorgio Guglielmino Para LA NACION - Buenos Aires, 2010
"Los ascensores no deben arrinconarse como gusanos en el hueco de las escaleras; las escaleras, devenidas inútiles, deben abolirse y los ascensores treparse, como serpientes, a lo largo de las fachadas de los edificios. Casas de cemento, de vidrio, de hierro sin pinturas o esculturas sobre las fachadas, ricas sólo con la belleza congénita de sus líneas, altas y anchas lo más que sea posible."
Es suficiente este texto de Antonio Sant´Elia, escrito en 1914, para intuir la extraordinaria capacidad de visión de futuro que tenía el movimiento creado por Filippo Tommaso Marinetti. Parece evocar las Torres Petronas de Kuala Lumpur o el Burj Khalifa de Dubái, y podría haber sido publicado en una revista actual de arquitectura.
La misma creatividad excepcional demostraron los futuristas en varios campos, como ningún otro movimiento artístico hasta entonces. De las artes visuales a la arquitectura, de la literatura al diseño, del teatro a la publicidad, de la fotografía a la moda, no hay sector en el cual el heterogéneo grupo no haya incursionado, con un vendaval de energía, novedad y deseo de cambio. Sólo una enorme capacidad de imaginación nos permite entender hoy su efecto arrollador sobre la sociedad europea de hace cien años. Lo que impacta del futurismo no son simplemente los resultados de tanta creatividad que llegaron hasta nosotros, sino también las dinámicas que precedían el momento de la creación artística, que lograban reunir personalidades muy distintas. Como señala Giordano Bruno Guerri, "en muchos casos fue evidente la función de primogenitura del futurismo respecto de las vanguardias sucesivas: la importancia misma atribuida al grupo, a la unión militante, es una característica típicamente futurista, luego trasegada en los surrealistas. La voluntad de transformar la vanguardia en una expresión global, capaz de ejercer su influencia más allá del arte, fue heredada por muchas experiencias artísticas". Según el régisseur teatral alemán Gustav Hartung, "todos los movimientos de arte moderno del mundo tienen como padre espiritual al futurismo".
Mirar y estudiar el futurismo significa por lo tanto profundizar en la comprensión del mundo de hoy e intentar comprender cómo hemos llegado a ser lo que somos y cómo evolucionarán el arte y la sociedad contemporáneos, con la misma energía que encierran las palabras concluyentes del Manifiesto futurista de 1909: "¡Parados en la cumbre del planeta, nosotros lanzamos, una vez más, nuestro desafío a las estrellas!".
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