
Una carta de amor entre los discos
A veinticinco años de la muerte del brillante pianista, la artista germano-estadounidense Cornelia Brendel Foss habla del apasionado romance que vivió con el intérprete emblemático de las Variaciones Goldberg, por quien abandonó a su marido
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The New York Times
Hace veinticinco años, el 4 de octubre de 1982, cuando murió el brillante pero excéntrico pianista Glenn Gould, sus colegas fueron convocados para limpiar y ordenar el contenido de su atestado departamento de Toronto. Entre los frascos de píldoras vacíos y los discos apilados y desparramados, encontraron algo que no esperaban: una carta de amor.
"Estoy profundamente enamorado de cierta bella muchacha", había escrito el pianista. "Le pedí que se casara conmigo, pero me rechazó; aún la amo más que a nada en el mundo y cada minuto que puedo pasar con ella es una pura gloria... por favor, avísame cuándo puedo verla."
La destinataria resultaba desconocida y la carta era lo último que todos hubieran esperado de Gould, uno de los más grandes músicos clásicos del siglo XX, y también uno de los más recluidos y menos sociables. Conmovía a millones con sus interpretaciones profundamente personales de la música de Bach, pero tenía tanto miedo de la intimidad y de los gérmenes que era reticente incluso a que otra persona lo tocara. Fácil de admirar, incluso de venerar, era casi imposible conocerlo.
"Ningún pianista supremo ha entregado su corazón y su mente de manera tan absoluta", había dicho de él el virtuoso del violín Yehudi Menuhin, "mostrándose a su vez de manera tan escasa."
En el momento de su muerte, hacía dieciocho años que Gould -que había sido uno de los artistas más populares del mundo de la música clásica, que en 1957 se había convertido en el primer norteamericano que tocaba en la Unión Soviética desde la Segunda Guerra Mundial- no se presentaba en público. A partir de 1964, solo se lo había podido escuchar en grabaciones e incluso en esos casos eran grabaciones de él solo, tocando el piano.
Y, sin embargo, entre 1967 y 1972, Gould, tan celoso de su intimidad, había tenido una relación amorosa con la bella Cornelia Brendel Foss, una artista germano-estadounidense que había dejado a su esposo, el prominente conductor y compositor Lukas Foss, y se había mudado con sus dos hijos a Toronto, la ciudad natal de Gould.
Este intento de vida doméstica, solo conocido por sus amigos íntimos, parece haber sido el núcleo de la lucha interior que Gould sufrió durante buena parte de su vida, que lo hizo debatirse entre impulsos conflictivos: por una parte, producir música que conectara a la gente con su propia espiritualidad y, por otra, evitar involucrarse en un mundo que le inspiraba tantos miedos. Sus fobias, y las píldoras que ingería para aliviar una cantidad de enfermedades, muchas de ellas imaginarias, probablemente contribuyeron al ataque que lo mató apenas nueve días después de cumplir 50 años.
La reticencia de Gould para relacionarse con otros fue origen de muchos rumores, entre ellos que era asexual u homosexual. Pero Foss, quien volvió con su esposo en 1972 -aún viven juntos en Manhattan, en su casa de verano de Bridgehampton, N. Y.-, desestimó todas esas especulaciones.
"Creo que circulaban muchas ideas falsas sobre Glenn", dijo Cornelia durante una entrevista realizada en julio, en Bridgehampton, en la que por primera vez habló del tema, "y en parte eso se debe a que tenía una vida profundamente privada. Pero le aseguro que era un hombre extremadamente heterosexual. Nuestra relación era, entre otras cosas, intensamente sexual."
En 1956, recuerda Foss, su esposo estaba ensayando para un concierto con Leonard Bernstein, en la calurosa Los Ángeles, cuando apareció un Gould de 24 años, con cara de bebé, sin anunciarse y vestido con las ropas invernales que eran su marca registrada.
"Mi esposo alzó la vista y vio un sombrero y una bufanda que se acercaban hacia él", recuerda Foss, sonriendo. "Le dijo a Lukas: ´Hola, soy Glenn Gould. Vengo a escuchar al mejor pianista del mundo ."
"Me atrajeron su apostura y su enorme inteligencia", dice. "Tenía una mente original, era extremadamente ingenioso y tenía un enorme sentido del humor." Por su parte, según dicen sus amigos, Gould se sintió atraído por la belleza de la rubia Foss, por su inteligencia y su carácter independiente. Hija de un historiador del arte y una madre experta en arte clásico, Cornelia había estudiado escultura en la Academia Americana de Roma, donde el compositor Aaron Copland la presentó a Lukas Foss.
Los Foss escucharon por primera vez una interpretación en vivo de Gould en 1957. Un concierto de Gould no se parecía a nada que la pareja -o el mundo de la música clásica- hubiera visto en su vida: se sentaba al piano en trance, balanceándose y como inconsciente, tarareando y dirigiéndose a sí mismo con la mano libre mientras su melena se despeinaba sin control.
"Era el James Dean de la música clásica", dice Tim Page, un crítico musical del Washington Post , ganador del Pulitzer y amigo de Gould. "La gente se sentía atraída por su intensidad, su talento y su apostura juvenil. Era un tipo audaz que no parecía salido del conservatorio. Tocaba como un ángel, pero transmitía gran tensión."
Page califica la música de Gould como "urgente, vibrante, brillante y abiertamente sexy . Le daba swing a Bach".
Gould y el cerebral y amigable Lukas Foss trabajaron juntos en algunas partituras y en los documentales radiales de Gould, y Cornelia Foss también participó en un proyecto. Sin embargo, cuando Lukas se convirtió en director de la Filarmónica de Buffalo, en 1963, los Foss estuvieron a unos 130 kilómetros de Toronto, la base de Gould.
"Glenn llamaba mucho a mi casa", recuerda Foss. "Todo empezó como una amistad entre Lukas, Glenn y yo, pero lentamente Glenn y yo iniciamos una relación amorosa. Nuestra vida juntos avanzaba con lentitud y fue cuidadosamente planeada."
En 1966, Gould le pidió a Foss que se casara con él. Ella lo pensó durante un tiempo, dice, porque estaban enamorados y, además, su propio matrimonio estaba en problemas. Y al año siguiente subió a sus dos hijos -Christopher, de 9 años, y Eliza, de 5- al auto y se marchó de Buffalo.
"Nunca olvidaré a Lukas de pie, junto al auto y sonriendo", recuerda ella. "Le dije: ´¿De qué te ríes? Te estoy dejando por Glenn . Y él me respondió: ´No seas ridícula. Volverás ".
Tal vez ella compartía hasta cierto punto el escepticismo de su marido, porque no se casó con Gould y ni siquiera fue a vivir con él. En cambio, Foss se instaló con sus hijos en una casa que compró en Toronto.
Para los que pensaron que estaba cautivada por el arte de Gould, les tenemos reservada una irónica sorpresa: a Foss no le gustaba la manera en que Gould interpretaba a Bach, el compositor clásico que fue el otro amor de su vida.
"Bach tiene un tema religioso", explica Foss. "Mi abuelo era deán de la catedral de San Lorenzo, en Nuremberg. No se puede tratar a Bach como a un reloj, armarlo y desarmarlo, pero a Glenn le gustaba jugar con él más que atenerse a la intención del compositor. Bach se hubiera horrorizado."
Aunque no da detalles personales, Foss dice que Gould era romántico y que ambos estaban muy enamorados. Aun así, jamás hablaron de tener hijos.
"Yo tenía más de 30 años entonces y en esa época se consideraba que ya era demasiado mayor para tener hijos", dice Cornelia. "De todas maneras, tenía a Christopher y a Eliza, y él era maravilloso con ellos: armaba rompecabezas y ayudaba a Chris en matemática."
Pronto, sin embargo, Foss empezó a dudar de la relación, a partir de 1967, cuando Gould pasó por un grave episodio paranoide.
"Duró varias horas", recuerda ella, "y entonces supe que no era simplemente un neurótico. Era algo más grave. Y pensé: ´Por Dios, ¿voy a criar a mis hijos en este ambiente? Pero me quedé cuatro años y medio."
Foss no quiere dar más detalles sobre el episodio, pero otros amigos dicen que Gould se convenció de que alguien trataba de envenenarlo y de que había gente que lo espiaba. No hubo ninguna prueba que sustentara nada de eso, aunque otras mujeres lo perseguían con propósitos románticos y sus admiradores trataron de abrir su buzón de correspondencia, dejando marcas de destornillador que aún se conservan.
En su libro Glenn Gould: The Ecstasy and Tragedy of Genius (W. W. Norton, 1977), el psiquiatra Peter Oswald, que había sido amigo de Gould, especulaba con la posibilidad de que el pianista sufriera el síndrome de Asperger, una alteración de conducta semejante al autismo pero no tan invalidante, que, según otros, puede haber afectado también a genios de la talla de Albert Einstein. Foss no hace ninguna especulación al respecto, pero se involucró tanto en su cuidado y tratamiento que incluso se ha encontrado su nombre en las cuentas de la farmacia del pianista.
Pintora talentosa, Foss tuvo que postergar su carrera para ocuparse no solo de Gould y de sus hijos, sino también del marido, a quien había dejado.
"No tenía paz mental para pintar", dice Foss, quien nunca intentó hacer un retrato de Gould. "Tenía que ocuparme de Glenn y de Lukas y de mis dos hijos... volvía todos los fines de semanas a Buffalo para ver a Lukas."
Gould y Foss hablaron de casarse y de comprar una casa, recuerda ella, pero la idea quedó en la nada porque él se negó a iniciar un tratamiento de sus problemas emocionales.
"Ni siquiera admitía tenerlos", agrega ella. "Hubiera podido ser un buen esposo y padre."
Finalmente, Foss decidió romper la relación. En 1972, cuando su esposo se fue de Buffalo para convertirse en director musical de la Filarmónica de Brooklyn, ella decidió volver a Nueva York con sus hijos y abandonó a Gould. El pianista, sin embargo, no cejó: condujo 800 kilómetros hasta Bridgehampton para convencer a Foss de que volviera a Toronto.
"Hablamos en una cabaña de la playa", recuerda ella, "y fue muy penoso para los dos. Todavía albergábamos intensos sentimientos mutuos y fue triste verlo tan dolorido, y que yo fuera la causa de su dolor."
Gould volvió a Toronto sin Foss, pero la llamó por teléfono prácticamente todas las noches durante dos años hasta que ella finalmente lo convenció de que no lo hiciera más. Gould murió diez años más tarde, sin haberse casado nunca.
Hoy Foss ha vuelto a su trabajo como instructora de arte y pintora, y es muy conocida por sus paisajes al óleo. Ella y Lukas Foss han estado casados durante 56 años. Su hijo Christopher es ejecutivo de publicidad y su hija Eliza es actriz.
No sabe si la carta encontrada en el departamento de Gould se refiere a ella, dice con incomodidad, y sugiere, incluso, que podría ser ficticia. No obstante, prefiere que no le lean el texto; dice que a Gould eso no le hubiera gustado nada.
"Era una persona tan recluida", dice Foss. "Se habría revolcado en su tumba si hubiera pensado que alguien encontraba algo escrito por él que revelara sus emociones."
Tal vez este sea uno más de los muchos secretos que Gould se llevó a la tumba. Si hay una respuesta, tal vez esté en su música, que sigue vendiéndose y es escuchada en todo el mundo como el mejor memorial de un talento único, notable y misterioso.
[Traducción: Mirta Rosenberg]




