La historia en el sastre y los primeros autógrafos de Ballas
“Un boxeador que ya peleó en el Luna Park tiene que tener un traje, y yo te lo voy a hacer”. La promesa de Lucho Ahumada, sastre de profesión y entrañable personaje de Villa María, se cumplió apenas días después. Dispuesto a tomarse las primeras medidas, Gustavo Ballas, invicto en casi 20 peleas, apareció un mediodía por el taller de Ahumada, en San Juan al 1700, en el corazón del barrio Ameghino.
Unas semanas antes, yo había esperado con mucha ansiedad “El Gráfico”. Era mediados de octubre de 1978 y quería ver cómo reflejaba la llegada de mi ídolo. Pasé una a una las hojas del ejemplar, entre comentarios de fútbol, entrevistas, notas de básquet y nada, Ballas no aparecía. Pero no había llegado hasta la última página. Allí, en la página dedicada a las promesas, estaba “Mandrake”. El texto encabezado por un contundente “Un chico igual a Cirilo Gil” aparecía sobre una fotografía de la primera pelea de Ballas en el Luna.
El boxeador elegante, que caminaba el ring con aires de torero y humillaba a sus rivales con su técnica, era un muchacho tímido y pocas palabras en la sastrería de Lucho. Le costó escribir la dedicatoria y el autógrafo en la misma página de la revista. Mi admiración por él me impidió advertir que mi pedido era un problema.
La vida lo iba arrastrando entonces hacia una fama rápida y diversiones fuertes que le acortarían la carrera. Tardó una vida en terminar la escuela primaria, pero Ballas hace años es un gran maestro que dicta cátedra y enseña a salir del infierno de alcohol en el que estuvo justo cuando le debía llegar la hora de la gran consagración.
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