Barcelona y un peligro real: el riesgo de aburrir a Lionel Messi
El club se debate en la búsqueda de soluciones tras la ida de Neymar, mientras su gran figura observa todo con frustración
Barcelona tiene difícil arreglo a corto plazo, víctima de problemas estructurales y falto de dirección, cada vez más empequeñecido y envejecido, distanciado de la clase alta del fútbol representada por Real Madrid y sacudido por sus propias miserias, expresadas en su cruce con el Paris Saint Germain: no sólo no vende a Verratti sino que le quitó a Neymar.
A mitad de camino de no se sabe hacia dónde, Barcelona pierde el tiempo de tal manera que puede acabar por perder también a Messi. Hoy no sabe si contentar al 10 o armar un nuevo equipo, como si no fueran lo mismo, atrapada como está la dirigencia en su organigrama técnico y sus contradicciones, perdida en un juego que no entiende porque no es el suyo desde que dimitió Sandro Rosell.
No resulta sencillo dar con la solución cuando no se sabe diagnosticar el problema. Ahora mismo no se advierte más salida que la de fichar sin reparar en que durante el último año y medio malgastó los mismos millones que cobró por Neymar en jugadores insustanciales, a excepción de Umtiti. No tiene más plan que el de reponer jugadores como parte del negocio que supone llenar el Camp Nou de turistas aunque sean del Madrid.
Hoy se juega igual que si todavía jugara Neymar. Mal asunto porque si el equipo ya necesitaba mejorar con el brasileño ahora precisa de un salto de calidad muy superior, con el delantero en PSG. La junta hace ver como si nada hubiera pasado. Tampoco le preocupa tener que conformarse con segundas y terceras opciones en el mercado si fracasa la primera, quizá porque el propio Bartomeu está donde está por Rosell.
Sin decisiones
No se toman decisiones ni se interviene con determinación sino que se imita, dando vueltas sobre la misma cosa, sin saber qué cosa es, presos los que mandan de la improvisación, del cambio de criterio y de un sentido muy peculiar del juego: si se perdió la temporada pasada contra PSG y Juventus fue porque faltó un volante con la fuerza de Paulinho.
A falta de liderazgo y de grandeza, distanciada la plantilla del consejo que preside Bartomeu, como se advirtió en el cruce dialéctico entre Piqué y Segura, la credibilidad y confianza recae en Valverde como ya pasó con Luis Enrique, inventor del tridente con Zubizarreta. A la espera de un extremo y uno o dos volantes, y mientras Aleix Vidal y Semedo pugnan por el lateral derecho, el nuevo entrenador todavía no ha encontrado el remedio para frenar las transiciones del rival con un buen repliegue y optimizar la aportación de Messi, reducido en el último clásico por Kovacic.
El mayor riesgo para Barça es que Messi se aburra incluso antes de firmar su renovación mientras la prensa discute sobre si Paulinho, Coutinho y Dembelé son mejores opciones que Griezmann, Dybala o Mbappe. No hay sintonía en el barcelonismo, confundido por la desorientación de los rectores de la entidad, necesitados de una figura que represente la ideología futbolística, el camino a seguir, sin discutir si el equipo evoluciona o involuciona, un objetivo que se consigue cuando se tiene una mirada única y no un ojo de cada color.
Apagada la luz, sin oposición articulada y con la afición todavía de vacaciones, no queda más remedio que recurrir mientras tanto al pensamiento de Cruyff, el hacedor del milagro de Barça, cuando pronosticó un mal final para los actuales mandatarios si llegaba la derrota: “Si nunca supieron por qué se ganaba, cómo quieren que ahora sepan por qué se pierde”.
Ramón Besa
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