Campeón de la Eurocopa, CR7 siempre estuvo en el centro de la escena; anécdotas de un delantero con sello propio
Cada vez que María Dolores dos Santos Aveiro le dice que "fue un hijo no deseado", "un niño al que quería abortar", Cristiano Ronaldo -su hijo, su niño- le contesta: "No me querías, y ahora me ves, ayudándolos a todos".
María Dolores dos Santos Aveiro, la mamá de uno de los mejores jugadores del mundo, tiene una costumbre: tomarse una pastilla, un tranquilizante, cada vez que su hijo, su niño, Cristiano Ronaldo, disputa un partido estelar. Nunca ha sido de otra manera: cada vez que juega un torneo la selección de Portugal, la familia Ronaldo linkea el presente con lo que sucedió. "Me arriesgué cuando envié a mi hijo con 12 años a Lisboa. No fue nada fácil. Sentí que lo estaba abandonando —dice la mamá del delantero en Ronaldo, el documental— pero fue por una buena causa. Trabajé duro para criar a cuatro hijos, y a él no lo habíamos buscado, pero ese hijo me trajo muchas alegrías. Ahora bromeamos. Todo lo que tengo se lo debo a él".
Ayer, el delantero del Real Madrid —máximo goleador en la historia de la Euro con nueve gritos, igual que Platini; el hombre que más partidos disputó, 20, dos más que Schweinsteiger y tres más que Buffon— pudo entregarle algo más: el primer título de la historia de la selección de Portugal.
La relación con su padre
"La relación entre Portugal y Ronaldo tiene amor pero también algo de odio. Hay que gente que no acaba de entender alguno de sus comportamientos —le ha dicho el periodista Guillem Ballagué, autor de Cristiano Ronaldo, la biografía, a la revista española Panenka—. En Madeira (NdeR: donde nació) incluso se le vio como a un emigrante que no quería reinvertir en casa, aunque ahora ha cambiado dicha situación, dado que está creando una cadena de hoteles en Madeira y ha ayudado a inversores de la zona. Lo que yo noté haciendo la biografía es que se le tiene mucho respeto. Bordeando el miedo. La gente no quiere hablar mal de él porque siente que es uno de los pocos representantes que tiene en el mundo".
Madeira es una isla del océano Atlántico, a casi mil kilómetros de Lisboa, la capital de Portugal. Hace 31 años que, en Madeira, empezó todo: Ronaldo es un tipo que no tiene amigos en el fútbol, ha contado, un tipo al que le gusta estar solo —quizá— por lo que sucedió allá. Cuando tenía 20 años, su viejo, José Dinis Aveiro, participó en la Guerra de Ultramar. Fue en Angola, a mediados de los 70. Fue, a la vuelta, otro hombre: un hombre que no era él.
"Un hombre furioso", ha contado la mamá de Cristiano. "Casi todos los días estaba ebrio", ha contado él, frustrado por que le hubiera gustado "un padre que viera mis logros". Un año después de la final de la Euro que Portugal perdió 1-0 contra Grecia, el 7 de septiembre de 2005, José Dinis Aveiro murió de cirrosis. Hasta entonces había trabajado en la construcción, y en los últimos años lo había hecho con uno de los hermanos de Cristiano, Hugo, que a la misma edad que él había estado en la guerra, a los 20, también empezó a tomar. Tomar es tomar: el delantero del Real Madrid fue una de las personas que lo ayudó en la rehabilitación. A él le dedicó la Décima, justamente en Lisboa, en 2014, y ahora es una de las personas de su familia —con su mamá y con Cristiano Ronaldo Junior, su único hijo— que viajó a París.
"El odio me alimenta", ha dicho el capitán de Portugal en algunas entrevistas, y algo de eso quizá haya: haberse ido a los 12 años de su casa para jugar en el Sporting Lisboa, donde lo agarraban de punto porque su acento era distinto al de los demás; haber sido el hijo no deseado, el hijo al que, le contó su madre, pensaron abortar; su padre, la guerra, la ausencia, el alcohol. Cuenta Hugo, su hermano, en el documental, que el papá de los Ronaldo tenía una frase que repetía seguido: "Una persona callada gana más".
No ha sido el caso de su hijo menor. Él lo ha hecho con el odio —la reivindicación— como su fuerza huracanada.
Su fuerza mayor.
Su imagen, su forma de ser
—¿Cómo me veo?
—Hermoso.
Ronaldo se estaba mirando al espejo cuando preguntó eso, y eso le contestó uno de sus asistentes en la gala del Balón de Oro de la FIFA, dos años atrás. La entrevista con los organizadores del evento había terminado, aunque antes —antes de que empezara la nota— había sucedido algo más. Un grupo de periodistas empleados de la FIFA estaba entrevistando a Messi. De repente, alguien entró al box: un asistente le dijo a uno de ellos que había ocurrido algo urgente, que se apurara, que tenía que salir.
—Está Cristiano —le informó, ya en el pasillo—. Llegó dos minutos antes. Está en la habitación de al lado. Hay que entrevistarlo ya.
El empleado no lo podía creer. Pero el empleado, que le contó esta historia a LA NACION, entendió que no había otra: ya había dejado a Messi, ya estaba ahí. Cuando entró al otro box, vio a Ronaldo sentado, magnánimo, ya listo para comenzar.
—¿Dónde estabas? —le dijo el Ricardo Fort del fútbol mundial— Hace un día que estoy acá.
Estamos hablando —en fin— de un hombre que usa boxers con la inscripción CR7 en el elástico; un hombre que durante el Mundial 2014 dijo que "si hubiera dos o tres Cristianos en el equipo sería mucho más sencillo, pero no es así". Un hombre, sin embargo, al que sus compañeros, los del Real Madrid y los de Portugal, respetan y quieren muchísimo. Algunos periodistas que querían entrevistar a los jugadores de la selección después de alguna derrota o alguna eliminación escuchaban siempre la misma respuesta: "Habla con Cristiano". Era la manera que habían encontrado de demostrar quién era el que mandaba ahí. En las buenas. Y en las malas, ante todo, también.
"Tiene códigos de vestuario muy positivos —le cuenta Diego Barcala, director de la revista española Líbero, a LA NACION—. La última temporada, después de que el Madrid perdiera algunos partidos, se quejó ante la prensa de las lesiones del equipo, dijo que él estaba físicamente por encima del resto y que sería muy difícil ganar con tantas bajas. Para la prensa fue una demostración de arrogancia, se vendió así; para el plantel, sin embargo, fue una demostración de liderazgo. Lo tomó muy bien".
Estamos hablando de un hombre que ha sido capaz de aparecer en el vestuario del Real Madrid con 25 iPhone y regalar uno a cada jugador del plantel. Un hombre que no había nacido, pese a todo, para ser quien es. "Era un chico flaquito que decía, con mucha seguridad, que iba a ser el mejor del mundo. Los demás lo mirábamos un poco como si se hubiera vuelto loco —le contó el ex jugador del Manchester United Quentin Fortune a la revista Líbero—. No se´ si tenía condiciones para ser el mejor. Es probable. Lo que si´ se´ es que trabajaba para ser el mejor. Yo nunca había visto algo así´. Se quedaba siempre tras entrenar ejercitando en el gimnasio. Se ponía pesas en los tobillos y se pasaba sus días libres haciendo series de sprints y saltos. Algunos veteranos teníamos que acercarnos para decirle: ‘Oye, ti´o, descansa, no te mates, que jugamos man~ana’. Estaba obsesionado con ser más rápido, más fuerte, más ágil, más elástico, más todo. Cristiano Ronaldo es trabajo, trabajo y trabajo. Todo mentalidad. Es el triunfo de la disciplina".
El triunfo de la furia, el odio. El triunfo —la reivindicación— de la soledad.
Su cruce con Dani Alves
Un año después del episodio en el que sus asistentes interrumpieron la nota con Messi para que lo entrevistaran a él, en el Balón de Oro 2015 vivió un cruce genial. Dani Alves estaba en uno de los pasillos del Kongresshaus de Zurich esperando para entrar a uno de los boxes en los que se entrevista a los jugadores. Hacía algunos meses le había pegado a Ronaldo, a través de los medios, por aquella declaración de las lesiones, que él estaba bárbaro y algunos de sus compañeros no. Ése es el background; el resto, el resto debe contarse en presente, estar ahí. Por el pasillo pasa caminando Ronaldo. Dani Alves lo quiere saludar. "Felicitaciones", le dice, dándole la mano. Ronaldo lo mira. "Sos un falso", le dice, sin mano ni nada: "Tenés dos caras".
Dani Alves no baja nunca la mirada.
—Yo tengo el derecho de decir lo que quiera.
—Sos poco hombre —le devuelve Ronaldo, y entonces sucede: el delantero del Real Madrid y el ex lateral del Barcelona se acercan, se pechean, los asistentes de la FIFA los intentan separar. Cristiano se aleja, mira a uno de ellos, le dice:
—Tranquilo, hoy no le voy a pegar.
Ronaldo y Dani Alves aún se miran y aún bufan cuando por el pasillo pasa Iniesta, que no vio nada; nada de nada de nada.
Lo mira a Ronaldo. Le da la mano.
—¿Ves? —le dice Cristiano a Dani Alves— Éste es un hombre de verdad.
Después, ya más tranquilo, sentado en una de las salas de entrevistas, el capitán de la selección de Portugal dirá lo que piensa sobre las conquistas, las victorias, ser campeón, ser inmortal: "A mí no me importa si se juega bien o mal. Lo único que importa es ganar. En 20 años sólo se recordará al equipo que salió campeón".
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