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Omar De Felippe y Malvinas: “La supervivencia te hace hacer cosas que a veces son muy crueles”
A 40 años de la guerra, el ex combatiente y entrenador de fútbol reflexiona: “De haber tenido contención al regreso, se habrían salvado un montón de vidas de pibes que se suicidaron”
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Se suele decir que la vida de una persona está conformada por varias pequeñas vidas. Y en el caso de Omar De Felippe, eso es más que evidente. Hay un De Felippe que perdió a su padre cuando tenía sólo 7 años, hay otro que a los 20 combatió en Malvinas, y conviven, al menos, otros tres: el futbolista, el entrenador y el padre de familia.
En un año especial, el DT comparte todas esas facetas, en una extensa y emotiva charla con LA NACION.
–¿Cómo vivís estos 40 años de Malvinas?
–Es muy movilizante. Después de tantos años, poder estar y reencontrarme para este aniversario con los compañeros de la Compañía A Tacuarí del Regimiento 3, que entonces estaba en La Tablada, es algo que no tiene precio. Por ahí para nosotros el 14 de junio es una fecha mucho más fuerte que la del 2 de abril. Creo que para hablar de Malvinas hay que hacerlo con mucho respeto, porque cada uno lo vivió, lo sintió y le afectó de una manera distinta. En estos 40 años celebraremos juntos con todos los que estamos, pero sobre todo recordaremos a los que no están. Porque los que se fueron, siempre están presentes.
“Para nosotros el 14 de junio es una fecha mucho más fuerte que la del 2 de abril”
–¿Te molesta que los medios te convoquen cada 2 de abril?
–No. Ya me acostumbré. Y desde mi humilde lugar no puedo ser tan egoísta de no querer hablar y ponderar que yo pude salir adelante y me reacomodé en la vida. Porque si nadie habla, ¿qué pasa con los que se quedaron allá? Cada vez que hablo es un pequeño homenaje a la gente que no está.
–¿Para qué servía el servicio militar?
–El servicio militar era obligatorio en la Argentina a los 18 o 19 años. Era estar bajo bandera cumpliendo como soldado en alguna de las tres fuerzas, de acuerdo con la numeración que te tocaba en el sorteo que se hacía el año previo, en relación a los últimos tres números de tu DNI: Armada, Ejército o Marina. Duraba aproximadamente un año. Hay muchas opiniones con respecto al Servicio Militar. Se enseñaba en base al rigor, al castigo y a un montón de cosas. Se sacó el servicio militar porque hubo un montón de cuestiones que en algunos lugares se fue de las manos. Una cosa es la disciplina, pero siempre hay que respetar al ser humano. Los que íbamos teníamos que entrar en esa disciplina, y no era fácil. Había cosas malas, pero también había cosas buenas. Porque a algunos chicos nos hacía bien algo de disciplina bien entendida. A otros no. Y quizás otros tenían la última posibilidad de dedicarse a algo, de hacer algo, de aprender o encaminarse en algo. Sobre todo, de lugares del país donde quizás no tenían las facilidades que sí se tenían en la Capital. Algunos aprendieron oficios y se pudieron dedicar a algo. La colimba tenía sus cosas buenas y malas, te daba herramientas para salir del apego familiar y fortalecer la personalidad de cada uno. Y eso está bueno. En mi caso fue una experiencia muy fuerte en lo referido al compañerismo, que se afianzó mucho más con Malvinas.
–¿Cómo se dio tu citación en 1982?
–Salí de baja el 24 de diciembre de 1981. Me reincorporé a Huracán, en una edad donde se definía si podía ser profesional o no. Hicimos pretemporada o algo así y cuando el 2 de abril tomaron Malvinas ya me la veía venir. No me sorprendió para nada la citación. Creo que entre el 9 y el 10 vino un soldado, dejó la cédula de presentación en casa. Mi vieja la recibió llorando y me avisó.
–No había guerra aún.
–No. Pero fue todo muy rápido. Me presenté un jueves. El viernes tuvimos visitas y fue mi mamá con mi hermano más chiquito [Walter, también futbolista]. Quedamos en vernos al día siguiente, pero apenas se fueron nos formaron en la plaza de armas del regimiento, nos dieron bolso, campera, casco, armamento, municiones y a las 12 de la noche, cuando ya no había gente sobre la avenida, entraron unos colectivos de línea, y salimos por Crovara para Morón, rumbo a El Palomar. Yo iba parado en la puerta de atrás del colectivo. Cuando estábamos saliendo vi a un amigo y le dije: “¡Negro, avisale a mi vieja que me fui!”. Y me fui.
–¿Qué sentías en ese momento?
–Fue un proceso de mucha euforia en ese viaje a El Palomar. La gente en los balcones, las calles con banderas. Como si fuera la despedida de tu pueblo cuando un plantel de fútbol se va a jugar un Mundial. Hasta que subimos al avión. Ahí la realidad nos marcó otra cosa. Cada uno con su bolsito y su ametralladora. De acá hasta Río Gallegos, donde nos dieron un mate cocido, no hablamos ni una palabra.
“A los soldados no suelen darles mucha información. Sólo reciben órdenes”
–¿Cómo se enteraron de que se venía la guerra?
–Hasta ese momento no sabíamos nada, porque a los soldados no suelen darle mucha información. Sólo reciben órdenes. Pero alguien escuchó a algún otro y nos fuimos enterando de que venían los ingleses. Hasta ese momento era todo tranquilo, cavando posiciones, comiendo dos o tres veces por día, bajando armamento. Hasta que los ingleses salieron para acá. Y cuando llegaron, todo fue cambiando. Porque comenzó el bloqueo aéreo, empezamos a dormir menos y a comer más aisladamente... Porque la supervivencia te hace hacer cosas que a veces son muy crueles. A nosotros nos repartían la comida en dos baldes de pintura de 20 litros. Por ahí no alcanzaba la comida para los que estaban en la punta, que éramos nosotros. Entonces cuando me tocaba repartir a mí, arrancaba por la otra punta. Y sabía que al día siguiente por ahí no iba a tener comida. Entonces dejaba la mitad del tarro de 20 litros. Repartía de ese modo y los de la otra punta no comían. No es nada fácil. A nosotros nos hablaban de un supuesto recambio de soldados después de 15 días en clima hostil. Pero era raro. Era un rumor que nos generó ilusión hasta que llegaron los ingleses. Ahí ya nos enfocamos en cuestiones relacionadas con el combate. Que fue más aéreo, desde aviones y barcos. Y cuando nos tocó ir al frente, obviamente los tiradores son los que están más cerca.
–¿Vos cumplías alguna tarea en particular? ¿Tenías miedo?
–A mí me gustaba mucho el tema de tirar. Pero en las prácticas de tiro, del otro lado el blanco no te dispara... La verdad es que todos tuvimos la sensación de que nos quedábamos allá. Porque los bombardeos eran constantes y a horarios inciertos. Después del 1 de mayo a las 4.40 de la madrugada, cuando cayó la primera bomba en el aeropuerto, ya fue un bombardeo insoportable. Sobre todo, por la noche. Para no dejarte dormir y lastimarte psicológicamente. Por momentos, era sentarte a fumar y a escuchar el silbido de los proyectiles, y rogar para que siguieran de largo y no cayeran en tu cabeza.
–¿Qué cosas positivas podés rescatar de una situación así?
–El valor de la amistad. El compañerismo. Cuando yo entro de nuevo, todavía había varios amigos míos haciendo el servicio militar. Uno de ellos era Juan Fernández. Los dos éramos apuntador de ametralladora. Y la ametralladora tiene tres componentes: el apuntador, el que lleva las municiones y el que lleva el trípode para apoyarla. La realidad es que todos quieren tirar, porque nadie quiere estar corriendo atrás del otro con las municiones y el trípode. Entonces Juan me dice: “Somos dos apuntadores, pero si tenemos que ir a algún lado, mejor que vayamos juntos. Así que, si se da eso, yo voy con las municiones”. Me acuerdo que esa tarde que nos dan el armamento, Juan me plantea revisar la ametralladora que nos dieron. Vamos a la zona de duchas y la empezamos a desarmar. Entonces Juan me dice que la que nos dieron no sirve porque no tiene la uña extractora, que es la que saca las municiones. Entonces, la armamos de nuevo, voy a la sala de armas, le explico al responsable y me dice: “Entrá, agarrá una ametralladora y decime el número de serie de la que te llevás”. Entro y sobre la derecha estaban las ametralladoras viejas, pero sobre la izquierda veo como 10 ametralladoras nuevas. Dejé la vieja, agarré una de las nuevas y cuando salgo me hago el distraído, doy el número de serie como al pasar y me voy. Cuando le muestro a Juan no lo podíamos creer. Era una belleza. Una Ferrari. Un día vamos a una práctica de tiro en Malvinas, antes de que lleguen los ingleses. Armamos todo, pongo la banda de municiones y no entraba de ninguna manera. Juan prueba y tampoco. Llamamos al sargento y cuando la ve nos dice: “¿Qué hacen con esto? Esta ametralladora es para bandas de municiones descartables”. No era para las que teníamos nosotros que eran continuas, y que no se desarmaban cuando tirabas. “Mañana te consigo 1000 tiros de banda descartables”. Y así fue y eso usamos, pero dosificando esos 1000 tiros. Y cuando se acabaron tiramos todo y agarramos un fusil y a otra cosa. Con la ametralladora vieja hubiera sido imposible porque tirábamos un tiro y no podíamos sacar la vaina.
–¿Tenían algún tipo de información de lo que ocurría en Buenos Aires?
–Nosotros aprendimos de lo que pasó estando acá. Leyendo sobre el tema. Que vino el Papa y las negociaciones. Todo eso fue después. Yo me entero en el barco Camberra que Argentina estaba jugando el Mundial. En alguna que otra carta te enterabas que la vida acá seguía como si nada, que había bailes, fiestas, que era todo como si no hubiera guerra. Eso te daba por las pelotas, realmente. Te daba mucha bronca. Porque creo que nadie tenía noción de lo que estábamos viviendo allá. Del frío. Del hambre.
–¿Cómo fue el día de la rendición?
–El 14 de junio estuvimos cara a cara con los soldados británicos. Mirábamos el armamento que tenía cada uno y ellos se sorprendían. Nosotros vimos que tenían armas descartables, que movían los cañones con helicópteros. Y ellos agarraban una ametralladora nuestra y hablaban en inglés, como no entendiendo cómo podíamos haber combatido con eso. Me acuerdo que ellos querían de recuerdo una pistola o algo. ¡Y nosotros queríamos un reloj! (se ríe). Además, nosotros allá usábamos la misma ropa que teníamos en La Tablada, más una campera y nada más. Con un frío al cual no estábamos para nada acostumbrados. La gente que venía del norte quizás fue con esa ropa también. Yo tenía dos pares de medias, un calzoncillo largo, la bombacha, camiseta, camisa, tricota, un chaleco y el camperón. Parecíamos un muñeco inflable. Y cuando estabas en el fragor de la batalla te sacabas algo porque no te podías mover.
“Allá usábamos la misma ropa que teníamos en La Tablada, más una campera y nada más. Con un frío al cual no estábamos para nada acostumbrados”
–El año pasado salió a la luz un video de tu reencuentro con tu mamá. ¿Qué recordás de ese momento?
–El reencuentro tiene su historia. Cuando volvimos de Malvinas estábamos desesperados por ver a nuestras familias. Volvimos a El Palomar, nos subieron a unos micros y nos llevaron a Campo de Mayo. Nos tuvieron ahí 48 horas. Creo que la idea fue ponernos algo presentables. Yo volví con 50 kilos de peso, con todos los huesos marcados. Terrible. Nos dieron ropa limpia, nos dieron de comer. Me acuerdo que comíamos asado a las 8 de la mañana, a las 12 del mediodía, a las 4 de la tarde y a las 9 de la noche. En todo momento. Y sin cubiertos. Todo con la mano. Porque en esos días se saldaron muchas cuentas pendientes, fue un piñerío impresionante. Y con cubiertos hubiera sido un desastre. En Campo de Mayo veíamos sobre la Puerta 4 que se empezaba a agolpar gente que quería ver a sus familiares. Cuando empezamos a entender por dónde venía la fila fuimos uniendo soldados con familiares, alambrado de por medio. Diviso a unos amigos y les digo: “Avisale a mi vieja. Llevale mi campera (que es la que usé los 66 días que estuve en las Islas) y decile que estoy bien”. En el video que apareció se ve cuando nos asomamos y justo alguien me señala a mi vieja, que rompe el cordón de contención y justo quedó esa filmación. Es un momento emocionante. Marca un poco la desesperación de todos los padres de reencontrarse con sus hijos. Mi vieja tuvo suerte. Otros no tuvieron esa posibilidad.
–¿Cómo fue tu reinserción en la sociedad?
–Yo tengo una frase que dice que el fútbol me salvó la vida. Tanto para la ida como para la vuelta. Para ir, porque estaba preparado de una manera especial para ganarme el día a día, el hecho de tratar de imponerme en un grupo de 30 para demostrarle a un entrenador que estaba para jugar. Entonces, en un montón de aspectos estaba activado. Para ir, eso me ayudó. Pero más me ayudó cuando volví. Porque una vez que nos dejaron en la plaza y había que reinsertarse en la sociedad la pregunta fue “¿y ahora, qué?”. Y ese “¿Ahora qué?” fue bravísimo. Nadie nos abrazó, excepto nuestros familiares. Mi vieja fue la que más sufrió, y es hasta el día de hoy que no me pregunta nada ni me habla de Malvinas. Y la entiendo: a ella le llevaron su hijo. Y por eso uno entiende la entereza de los que siguieron adelante sin el hijo que quedó allá, o el pibe que su papá está en las Islas. Y cada abril son estas cosas. Por ahí no pensás en vos. Pensás en los que siguieron adelante sin sus familiares. Para los que siguen vivos, cada abril es recordar ese dolor. De alguna u otra manera, todos fuimos acomodando las cosas y entendimos de qué se trata la vida.
–¿Te guardaste algo de recuerdo?
–El camperón, el birrete (con una inscripción que puse allá que dice “Madre querida volveré”). Y obviamente la ropa limpia que nos dieron a nuestro regreso en Campo de Mayo.
–¿Estuviste enojado con algo o con alguien cuando volviste?
–Una vez acá empecé a ver cosas que no me gustaron. Los que nos mandaron tendrían que habernos contenido de alguna manera. Si vos estudiaste para un enfrentamiento armado, tenías que saber qué necesitábamos a nuestro regreso. Saber que tiene que haber una contención muy grande a esa gente. Y estoy seguro que de haber existido eso, se habrían salvado un montón de vidas de pibes que se suicidaron. Porque cuando te decía que el fútbol me salvó la vida, es porque tuve ese espacio para desahogarme. A la semana de llegar, Huracán me concentra con la Primera y dos compañeros me preguntaron qué pasó en Malvinas, y después de esa charla sentí que me había sacado 30 kilos de peso. Y me hizo bárbaro. Y también tuve una psicóloga, que me ayudó a seguir sacando cosas. Tuve un lugar donde descargar la mochila que traía. El que no tuvo eso, no tuvo opción y se suicidó. No culpo a la sociedad porque somos un país que no está acostumbrado a los conflictos bélicos. En mi grupo de amigos yo me acercaba y ellos se callaban para no molestar, cuando era al revés: a mí me servía hablar. El que llegó, se quedó sin novia, sin laburo, sin amigos y nadie le preguntaba nada y no tuvo la posibilidad de hablar con una psicóloga, se nos fue. Nosotros necesitábamos que nos abrazaran en ese aspecto. Sólo tenían que contenernos y escucharnos.
–¿Cómo viviste los goles de Diego a Inglaterra en el Mundial 86?
–Ese partido y esos goles los viví con mucha emoción. Y hasta llorando. Era un momento muy sensible para nosotros. Porque quizás, entre comillas, Diego a nosotros nos dio esa esperanza de que por lo menos al fútbol les ganamos. Yo no les tengo odio a los ingleses. En ese momento los ingleses eran nuestros enemigos. Pero cuando terminó la guerra vinieron los ingleses y convivimos armados ambos durante un tiempo. Y si yo hubiera querido, sacaba un arma y mataba a uno. Pero todos estábamos muy cansados mentalmente. Ni bien terminó la guerra había que volver a vivir en paz. En el Camberra veníamos hablando sin problemas. Nos cuidaban, nos llevaban a conocer el barco. Hubo un enorme respeto de ambos soldados. Los entendí como enemigos. Y el contexto del fútbol lo entendí totalmente: queríamos que la Argentina les gane a los ingleses. Pero no quería que maten a los jugadores. Ganamos, que era lo que necesitábamos por toda la carga que teníamos.
–¿Qué te pasa cuando ves lo que pasa en Ucrania?
–Hoy tenemos esa desgracia. Y más allá de los motivos, me duele que hayan llevado ese conflicto donde está la gente, en una zona civil. En Malvinas eso no pasó. Los kelpers estaban en un lugar, y el conflicto estaba muy lejos de la zona habitada. Allá no. Involucrar al ciudadano es una locura.
–¿Al ser excombatiente te remueve algo en particular esto?
–No sé. Pero te movilizan cosas que ves. El otro día veía un convoy destruido, los cuerpos de los soldados prendiéndose fuego. Lo pasaron por televisión. Y había sido reciente. Porque hoy con los celulares ves la crueldad. Porque no es una película. Es de verdad. Y entonces decís: “Esto es duro”. Pero no me afecta mucho o poco. Simplemente entendés lo que está pasando porque a mí me pasó. A mí me matan los chicos. Ver llorar a un pibe porque se está quedando sin familia, ¿y cómo sigue esa vida? Sos un hombre, vas peleás y si te salvaste, listo. Si te moriste, listo. Pero veía un padre que le entregó la hija a una periodista para ir a la guerra. ¿Y a dónde va esa nena? A mí me desespera. Historias que vos te preguntás cómo sigue. No vale la pena. Andá al medio del campo y hacé la guerra allá. Ganás, perdés. A otra cosa.
–¿Y por qué sigue habiendo guerras?
–Es que eso me pregunto yo también. ¡Después de todo lo que hemos vivido los seres humanos! La vida vale tanto. Nada justifica una muerte porque no estamos de acuerdo, o porque esta tierra es mía. De alguna forma hay que sentarse y resolverlo. ¿para qué carajo empezar a tirar tantos tiros? ¡Porque el precio lo pagan otros eh! Que se quedan sin casas, que tenés 3 millones de refugiados. En esto no busco tener razón. Vos no tires tiros, y vos no involucres a la sociedad civil, que no entiende nada del tema. No le des un arma a un civil que no está preparado para combatir. Lo más probable es que muera. Alguien tiene que decir: “Paremos esta locura, ¿Cómo nos ponemos de acuerdo? En definitiva, ¿alguien sabe por qué es la guerra? Nadie sabe la realidad. Si empezás a investigar es por intereses económicos. ¿De quiénes? De éste y de éste, los dos más poderosos. Pero en el medio muere un montón que no tiene nada que ver. ¿Tan difícil es? A nosotros, que nos tocó estar en la parte fea, ¡no se lo deseás a nadie! ¡Hagan cualquier cosa, pero no vayan a una guerra! Y esperemos que esto pare, porque si se empiezan a involucrar más potencias, va a ser un desastre. ¿Y por qué? ¿Por intereses económicos? ¿Para qué? Pero obviamente si siguen invirtiendo en armamentos bélicos, en algo tienen que usarlo. Y ahí estamos muy mal.
“Nada justifica una muerte porque no estamos de acuerdo. De alguna forma hay que sentarse y resolverlo. ¿Para qué carajo empezar a tirar tantos tiros? ¡Porque el precio lo pagan otros eh!”
–¿Qué le diría el De Felippe de 60 años al De Felippe que se subió con 20 a un colectivo militar y se fue a la guerra?
–Es muy difícil. Quizás lo hubiera alentado como nos alentó la gente en ese viaje desde La Tablada a El Palomar. Decir... no sé qué le diría. Sí desearle vida. Que pueda volver. Hubiera sido parte de ese último aliento. Porque ahora sé lo que se les venía. Por eso digo: una guerra, NO. Hay que hacer todo lo posible para evitar y convivir. En este mundo hay lugares para todos. Hay que buscarlos y no pelearse por intereses económicos que no resuelven nada.
El hijo, el padre, el DT
–¿Cómo se llamaba tu papá? ¿Qué le pasó?
–Se llamaba Osvaldo Pedro De Felippe. Tenía problemas del corazón. Falleció cuando yo tenía 7 años. Él laburaba en una metalúrgica. Era tornero matricero. Tengo pocos recuerdos con él. Una tarde, con mi hermano, sacamos del kiosko de mi vieja un paquete de cigarrillos y otro de fósforos. Éramos chiquitos. Y nos fuimos atrás de un tanque a fumar, porque todo el mundo fumaba. Como no teníamos ni idea, nos ahogamos con el humo y empezamos a toser. Un desastre. Mi tío nos escucha, nos reta y llama a mi viejo. “¿Qué hacen? ¡Los voy a reventar!”, nos dice. Y cuando levanta la mano como amagando que nos sacudía, salimos corriendo y pasamos por debajo de su brazo alzado. Me acuerdo de eso y después de haberlo visto enfermo en una fiesta de fin de año. Estábamos en el patio y mi viejo de repente desapareció. Mamá nos dijo que no se sentía bien porque le había caído mal la mayonesa, y por culpa de eso yo le tomé la idea a la mayonesa. En realidad, ya estaba muy complicado de su problema cardíaco. El velatorio se hacía en la misma casa. Me mostraron a mi viejo acostado en su cama. No entendía nada. Se murió muy joven, de 30 y pico de años.
–¿Cómo se recuperaron de ese golpazo?
–Rosa Alaniz de De Felippe, con tres pibes (yo de 7 y mi hermano más chico, de 1), fuimos saliendo adelante. Ella vendió todas las máquinas de mi viejo a mi tío y se fue a trabajar en una fábrica textil. Nosotros nos criamos en la calle, hemos tenido suerte. Alguna chica nos preparaba algo de comer. Tuvimos mucha calle, pero era otra época. Ya cuando era adolescente empezamos a ver cosas más raras, más feas, más oscuras. Teníamos miedo de andar por ciertos lugares. Y el fútbol ahí me ayudó porque me dio esa disciplina de no trasnochar, no tomar alcohol. Y me fui acomodando. Hoy todo cambió. Me pasa con padres de pibes que quedan libres, que nos piden por favor que los dejemos en el club para que no agarren cualquier camino. Ahí empezaron a armar torneos paralelos al del AFA para contener a los pibes. Eso está muy bueno. Para evitar que tengan tiempo en la calle porque es peligroso.
–El 3 de abril cumplís 60 años y más adelante tu hija cumple 15. ¿Cómo te encuentran?
–Los 15 de mi hija Bianca será un momento muy lindo y especial. Yo armé una familia y tuve hijos de grande. Bruno tiene 8. Cuando por mi trabajo tengo que irme al interior o al exterior, paso mucho tiempo sin ellos y es algo que molesta. Más allá de la tecnología, nada se compara a poder abrazar a tus hijos o ir a buscarlos a la escuela. Disfruto mucho de poder verla en sus 15 años, y no pedir nada extravagante. Eso es lo que me gusta de mi hija. Preguntarle qué quiere de especial y que me responda que nos juntemos en la casa de su abuela a comer todos juntos un asado en familia. Eso me encanta. Los 60 no sé si me movilizan tanto... (se queda pensando) La verdad que es una hazaña haber llegado a los 60. Por todo lo que me pasó. Es disfrutar cada día que me levanto. Obviamente, el contexto económico, los chicos en la escuela, el hecho de que estoy sin laburo, la guerra que pasa en Ucrania y tantas otras cosas afectan. Pero llega un momento en el que ante esas cosas es mejor disfrutar cada momento. ¡Hay que llegar a los 60 eh! Tengo a mi vieja, que tiene 82 y la disfruto un montón, tengo a mis hermanos. Reunirme con ellos es sagrado.
“Más allá de la tecnología, nada se compara a poder abrazar a tus hijos o ir a buscarlos a la escuela”
–¿Cómo es el día de un DT cuando no trabaja?
–Desocupado entre comillas. Porque cuando estás sin equipo estás mirando todo el espectro del fútbol. En cambio, cuando estás trabajando estás enfocado en tu equipo, tus jugadores, tu cuerpo técnico, tu rival de turno. Estás más metido en una institución. Cuando no trabajo tengo mis peleas con mis hijos por el control remoto porque yo veo mucho futbol. De Primera, del ascenso y del exterior. Cada partido te va enriqueciendo, y eso te sirve para, cuando surja una posibilidad, estar a la altura.
–¿Desde qué posición de un estadio se ve mejor el fútbol?
–Sin ninguna duda se ve mejor desde una platea sentado y tranquilo. Pero en realidad dentro del campo de juego sabés lo que está pasando. Aún sin tener una visión perfecta. Porque son varios años de haber jugado y de ser entrenador. Obviamente te das cuenta cuándo hay una virtud o un defecto de tu equipo. Y después del partido, ya con más tranquilidad, ves los detalles. Porque podés evaluar todo con la ayuda de videos y las nuevas tecnologías, que te aportan muchos datos. Pero es algo que ya tenés claro, por lo vivido y por lo que vos querés. Rara vez se te puede escapar un detalle que no estés viendo y tratando de corregir en el momento. La tecnología es muy buena para los detalles, pero no creo que sea lo esencial para que un equipo funcione o no, o para que vos puedas llevar a cabo tu idea. Como siempre, lo importante son los jugadores. Que primero estén convencidos de sus condiciones, que es lo fundamental porque si no lo están es un tema muy difícil de poder llevar a cabo. Y después, que estén convencidos de la idea que uno transmite.
–Al llevar unos meses sin estar metido en la vorágine, ¿qué evaluación podés hacer del fútbol argentino actual?
–El argentino es un fútbol muy difícil. Muy difícil. No sé si es lindo, pero hay de todo. Encontrás mucha variedad de formas de jugar. Siempre aparecen jugadores, de alguna u otra forma, de las inferiores o que vuelven del exterior, pero hay muy buen trabajo en las divisiones menores. El problema que veo es que cada vez hay menos paciencia. Hay mucha urgencia y quizás no puedas disfrutar de esos chicos, que necesitan de un tiempo adecuado para adaptarse a una primera división y a competir. Los resultados hoy empiezan a ser más importantes que el juego en sí. Por eso uno tiene que buscar ese equilibrio. Tener una idea clara y tratar de transmitirla, y conseguir resultados. Porque va todo de la mano. Yo puedo jugar muy lindo, hacer 600 toques, pero no llego al arco rival. Y si tengo un juego directo, llego rápido al arco y quizás gane, y según el equipo que te toque te dicen que no jugás bien. Hay todo un juego mediático, que se juega afuera de la cancha, que a veces no es tan bueno. Porque son pocos los que hacen un análisis de un partido. Y generalmente los análisis se hacen de acuerdo al resultado. Por ahí no juego bien y hago un gol sobre la hora, y algunos te dicen: “Jugaste bien, ganaste 1 a 0″. Y la realidad es que no jugué bien. Gané, que no es lo mismo. Muchas veces jugás bien, el rival te hizo un gol sobre la hora y todo lo que hiciste de bueno nadie lo analiza. Y está bien el que ganó. Cada uno hace su análisis, y es un tema que tiene esa disociación. Son pocos los que analizan el juego sin tener que ver el resultado. Obviamente si jugás bien y pasan cinco o seis partidos y no ganás es porque algo está pasando. Siempre hay algo que uno tiene que ver, más allá de jugar bien o no, ganar o no. En realidad, te contratan para sacar resultados, y si jugás bien, mejor. Pero siempre uno tiene una idea. No es que uno dice: “jugamos a ganar y no importa el cómo”. Yo creo que todos los entrenadores tienen una idea, y tratan de llevarla a cabo. Algunos con un juego más pulido, otros menos. Otros tratando de sacar ventaja en el juego. Hoy se usa mucho salir jugando de abajo, juego asociado, tratando de tener superioridad y volumen de juego desde la defensa. Pero a la vez veo muchos goles que se hacen por pérdida de pelotas. Jugadores que los hacen recibir de espaldas, le roban la pelota y les hacen el gol. Yo creo que está bueno tener un juego asociado u organizado desde el inicio, desde el arquero. Pero si tenés un equipo con presión alta no sé si vale la pena a arriesgar a perder la pelota cerca de tu arco y recibir un gol. Porque después ese error te marca todo el partido. Y hay equipos que pierden por eso, así que hay que buscar el momento para saber qué hacer y qué evitar.
“Al jugador hay que darle herramientas para que pueda decidir cuándo salir jugando de abajo y cuándo no. No es siempre. Veo muchos goles que se hacen por pérdida de pelotas, por arriesgar de más”
–¿Se puso de moda esto de salir siempre jugando?
—¿Pero por qué se puso de moda? Habría que analizarlo eso. A mí me encanta. En los equipos que nos ha tocado dirigir muchas veces nos gustó salir de abajo. Pero para eso al jugador hay que darle herramientas para que pueda decidir cuándo sí y cuándo no. No es siempre. Vos practicás un montón de cosas, pero el jugador es el que define. Si tenés presión alta, recibir de espaldas por adentro no me interesa. Porque si sufre una pérdida, no tengo opción de defender. Son detalles que uno trata de inculcarle al jugador para resolver de una determinada manera. Y hay otros equipos que están convencidos, salen jugando de abajo y te llegan al arco rival. No siempre, pero generalmente pasa eso. Eso es lo lindo de este fútbol argentino. Que sabemos que desde lo económico está muy limitado y que hay muchos inconvenientes a la hora de contratar o a la hora de que los pibes tengan ofertas de lugares impensados del exterior, y se van. Hay equipos que termina el año y tienen que traer 10 o 12 jugadores porque se les desarmó todo por la necesidad de vender. Y es rearmar el equipo todo el año. Armar un equipo te lleva un tiempo. Y muchas veces ese tiempo, cinco o seis fechas, te lleva el técnico. Tenés que mirar cómo están las posibilidades de trabajar, porque uno tiene la necesidad de trabajar, pero hay que mirar muchas cosas estando afuera.
–¿Cuál es la responsabilidad de un técnico en una situación con la que sucedió en Real Madrid vs. PSG?
–Pero criticar al entrenador es lo más fácil. Venís de un primer tiempo muy bueno, vas ganando, y de pronto un error te marca cómo sigue el partido. Cómo afectó ese error al equipo. Y cada uno interpreta o dice cosas que, estando adentro, sabés lo que pudo haber pasado. Un error de ese estilo, y a ese nivel, para cierto tipo de jugador es inaceptable. Y salir de ese momento no es tan fácil. Después de un error, seguir jugando de la misma manera no es algo sencillo. Y obviamente tiene mucho que ver el rival, porque Real Madrid volvió a tener dos oportunidades y no erró. Esos jugadores no erran. Tienen una opción, y son goles. Muchas veces nos pasa a los que dirigimos el ascenso. Muchas veces te toca ascender, y en las primeras fechas , hasta que tu equipo se acomoda a la nueva categoría, son muy duras. Y capaz tenés cinco o seis opciones de gol y no la metés, y viene un rival de los grandes, tiene una y es gol. No erran. Y usufructúan tu error. Hasta que los jugadores se acomodan. Los estados de ánimo en el fútbol son muy cambiantes. Y obviamente la categoría de los jugadores. Las que tiene Benzemá, van adentro. No falla. A lo mejor a otro jugador le pega la pelota en la rodilla, o pega en el palo. Y sacan del medio, te la roban, tienen otra chance y es otra vez gol. Porque a ese nivel, los que juegan contra vos son tan buenos como vos.
–¿El fútbol argentino sabe perder?
–Es muy difícil. Somos muy exitistas. No se acepta para nada perder. Siempre hay una crítica hacia alguien, o algún culpable. Y por lo general el señalado es el entrenador, que es el primer fusible.
–¿Alguna vez dirigiste un equipo sin urgencias?
–(Se ríe). La verdad que no. Pero eso es lo lindo también. Porque todos los lugares de donde te llaman, lo hacen porque está pasando algo, o hay un recambio y vos tenés que estar rápido, tratar de adaptarte a los chicos. Siempre digo lo mismo: en general no me ha tocado un equipo donde haya podido armar el equipo.
–¿Te gustaría?
–Y pero claro. Es muy linda esa oportunidad, siempre hablando del nivel que uno maneja y con jugadores del ámbito local. Sólo me pasó en Olimpo, desde que decidí ser entrenador. Me contrataron para salvarnos del descenso en la B nacional porque el equipo estaba mal y tenía que sacar muchos puntos, y terminamos saliendo campeones y subiendo a la A. Fue el único equipo que pudimos armar de cero. Todo lo demás fue entrar a un club con el equipo ya armado y el torneo en juego, y adaptarte lo más rápido posible a ese grupo. Y encontrar funcionamiento y resultados. Y a veces te da el tiempo y te esperan, y a veces no te da el tiempo y no llegás. Porque termina diciembre y planificás: vamos a reforzar en este puesto y en este otro. Y la situación económica te limita, porque te dicen que no hay plata y te ofrecen alternativas que por ahí no te cubren la necesidad que tenías. Se te hace difícil en ciertos lugares. Los jugadores juegan la mayoría bien. Pero por ahí tenés tres chicos que hace seis meses que no juegan, o vienen de una lesión y les cuesta agarrar ritmo. Y trajiste a cinco de otro lado. Y hasta que encontrás el funcionamiento te lleva ocho o diez fechas. Si los resultados te acompañan, bien. Pero sino, se complica. Y si agarrás un club del interior, se hace difícil llevar jugadores de la Capital que quieran jugar en el interior. A lo mejor se deciden recién el último día del libro de pases. Es un tema. En el fútbol el equipo que mantiene estructura y no tiene que estar cambiando todos los años tiene una regularidad: no pelea el descenso ni pelea el campeonato. Ahora cuando entraste en ese recambio y no encontrás el equipo, si no aparece el resultado…. He hablado con varios dirigentes de esta situación. Por una campaña muy buena o una muy mala pasa lo mismo: se te desarma el equipo. Por una muy mala hay un cambio de jugadores y generalmente también del entrenador, y por una muy buena también, porque los jugadores que anduvieron bien reciben ofertas y se van. Y tenés que volver a rearmar todo. Y estás siempre en esa. Para responderte la pregunta, nunca hemos tenido un equipo tanto para pelear arriba como pasó con Emelec, Quilmes o Independiente en el ascenso. Después, los clubes que me llaman son para evitar el descenso y tratar de zafar, y gracias a Dios en la mayoría hemos logrado el objetivo. Pero la realidad es que yo no me voy conforme con salvarme del descenso. Yo quiero más. Uno va con la idea de mejorar la estructura, y mejorar así las cosas para el futuro. Sí nos ha tocado, gracias a Dios, promocionar muchos jugadores jóvenes en la mayoría de los equipos que estuvimos, que muchas veces parte de las necesidades de nuestro fútbol. A uno le gustaría promocionar a esos mismos pibes cuando el club está en la buena, que es cuando hay que hacerlo. Y si los resultados no aparecen de entrada esos golpes no son tan duros para el pibe.
–Te viste obligado a amigarte con el mote “De Felippe es un técnico saca puntos”.
–Y sí. Lamentablemente es así. Ya no reniego. A veces el análisis que hacen de tu paso por los clubes es muy cruel. Porque se mira el perder y el ganar, y nada más. Nadie mira si uno intentó jugar bien o dejó una idea armada. No: perdiste o ganaste. Te valoran por eso y uno tiene que tratar de crecer de acuerdo a lo que te toca. Más allá de que sé lo que podemos dar y cómo. Por más que hablen o digan, uno está mentalizado en lo de uno. Para siempre buscarle la vuelta a cada desafío que te toca.
–¿Y se disfruta o se padece ser entrenador de fútbol en la Argentina?
–Esto se disfruta mucho. No hay nada más lindo que ver a un plantel de fútbol convencido de algo que vos le proponés. Y dentro de la cancha ver a un equipo que juega a lo que vos tratás de armar. A nosotros nos tocó pelear el descenso con Olimpo y con Quilmes contra equipos grandes. Y años después me tocó encontrar entrenadores que me confesaron que, en su momento, trabajaban en determinado club y nos venían a ver a nosotros, para ver cómo afrontábamos esos partidos. Porque era el probable rival para pelear el descenso. Y entrenadores que me decían que cuando veían como jugábamos, se daban cuenta que ese no era un equipo para pelear el descenso. Porque estaba bien armado, sabía lo que quería y jugaba muy bien. Eso es lo que más se disfruta. Después podés ganar, empatar o perder. Hay un montón de cuestiones. Pero que los pibes tengan en claro las cosas, y resolver cosas con una mirada desde el banco.
–¿Sirve gesticular o gritar durante un partido?
–Para mí no. Es clave conocer al jugador, para marcarle algo con una mirada o una seña. No me gusta estar como loco fuera de la cancha. Creo que el que está afuera debe transmitirle tranquilidad al que está adentro, y que cuando tiene un problema, que te mire y lo resuelvas con una mirada o un gesto simple, dos indicaciones y listo. Si los que resuelven son ellos…
–¿Lo mejor y lo peor de dirigir a Independiente en la B?
–Todo fue lo mejor. Porque aprendí mucho de todo lo que nos pasó. Lo peor es cuando nos tocaba perder. Porque había un muy buen plantel en una categoría a la cual no estaban acostumbrados, esa es la realidad. Por ahí lo que se generaba alrededor del equipo cuando no ganaba era tener las cámaras todo el día en la puerta buscando un problema. El morbo de haber descendido. Y a mí me gustaba eso porque me sentía útil y podía atajar todo lo que se venía. Lo más importante en ese sentido fueron los pibes, a pesar de todos los problemas que había. Porque encima había dos equipos (Banfield y Defensa y Justicia) que venían muy bien y nos quedaba una sola posibilidad de ascender, que fue el desempate con Huracán. Porque apenas llegamos arrancamos bien, se consiguieron resultados. Pero el Nacional B es un torneo muy complicado. Muy difícil. Como los de Primera. Terminamos la primera rueda muy bien, y siempre estaba ocupado en el inicio de la segunda rueda. Porque llega gente nueva, tenés que reacomodarte tras el receso. Los rivales empezaron a entender la necesidad de Independiente de ascender y nos jugaban de una determinada manera que nos complicaba mucho.
–¿Eso molestaba?
–No. Nunca me gustó criticar el planteo del rival. El desafío es lograr imponerse al rival. El rival siempre hace lo que puede con lo que tiene. Y yo con lo que tengo tiro las cartas sobre la mesa para tratar de ganarte de alguna manera. De eso se trata la estrategia. A mí no me interesa criticarte. Vos hacé lo que quieras. Yo tengo que buscar la forma de neutralizarte e imponerme de alguna manera. Una vez, después de un triunfo, a un entrenador lo fui a saludar y le dije “Disculpame por cómo te jugué”. Porque yo entendí que para ese partido y para ese momento, esa era la manera que tenía para ganar. Y lo ganamos. No se me cayeron las medias por disculparme. Yo ese partido lo tenía que ganar. Ese es el trabajo del entrenador: adaptarte a lo que tenés en base a lo que vas a enfrentar. Cuáles son tus virtudes y falencias, y qué tiene tu rival. Obviamente, con años de trabajo y estás hace mucho tiempo en un equipo vas de otra manera.
–¿Cómo se logra esa estabilidad sin tiempo de trabajo?
–Es que hoy los tiempos de trabajo son muy cortos. Defensa y Justicia y River son equipos que van llevando una idea, y juegan igual en cualquier cancha. Tienen una idea y ya hay un trabajo desde hace un tiempo. Lo mismo el Ruso (Ricardo Zielinsky) en Estudiantes, que tiene una idea y cuando logra imponerla son equipos durísimos. Falcioni también. Es una identidad. Son equipos duros que obtienen resultados, y te gustarán o no, podrán jugar un poquito mejor o no. Hay otros que juegan muy bien y por ahí no ganan. Otro que tiene un estilo muy definido es Gago. Eso está claro y es lo bueno. Lo que pasa es que te toca tener una idea muy clara, y vas a ciertos equipos y si te toca perder, perder, perder es un problemón y tenés que rever algo porque sino es difícil. La idea clara la tenemos todos. Yo llego a un club y tengo un grupo de chico. Bueno, cómo hacemos para que crezcan y tengan la confianza para que afronten un partido que quizás en la previa pueden ser mejores. Por eso lo de Defensa es lindo, porque tiene chicos que uno conoce. Pero quizás la mayoría de la gente que ve fútbol no los tiene. Y uno los ve y ves el funcionamiento. Eso es lo lindo del entrenador.
–Celular en el vestuario, ¿sí o no?
–Es una batalla perdida. Hoy empezás perdiendo si vas por el lado de prohibir el celular. Sí podés sugerirles que, por ejemplo, mientras comemos compartan el momento con sus compañeros. Después, si estamos viendo un video del rival no te pongas con el celular porque no corresponde. Hoy. Es muy importante adaptarse a los nuevos tiempos. Aunque el futbolista en sí tiene formas y códigos que se siguen respetando. Hoy te puede tocar un vestuario con jugadores de otras religiones que a lo mejor rezan en el medio de un entrenamiento. Podés tener un futbolista homosexual en el plantel. Y está buenísimo eso, porque todo es aprendizaje.
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