El coach de Nelson Ledesma se formó en el Jockey Club de Tucumán y ganó en los tres principales circuitos de Europa; “La pelotita me llevó a lugares que para mí eran impensados”, dice
Pueden cambiar los rostros, es posible que aparezcan nuevas figuras. Pero hay referentes en el golf argentino que siempre están, como César Monasterio. El popular “Okin”, como se lo bautizó en el ambiente, no perdió la chance de observar el último VISA Open, en Olivos Golf Club, e interactuar con los protagonistas desde su condición de instructor y coach de Nelson Ledesma. Es una referencia ineludible a sus 60 años, después de haber participado en alrededor de 300 competencias oficiales en los cinco continentes y experimentado un sinfín de anécdotas a lo largo de varias décadas.
Nació en Yerba Buena, Tucumán, forma parte del European Senior Tour (Legends Tour), es presidente del Tour Argentino de Golf desde 2011 y uno de los 13 jugadores del mundo en tener victorias en los tres circuitos más importantes de Europa (European Tour, Challenge Tour y European Senior Tour). Pero su historia en el golf es discontinua, con un episodio que marcó un antes y un después. Un lapso de “ausencia golfística” que le dejó una huella y le sirvió de aprendizaje.
-Varios golfistas tucumanos de las últimas generaciones suelen mencionarte como un “mentor”.
-Guiar a los golfistas tucumanos que me sucedieron me resultó algo muy fácil: les trasladé la educación que me dio el golf. Es lo que yo aprendí y lo que les inculqué a los chicos. El golf te educa, te organiza, te abre las puertas del mundo. La pelotita me llevó a lugares que para mí eran impensados. Cuando era chico, mi vieja me preguntaba cuál era mi sueño y yo le respondía: “Conocer Buenos Aires”. Y al final terminé recorriendo el planeta. Siempre lo digo: el Jockey Club de Tucumán fue mi colegio secundario, mientras que el golf, mi universidad. Y por suerte me pude “recibir” de esto y soy feliz con lo que hago. La remé y mucho en soledad en esa época, porque no había el grupo de jugadores que hay ahora. Hoy el golf es mucho más fácil: se viaja más cómodo, tenés el celular y toda una tecnología que fue mejorando. Les trasladé a los chicos lo que el golf me enseñó a mí, nada más.
-¿Qué recordás de tus orígenes en el golf?
-Llegué a este deporte por mis padres, porque cuando tenía seis años mi viejo trabajaba en una finca donde uno de los dueños era golfista. Justo en el Jockey Club de Tucumán necesitaban una persona para que atendiera el vestuario de caballeros y pasó a ocupar ese puesto. Y también querían a una mujer para el vestuario de damas; así fue como mi mamá Juana y mi papá Pedro empezaron a manejar esos sectores. Me acuerdo que a esa edad ya me daban un palito y andaba por la cancha jugando de un lado para el otro. No hacía otra cosa hasta que después empecé a estudiar. Fui caddie desde los 9 años hasta los 16 y solo hice la escuela primaria.
-¿Cómo fuiste desempeñándote como caddie?
-Se me hizo fácil arrancar llevando palos porque tuve la suerte de que Augusto Bruchmann, un socio con quien hoy mantengo una buena amistad, comenzaba a jugar. Entonces, él tenía 11 años y luego llegó a ser un gran campeón. Aprendí mucho con él en su arranque en el golf y fui caddie casi hasta que me convocaron al servicio militar. Cada vez que llegaba el Abierto del Norte a la provincia, los 25 de mayo, era una cosa increíble. Mientras se disputaba ese torneo me ilusionaba por dentro y soñaba: “¡Qué lindo sería jugar al golf como profesional! Se me metió en la cabeza y bueno…, el sueño se me hizo realidad y luego pasaron muchas cosas. Atravesé momentos duros y tristes porque no teníamos la posibilidad de ser socios y nos dejaban jugar solamente una vez por semana. Esos lunes no iba a la escuela, pero después mis padres me daban una paliza porque me hacía la rata para ir a jugar. Me fajaban con justa razón, la verdad que nunca me gustó estudiar…
-¿Y la intención de no ir al secundario generó otro conflicto?
-Sí, porque mi papá quería que estudiásemos. Le dije que no porque quería trabajar y me llevó a hacer una tarea de albañil, porque él en ese momento ya se había incorporado como camionero en la constructora de un socio del club, hasta que se jubiló.
-Y después te tocó el servicio militar.
-Sí, fue en 1981, en plena dictadura. Mi hermano mayor, Héctor, combatió en las Islas Malvinas y yo estuve a punto de ir a la guerra: estaba incorporado en el Regimiento de Infantería de Montaña N° 21 en Las Lajas, en Neuquén. El mejor regimiento que había combatido era el N° 25 y después le tocaba ir a mi camada. De hecho, dormimos una noche con el fusil y el casco sobre el pecho, porque salíamos a la mañana siguiente. Pero no llegué a volar a las islas porque fue el día de la rendición. Yo trabajaba en comunicaciones y había cometido algunas infracciones porque hablaba por la radio Thompson con alguien que me informaba sobre la situación de mi hermano allá. Si me agarraban averiguando sobre él, hoy todavía estaría en cana… La cuestión es que estuve en el servicio militar durante 14 meses y 16 días.
-Y cuando volviste a la vida de civil, ¿qué pasó?
-Quise jugar al golf pero no se podía, era muy difícil: en el club no te dejaban jugar. Así fue como estuve ocho años sin tocar un palo. Por eso, cuando gané a mis 42 años en el Tour Europeo, los periodistas extranjeros me preguntaban dónde carajo había estado. La realidad es que entre los 19 y los 27 años vendí soda en Yerba Buena. Pero hubo algo clave: me tocaba hacer un reparto que pasaba justo frente al club, los martes y viernes. Iba en una camioneta Chevrolet modelo 46 y me paraba justo debajo de una morera donde estaba el driving range. En ese driving no había nadie, pero yo me detenía cinco minutos ahí y me veía en mi imaginación practicando. Era algo mental, diez minutos a la semana. Y eso que en mi casa no tenía ni plata para comprar palos…
-¿Cómo te insertaste de nuevo en el mundo del golf?
-Después de esos ocho años, un muchacho amigo me dijo: “¿Sabés que dentro de una semana se va a jugar un torneo de profesionales del Norte, con jugadores de Tucumán, Salta y Jujuy? ¿Por qué no venís a jugar?”. Le respondí que no me quería entusiasmar más con este deporte, pero me mordía por dentro y esa noche no pude dormir, porque me preguntaba si ésa era la oportunidad para cumplir lo que realmente quería. No sabía qué hacer y al otro día fui a laburar. Finalmente me mandé al club, donde me prestaron unos palos y practiqué un poco durante cuatro días en el Jockey Club. Y en esas jornadas como aspirante a profesional, tuve la suerte de reencontrarme con Augusto Bruchmann. Nos saludamos y me preguntó: “¿Por qué no volviste al golf? ¿Qué te pasó?” Y le conté que no me dejaban jugar. Pero él había asumido como capitán de cancha y me dio la autorización para jugar todas las tardes, de lunes a viernes. Obviamente jugué el torneo, en donde terminé segundo; prácticamente perdí el título yo en los últimos tres hoyos. Y ni bien concluyó todo, pensé: “Esto es lo que quiero hacer”. Estaba feliz porque era lo que realmente soñaba para mi vida.
-¿De qué manera te encarrilaste en los circuitos?
-Arranqué en 1989 para jugar mi primera escuela del Tour Argentino y no me clasifiqué, pero sí en la de 1990. Le empecé a dar y dar y en 1994 gané mi primer torneo, el Abierto del Litoral. Entre 1991 y 1994 se me habían escapado varios torneos; el Pato Cabrera me ganó muchos, de hecho arrancamos juntos en 1990 y nos hicimos muy amigos. Después, en el Abierto de la República ‘94 terminé segundo de Mark O’ Meara y en el Campeonato de Profesionales de Lagartos quedé como escolta de Armando Saavedra, que me superó por un golpe. Había sido el líder en las dos primeras vueltas…
-¿Y el salto internacional?
-Hasta 2001 jugué por toda América del Sur y gracias al apoyo económico de un grupo liderado por Hugo Flores me abrí camino a Europa luego de triunfar en un torneo en Guatemala del Challenge Tour. Lo estoy contando rápido, pero años después me clasifiqué al Tour Europeo, en donde me adjudiqué en junio de 2006 el título de Saint Omer, en Francia, que fue sin dudas el campeonato más importante que gané en mi carrera.
-¿Qué recordás de aquella victoria?
-Un punto clave fue el último día en el hoyo 7: un par 5 que era muy difícil de llegar en dos golpes, porque la mayoría de los jugadores se jugaba a hacer tres tiros para alcanzar al green. Era muy complicado, con un fuera de límites a la izquierda, una laguna por la derecha y una entrada al green de 10 metros. Ahí pegué el tiro del campeonato. Venía a uno o dos golpes de los punteros y tenía un hierro 2 al que le daba muy bien, con 246 yardas a la bandera y un green que iba hacia el agua. Mi caddie Coco Monteros vio que yo quería pegar con el 2 y me dijo: “¿No te parece que es muy temprano para arriesgar tanto?” Pero yo había visto el tiro y sentido cuál era el palo. Lo ejecuté exactamente como lo había pensado y la dejé a 30 centímetros del hoyo. Así que hice águila ahí, en el siguiente la dejé dada e hice birdie… Después, en el tramo final anoté un birdie en el 14 y en el 18 metí un putt de dos metros para par que fue fundamental, porque terminé imponiéndome por un golpe. Pero me quedó en la memoria aquel hierro 2 con el que la dejé ahí nomás del hoyo.
-Es decir que recién a los 42 años, la edad que tenías cuando ganaste en Saint Omer, se te abrieron definitivamente las puertas de Europa.
-Como decía antes, los periodistas me preguntaban en la conferencia de prensa: “¿Dónde estuviste?”. Y yo no sabía cómo explicarles. Imaginate: cero inglés. Pero nadie podía creer que durante ocho años y en mi mejor edad había estado al margen del golf. Pero tampoco tengo rencores, porque era lo que había en Tucumán. En esa época, tocaba la puerta del club y no me daban bola. Una y otra vez me decían: “Nadie puede jugar”. Entonces en su momento me resigné y dije: “Ya está”.
Y finalmente, la gira de veteranos.
-Tuve un año “gratis” para jugar en lo que ahora es el Legends Tour de Europa. Lo bueno es que participé en varios campos que conocía de memoria del Challenge Tour y llegué a ganar uno de los once torneos que disputé, el English Senior Open de 2014, además de obtener dos segundos puestos y cinco top-ten.Terminé como “Novato del Año”, aunque es cierto que el Senior Tour Europeo había aflojado en aquella época como circuito, porque disminuyó la cantidad de torneos del calendario; antes había entre 20 y 25 certámenes en la temporada.
-Eduardo Romero fue uno de tus contemporáneos, además de Cabrera.
-El Gato era alguien espectacular, una persona muy abierta, noble y querida. Jugamos en pareja en la Copa del Mundo 1995 en China. Estábamos en habitaciones distintas y de repente me sonaba el teléfono de alguien que me hablaba en chino; yo sabía que era él imitando el idioma. Después me empezaba a hablar en inglés y no le entendía nada. O de pronto me llamaba para preguntarme cómo estaba. “¿Qué estás haciendo en la habitación, Tucu?”. Y yo le respondía: “Nada, tratando de entender qué dicen en la televisión”. Entonces me proponía: “Venite a mi habitación, que te voy a contar unos cuentos”. Y me quedaba horas escuchándolo, era una cosa increíble.
-¿Qué te quedó pendiente en tu carrera? Una frustración habrá sido no haber podido entrar a la gira de veteranos de los Estados Unidos…
Así como disfrutamos con mi coach Enrique Martínez Luque de un montón de triunfos y alegrías durante mi carrera golfística, también sufrimos bastante. Nunca entendí lo que me pasó en el final de la Escuela Clasificatoria del Champions Tour en 2014 en Panther Lake Golf Club, en las afueras de Orlando. Sí sabía que era una enorme oportunidad y estaba convencido de lograr mi objetivo en esa clasificación: ganarme la tarjeta. Venía de pasar la primera etapa en Montgomery, Texas, y llegué a la final confiado y decidido; jugando muy bien. El torneo se jugó en un canchón, muy difícil. Cuestión que en la final estuve a dos golpes de los punteros el primer día y luego de la segunda ronda pasé al frente, con 137 golpes (-7). En la tercera vuelta hice par y caí al segundo lugar, a tres golpes de Frank Esposito, que finalmente terminó ganando la clasificación. En la ronda final me mantuve hasta el hoyo 16 entre los cinco primeros, que eran quienes obtenían la tarjeta para la temporada 2015 del Champions Tour.
-¿Qué pasó a partir de ahí?
-Y… faltando tres hoyos tuve un final catastrófico. Venía de hacer birdie en el hoyo 14 (par 5) y un buen par en el 15 (par 3), un hoyo difícil. En el par 4 del 16, después de un buen segundo tiro la dejé a cinco metros para birdie. El primer putt tocó el borde del hoyo y se pasó 50 centímetros. Después, por exceso de confianza o vaya uno a saber por qué, erré ese putt cortito. Igual, todavía estaba dentro de los cinco mejores. Luego fui al par 3 del hoyo 17 (167 yardas, con agua en el frente del green) y ahí sí tuve mala suerte. El tiro de salida era sobre la izquierda, por el viento en contra que había. La pelota pegó en un árbol a la izquierda del green y terminó en el agua. Hice doble bogey y ahí ya no entendí más nada. En el hoyo 18 (par 5) pegué un muy buen drive, luego una buena madera 3 y dejé la pelota a 60 yardas del green, que tenía doble plataforma. El tercer tiro picó a la altura del hoyo y por el backspin cayó de derecha a izquierda hasta el fondo del green. El primer putt, muy largo, se pasó un metro y medio, luego lo fallé y terminé haciendo bogey.
-¿Cómo terminó todo?
-El final fue simple, pero horroroso. Nunca lo entendí. No se adecuó para nada a la manera en que había jugado los 69 hoyos anteriores, que habían sido perfectos. Y lo que me pasó no fue porque hubiera pegado mal. Se fueron dando estas situaciones muy raras que te acabo de contar. Siempre quise encontrarle una explicación a lo que me pasó y nunca lo logré. Sin dudas, fue un gancho al hígado que sentí con mucho dolor. De casi tener la membresía completa para la temporada siguiente del Champions Tour, pasé al puesto 11° de la clasificación, con categoría condicional. Y en 2015 jugué solamente dos torneos (en Iowa y en Canadá) de este circuito y tres Majors (PGA Senior Championship, US Open y The Open Senior Championship) por haber terminado quinto en el ranking del European Senior Tour el año anterior.
-¿Cómo definirías el talento argentino en el golf, con todas las figuras que surgieron y que cada tanto dieron grandes impactos?
-Imaginate si tuviéramos un orden, o la posibilidad de canalizar todo y enfocarnos por este deporte y crear figuras. El talento está, pero todo se dio de manera individual. Los grandes jugadores argentinos vinieron de su condición de caddies y después, golfistas como Tano Goya o Emiliano Grillo marcaron otro camino. La situación cambió porque ya no tenemos la “escuela pública”. Se perdió la figura del caddie y con ello una fuente de trabajo y de oportunidades tremendas. Principalmente para todos los que venimos de abajo, sin los recursos de poder acceder a una escuela privada. Hay que decirlo: lo dañamos.
-Seguramente todo se complicó porque se generó una cultura del juicio a los clubes por parte de los caddies, asesorados por sindicatos.
-No tengo nada en contra de los sindicalistas y los abogados, pero les llenaron la cabeza a los muchachos. Ningún club de Tucumán afrontó un juicio llevado adelante por un caddie, pero a mí no se me ocurriría hacerle un daño a una entidad que me formó, me educó, me incentivó a crear una carrera, me permitió formar una familia y me condujo a llevar una vida ordenada. Pero bueno, hoy son juicios inculcados por personajes y caranchos. Realmente se arruinó una fuente de trabajo y una profesión. Y la Asociación Argentina de Golf está haciendo la labor de alto rendimiento que deberíamos hacer nosotros, los profesionales.
-¿Qué más falta hacer en el golf argentino?
-No da abasto lo que hace solamente la AAG. Hay que hacer mucho más, porque el golf no está centralizado en Buenos Aires. Esto tiene que ser un trabajo formativo de las federaciones para luego ser canalizado por la Asociación. De hecho, hay un proyecto para capacitar a los profesores en la enseñanza de golf para los más chicos, porque el objetivo es crear los nuevos talentos.
-¿Cómo cambió al golf la tecnología?
-Este deporte se hizo físico y la tecnología lo ayudó. Los chicos se matan en el gimnasio y pegan 330, 340 yardas. Yo empecé a hacer gimnasia cuando tenía 40 años porque en esa época se decía que hacer ejercicio para el golf te endurecía. Hoy son atletas y los nuevos elementos tecnológicos equilibraron al talentoso con el que no lo es tanto. Fijate que ahora, a las canchas las hacen de goma, los muchachos de hoy no tienen par 5, se vio en el último VISA Open en el Olivos Golf Club.
-¿Creés que el golf argentino podría pisar hoy mucho más fuerte en el contexto internacional?
-Seguro, porque se perdieron muchas generaciones. De todas ellas, si se hace un buen trabajo tenés que sacar algunos buenos. Los talentos en nuestro país están, lo que pasa es que muchos arrancan desde la oportunidad. Si no tenés chance de probar el deporte, no sabés si te gusta o no. Y una vez que te gusta un deporte empezás a soñar, te ilusionás, te proyectás y te ponés objetivos… Empezás a planificar.
-¿Qué pensás del LIV y sus premios exorbitantes?
-Yo estoy de acuerdo con que exista una liga mayor, una liga selecta en donde estén los mejores 30, 40 del mundo y tenga sus torneos especiales. Pero me parece que ganan demasiado dinero. Si te sostenés en el PGA Tour, ya el dinero te sigue sumando y nada más. Pero el que está peleando en los tours más chicos o con ganas de llegar hasta el circuito mayor les cuesta el doble, el triple. Entonces, veo que la torta está mal repartida. Por ejemplo, el nuevo circuito del PGA Américas: ahí las bolsas de premios deberían ser mayores. Si hoy un chico tiene una oportunidad y cuenta con una categoría para jugar en esta tercera gira, ¿cómo se mantiene si gastás un promedio de 80.000 dólares anuales, siendo que las bolsas totales de los torneos son de apenas 225.000 dólares? Hay jugadores que llegan a tours mayores en un año o dos, pero hay otros que, por diferentes motivos, necesitan tres o cuatro. Y si encima están flojos de sponsors y todo lo demás… ¿Cómo hacen para poder llegar? La carrera en el golf es una cuestión de tiempo y creo que la situación cambiaría si esas bolsas aumentaran a 500.000 dólares. Por ejemplo, el Korn Ferry, de donde forma parte nuestro Abierto, es una gira consolidada, muy firme y es el verdadero trampolín para saltar al PGA Tour, con bolsas de un millón. El problema está en esa primera base de lanzamiento.
-¿Quién es el jugador que más te conmovió entre los argentinos?
-Y… el Pato Cabrera, porque lo viví con él. A mí no me lo contaron. A Roberto De Vicenzo nunca lo vi jugar de joven, pero lo que hacía en su momento Cabrera era una cosa tremenda, además de lo que logró. No quiero ser injusto con los demás y sus éxitos, pero me quedó con él por su mentalidad ganadora. Es alguien que trabajó mucho en su swing, hasta que pudo pegarle a la pelota como él quería, de izquierda a derecha. Y listo: a partir de ahí se propuso objetivos. Además, él se preparaba para ganar los torneos grandes. Me acuerdo que me decía: “Yo voy a ganar Majors, a mí no me rompan las bolas con otros torneos”.
-¿Y de los extranjeros?
-Me quedo con Tiger Woods y tuve la suerte de jugar en un mismo torneo con él en 2006. Como había ganado en Saint Omer, me clasifiqué para el HBSC de China, en donde participaban los campeones de los torneos de esa temporada. Tuve la suerte de tenerlo a dos metros, pegando al lado en el driving range. Sentía que me temblaba la tierra cada vez que él pegaba un tiro. Simplemente lo saludé y le dije que lo admiraba, eso fue todo el contacto.
-Sos el coach de Nelson Ledesma, ¿Cómo lo vas llevando?
-Hoy Nelson no tiene una categoría firme para armar un calendario; dependemos de los resultados. El año pasado habíamos tenido un primer semestre muy bueno y el segundo resultó muy malo, por desgracia. Sucede que el golf no es solamente pegarle a la pelota: el jugador tiene sentimientos, sufre y, muchas veces, los problemas de la vida diaria aparecen cuando vos más necesitas estar concentrado en la cancha. Hoy tenés que disponer de un equipo de trabajo, un coach, preparador físico, psicólogo, manager. Y en ese entorno, Nelson lo está haciendo muy bien: no espero otra cosa que no sean buenos resultados, es una cuestión de tiempo. Vos podés tener todo, pero muchas veces no te queda otra que esperar. La clave del éxito es la paciencia y transmitirle tranquilidad al jugador. ¿Cuál es el apuro? ¿Por qué esa ansiedad y desesperación por estar ya en el PGA Tour? ¿Para qué, si no estás preparado? El objetivo llegará cuando tenga que llegar, pero no enloquecerse y obsesionarse con el PGA Tour.
-El golf muchas veces es utilizado como una metáfora.
-Lo único que debés tener en el golf es un orden en el día a día y una disciplina, porque después este deporte te educa. En la vida hay que llevar la pelota por el fairway. Después, si querés andar por el rough… así te va a ir. Hoy soy abuelo, tengo dos nietos, Bautista y Ambar, y la verdad que el golf significó para mí el mejor regalo. A los chicos en Tucumán siempre les digo: “En la vida tienen que hacer como una vuelta de golf. Si vas por el fairway no tenés problema; en el rough más o menos, pero si te metés entre los árboles estás complicado”. Es saber pararte en cada momento ante diferentes situaciones.
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