El jugador de 33 años, profesional desde 2007, transitó todo el camino de aprendizaje hasta llegar a las dos grandes giras de Estados Unidos; ahora, pelea desde el Korn Ferry
Nelson Ledesma se compara con esos clubes que siempre fluctúan entre el Nacional B y la primera división del fútbol argentino. Es un ex caddie que se arremangó desde sus orígenes humildes en Tucumán hasta merodear la elite del golf mundial, alternando en el PGA Tour y el Korn Ferry, según fueron dándose los resultados. Esta semana arrancó el año en Bahamas, correspondiente al segundo circuito norteamericano, con el sueño de volver a la gira en donde están los mejores, como supo figurar desde 2019 hasta 2021. Sin dudas, una tarea para elegidos, pero el tucumano ya sabe en qué consiste esta misión.
“Muru”, como se lo conoció desde siempre, recuerda cómo cambió su filosofía desde hace unos años a esta parte. “En mi primera etapa en el Korn Ferry solo apuntaba a salvar la tarjeta. En junio de 2018 le dije a mi manager: ‘No me siento capacitado para jugar en el PGA Tour’. Ese año había quedado muy cerca de subir y al año siguiente arranqué con otros objetivos y mentalidad, hasta que ascendí a la gira principal jugando muy bien. Después perdí la tarjeta y ahora sí me gustaría clasificarme de nuevo al PGA Tour, porque ya conozco las canchas”, le asegura a LA NACION este jugador de 33 años que se inició como jardinero y caddie en Las Yungas Country Club de Tucumán, allí pegado junto al cerro, junto con su padre David. Una familia, los Ledesma, que a finales de 2001 y en medio de la desesperación, tuvo que arrancar de cero después del cierre de la panadería, un negocio víctima del descalabro socioeconómico del país de aquella época.
-¿Cuál fue la primera impresión que tuviste cuando empezaste a jugar en el PGA Tour?
-El primer año en que fui miembro me sorprendía todo; era ver en vivo a esos jugadores que siempre había mirado por la tele, la manera en que ellos me trataban, así como también el público y los voluntarios. Además, el tema de las indumentarias y cómo las marcas están encima de uno. Te tratan como a un rey. Recuerdo que los responsables de Titleist [compañía de equipamiento de golf] me dijeron: “¿Te gustan las carreras de autos? Bueno, esto es la Fórmula 1. Acá vas a tener todo lo que necesites y contá con lo que podamos ayudarte”.
-¿Hubo algo que te haya sorprendido en particular?
-Jugué la última vuelta del Byron Nelson con Bryson DeChambeau, que en ese momento era el N°1 del mundo, y me sorprendió lo fuerte que pega. Pero además, muchos otros jugadores: Rory McIlroy, Max Homa, Justin Thomas, los vi a casi todos jugando en el campo. O que adelante de mí en Torrey Pines estuviera pegando Tiger Woods… era imposible jugar. Yo iba detrás de él y parecía que para la gente solo había un golfista en la cancha. Igualmente, Rory es el jugador que más me gusta.
-¿Qué tan lejos o cerca te sentías a nivel golfístico respecto de las estrellas?
-En realidad me sentía bien en el Korn Ferry, porque las canchas no están preparadas de manera tan exigente como en el PGA Tour. En el KFT no tenés casi rough; en cambio, en el circuito mayor los campos son más pesados y bastante largos. Lo que me pasaba cuando jugaba en el PGA Tour era que llevaba una molestia en el hombro izquierdo y no quería parar porque ya formaba parte del mejor circuito, pero a la vez necesitaba frenar porque no podía más del dolor. Era un problema que venía de arrastre desde 2015 y siempre estaba en rehabilitación. En un momento fui a ver a un kinesiólogo a Mar del Plata que había trabajado en la NBA y en el Napoli; un grosso con el que estuve bajo su atención siete días seguidos. Volví al gimnasio, hice unos lanzamientos y el hombro me empezó a doler de nuevo, hasta que me operé y quedé parado siete meses en 2022. El año pasado pensé que iba a ser mucho más fácil, me sentía sano, preparado y sin molestias. Arranque muy bien, pero desde mediados de año empecé a bajar mucho nivel, a jugar mal y fallé en varios cortes. Quedaba afuera por un golpe, una y otra vez, y me fui presionando. Nunca pude entrar en ritmo de nuevo.
-¿Cómo te funciona la cabeza cuando no podés afianzarte?
-Muchos jugadores tenemos un equipo atrás: mi psicólogo Pablo Pécora, mi manager Adrián González, mi preparador físico Hernán Brisco... Trato de respaldarme en ellos, que me mantienen enfocado. Hace un tiempo empecé a perder un poco las ganas, sentía que el juego se me estaba yendo y no podía encontrarlo. Encima, jugando un torneo en Springfield, Missouri, me corté un dedo y me tuve que bajar de aquel certamen y del siguiente. Me pasó que quise guardar la bolsa en el baúl del auto, se me resbaló y me pegué contra una chapa, me empezó a doler muchísimo. Con la herida y la falta de confianza sentía que se me iban alejando las chances. Esa presión de querer pasar el corte para sumar unos puntos y salvar la tarjeta es lo que me fue presionando y me estresó mucho.
-¿Tenés algún ritual para calmarte?
-Cuando no estoy jugando bien, siempre pienso en dónde estaba antes, cuando llevaba palos como caddie. Eso me deja tranquilo y procuro seguir luchándola. Tengo dos hijos, una familia y ésa es mi motivación. Siento que pertenezco al golf de Estados Unidos, tanto del Korn Ferry como del PGA Tour. Sé que tengo el juego y la capacidad como para estar allá. Soy como un equipo de fútbol que puede estar siempre entre el Nacional B y primera división. Antes, en Argentina me costaba ganar, pero en 2023 jugué pocos torneos y gané dos. Esa es una señal.
-Ya no sos el “Muru” de antes, hiciste un salto de nivel.
-Lo siento cuando llego a los clubes de nuestro país, por la manera en que me recibe la gente. Ante veía que en las comidas que se armaban estaban Ricardo González, el Pigu Romero, el Pato Cabrera, Rodolfo González, Rafael Gómez… Ahora me invitan a mí a esas cenas para compartir y estar con los sponsors. También lo veo en el público; percibo que la gente me viene a ver y me da ese plus, porque espera algo de mí. En los torneos locales ya me siento que tengo chances de ganar, un candidato natural, porque la gente te lo hace sentir.
-Tus mejoras también se observan en el aspecto estético a la hora de jugar. Antes no tenías problemas en mostrarte desalineado.
-Sí, Cabrera me decía: “Ehh, andá a cortarte el pelo”. Y César Monasterio me ayudó mucho tiempo desde el aspecto económico, para que yo pudiera empezar a mis 16 años. Siempre me aconsejaba y me decía: “Afeitate, cortate el pelo”, y a mí encima nunca me gustó jugar con gorra. Ahora lo hago por las marcas, pero antes tenía el pelo mucho más largo. También, a través de su tío, el Pigu Romero me regaló en su momento unos zapatos de golf que me quedaban chicos y no podía caminar; igual los usaba en el Tour Argentino sacándoles las plantillas. Y si tenía que jugar en zapatillas, lo hacía.
-¿Y tu papá cómo te ayudó en tus comienzos?
-Él se llama David, tiene 60 años y sigue trabajando en la cancha de 9 hoyos de Las Yungas Country Club. Se metía en las lagunas a sacar las pelotas y las mejorcitas me las daba para que yo viajara con ellas. Después, si conseguía, jugaba con guante. Y si no, no tenía problema. Ahora es todo completamente distinto: te arman los palos a medida, las pelotas que vos quieras tener… Cuando arranqué en el PGA Tour me mostraron modelos de pelotas y me dieron la chance de si prefería blandas, duras, que recibieran, que volaran bajo o con más altura… Lo mismo con los palos: si querés que los tiros salgan a la derecha, a la izquierda, bajo, alto. Te preparan todo.
-¿Te llegó a abrumar tener tantas cosas a tu disposición, a diferencia de tus humildes comienzos?
-Sí, cuando llegué al PGA Tour, todo ese show me hizo tambalear. Me acuerdo que cuando debuté en el torneo Greenbrier, el hombre de Titleist me dijo: “Bueno, esto no es el Korn Ferry, sino el PGA Tour. Es como la Premier League, lo mejor”. Y ahí nomás quise probar un driver. Me trajeron uno con siete u ocho varas, empecé a evaluar y a cambiar el grip. Después me trajeron los wedges, los hierros y quería de cara negra, de cara dorada… Iba cambiando. Y eso también me confundió mucho. Ahora ya estoy mucho más tranquilo: tengo mis palos y juego con ellos.
-¿Algún cambio de equipamiento te terminó perjudicando?
-El año pasado, cuando salieron los hierros nuevos, sucedió que un encargado de la marca apareció en un auto BMW con todos los palos y me comentó que habían variado por un tipo de golpe más suave. Mi manager me advirtió que no era obligación cambiarlos, pero a mí me gustaron. Antes de ese encuentro venía jugando bien, pasando todos los cortes y con un décimo puesto obtenido en Chile. Pero ya cuando empecé a usar los palos nuevos no pasé el corte en el primer torneo. Volví, no llegué al fin de semana otra vez y seguí jugando así de mal. Y cuando volví a Tucumán recuperé los palos viejos, con los que pegué como nunca y hasta gané el Abierto del Norte en septiembre de 2023. Al volver a mis palos sentí el golpe distinto, las pelotas volaban como yo quería de derecha a izquierda, mientras que con los otros se iban todos los tiros a la derecha. A veces, la abundancia perjudica mucho. Por eso es que al día de hoy me mantengo utilizando los palos viejos.
-El idioma inglés fue siempre una complicación importante para los golfistas argentinos de tus características. ¿Cómo lo manejaste?
-El tema del idioma es una influencia grande, como también le ocurre a Augusto Núñez, otro tucumano. Soy perfil bajo de por sí, pero al no saber hablar inglés me escondía un poco más, no quería ir al Club House ni que nadie me dijera nada. En las líneas con los jugadores también: esperaba que ellos salieran caminando y yo caminaba detrás. No podía hacer lo que hacía siempre, eso de caminar adelante y mostrar, digamos, que estoy jugando. Me apichonaba un poco. Mi caddie me decía: “Vos hacé birdies que yo me encargo de hablar si tenemos que hacer notas”, porque a mí me daba miedo. Yo pensaba: “¿Cómo hago si juego bien y después tengo que dar una entrevista?” El primer año viajé con mi manager y me ayudó muchísimo, pero fui aprendiendo lo básico de inglés para poder defenderme. Hoy viajo solo y puedo hablar con las marcas y pedir palos para lo que necesite. Todavía no logro establecer una conversación, pero sí me doy maña para atender las necesidades para jugar, como las cuestiones de reglas con los marshalls.
-¿Te pusiste a estudiar?
-En pandemia empecé por Skype con una señora norteamericana que vive en Barcelona; me ayudó mucho, pero siempre estuve buscando la forma de aprender el idioma porque sentía que no podía decir nada, era algo que restaba mucho para mí; eso de llegar al Club House y no poder pedirme una Coca, lo más mínimo. Siempre participé en los Pro-Am del Korn Ferry y vos no sabés con quién estás jugando. Los amateurs te quieren conversar, te quieren preguntar y no poder conversar me hacía sentir muy inútil. Eso me ponía mal. Cuando me consultaban algo, yo les cortaba en seco y no sabía si estaba bien o no. En el colegio hice hasta séptimo grado, nunca tuve inglés de base. Ahora mi hijo Lorenzo, que tiene 8 años y va a un colegio bilingüe, habla más inglés que yo. Y después está Justina, de cuatro años.
-¿Evaluaste alguna vez instalarte en Estados Unidos?
-Sí, lo estudié mucho con los sponsors después de haber subido al PGA Tour en 2019, cuando me propusieron irme a vivir a Estados Unidos con mi familia. Pero llegué a la conclusión de que mis hijos, que en su momento eran muy chiquitos, y mi señora, no iban a tener allá la ayuda que tienen en Tucumán cuando no estoy. Porque cualquier cosa cuentan en mi provincia con mis padres y mis suegros, siempre hay alguien. O el vecino. En cambio, Estados Unidos es muy individualista, vos al vecino no lo conocés… Si fuese por mí, residiría en Norteamérica por la facilidad, porque no pasás el corte y volvés a tu casa, estás con tu familia, descansás y volvés a jugar. Además, ahí están jugadores amigos míos como Abel Gallegos, Mateo Fernández de Oliveira y el propio Martín Contini. Viviendo en Tucumán, a veces se complica: me perdí algunos torneos del PGA al no poder viajar por un tema de combinación de vuelos.
-¿Qué relación tenés con Andrés “Pigu” Romero, el gran referente tucumano?
-Somos muy buenos amigos, nos llevamos muy bien, siempre estuvo ahí para aconsejarme y ayudarme con palos e indumentaria, un montón de cosas. Estuvo pendiente de mí y me recomendó ante los sponsors. Se empezó a bajonear un poco en el PGA Tour después de que se rompió la mano al golpearle a un cartel, mientras jugaba un torneo Stableford en 2015 en Reno, y en donde buscaba para salvar la tarjeta. Y ahora también andaba con ganas de volver a jugar, estaba practicando y había participado en el PGA Latinoamérica para ver si llegaba el Korn Ferry, pero lamentablemente se le cayó una mesa de vidrio en la mano y se cortó dos tendones y tres nervios. Ahora tiene seis meses para su recuperación para ver si tiene movilidad en el dedo. Me mandó una foto: creo que en el brazo le dieron 16 puntos, una verdadera lástima.
-¿Cómo analizás tu juego?
-Mi punto débil es el juego corto, desde las 100 a 30 yardas. Vengo con ese problema hace dos años más o menos y lo vengo trabajando. Quiero cambiar algunas cosas y es como que al final vuelvo a lo mismo. Siempre fui un jugador de sensaciones: antes ni contaba las yardas. Caminaba por caminar para no jugar tan rápido, pero yo miraba y pegaba. Me preguntaban cuántas yardas pegaste y yo respondía “No sé”. Y me sigue pasando hoy, por eso es que quiero cambiar un poco y saber que estoy haciendo un swing para tantas yardas. Que si hago un swing de tres cuartos pego 40 o 70, las yardas que sean, pero necesito mejorar mucho el juego corto. El fuerte mío siempre fueron los hierros medios; el 7, 6, 5...
-¿Qué opinás del golf argentino?
-Se perdió un poco, pero los jugadores están. Es algo muy loco, porque a pesar de que no hay muchos torneos en nuestro país, siguen saliendo buenos golfistas. Tampoco veo que haya una buena “escuela” en Argentina para los profesionales. Si tenemos siete torneos a nivel local es mucho: el Abierto del Norte, Córdoba, Rosario, Bahía Blanca... Cuando empecé a jugar, el calendario en la Argentina empezaba con cuatro torneos en la costa atlántica, teníamos 17 certámenes de 72 hoyos. Yo lo veo ahora con mi hermano Leonardo, que en 2023 ganó el Norpatagónico, y para jugar el siguiente torneo esperó como dos meses. Así no podés agarrar ritmo nunca. Y los montos en el exterior son muy superiores: hace poco me invitaron a jugar un torneo en Chile por 70.000 dólares. En México hay un tour de 100.000 dólares, y si juegan 20 mexicanos es mucho.
-¿Qué modelos tomaste cuando empezaste a jugar?
-Cuando Pigu Romero empezó en el Tour Europeo yo recién arrancaba a jugar y quería ser como él. Después, cuando lo conocí a Angel Cabrera, quise ser como el Pato. Lo que tuvimos siempre en Tucumán fue una buena escuela; mi padre siempre me decía que el día que le ganara a César Costilla, a Jorge Monroy, Julio Núñez, el Topo Argiró, Monasterio o a Pigu, podía ganar donde fuera. Eran siete u ocho jugadores que siempre triunfaban en el Tour Argentino.
-¿Cómo fueron tus comienzos?
-Arranqué como caddie a los 12 años y a los 16 me mandaron a jugar a la escuela en Buenos Aires. Temblaba, ni siquiera había visto una autopista. Y cuando le gané a Pigu en Termas de Río Hondo a los 20 años empecé a pensar más en grande y ya empecé a decir: “Quiero vivir del golf”. O sea: tener mi casa, mi auto y vivir bien para ayudar a mi familia. Y se me fue dando. Cuando me junté con mi manager en enero de 2016, me dijo: “El único problema es que no vas a tener excusas”. Y así fue. Me dio todo y lo aproveché. Había dos posibilidades: ser uno más del montón o un profesional de golf. Me ayudó muchísimo a estar donde estoy hoy; yo estaba como loco, porque pasé de ser un caddie a contar con una tarjeta de crédito. Se me facilitó mucho todo.
-Y otra vez, la figura de tu papá…
-Mi viejo es un enfermo de golf y de lo que hacemos con mi hermano Leonardo. El siempre me ayudó y es el que me daba clases. Hasta el día de hoy, cuando vuelvo y por ahí estoy perdido, le pregunto: “Pa, ¿qué ves vos?”. Entonces me dice dos cositas y me ayuda cuando juega con nosotros allá en Tucumán. Es el que siempre está cuando termino de jugar la vuelta que sea, en donde fuere. Siempre me manda mensajes para felicitarme, alentarme o decirme: “No bajes los brazos, porque acá está tu familia que te espera”. Cuando me tocó ganar, casi nunca me escribió, esperaba que yo llegara a la casa, porque sabía que me escribirían muchos, así que esperaba su momento. Le debo mucho.
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