Lo individual es el contenido
Se murió el tiempo que nunca nació. Las horas-trabajo y las horas-preparación quedaron lejos en los proyectos y pasaron a ser testimonio de nuevas formas de armar un equipo, sin lugares para los recursos creativos. Algo así como adecuar la metodología de construcción a las urgencias que se alimentan de lo artesanal hecho a máquina. Por ello, el técnico, coincidiendo con lo que fui adelantando desde hace mucho tiempo, se siente más en el papel de seleccionador que en el de entrenador, en una función limitada por la realidad de un fútbol argentino que cambió de domicilio.
Llegó el momento de competir; quizá el de jugar, con la obligación de ganar y, si es posible, con el valor agregado de una buena producción. El recorrido de esta etapa de clasificación ofrece pocas variantes. No se separa de la programación establecida: encontrar un lugar para el próximo Mundial y -en ese caso- la aspiración de figurar entre los primeros cuatro del mundo. Parece imposible no lograr uno de los pases con destino a Corea-Japón, con cuatro lugares y medio en disputa. Más allá de la presencia de los brasileños, la Argentina cuenta con las mejores posibilidades.
El crecimiento del fútbol profesional en países que, habitualmente, no accedían a la gimnasia exportadora hoy los pone en condiciones parecidas con aquellos que permanentemente ubican sus mejores productos en otros mercados. Paradójicamente, esos avances determinan un retroceso. Es casi imposible desarrollar las etapas de preparación en las selecciones nacionales. Los que menos tienen sufren, y los ricos-pobres manejan su capital futbolístico con agilidad y reflejos adecuados a lapsos cortos. Así se inicia la etapa que para algunos será eliminatoria, y para otros, de clasificación.
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La selección argentina estará conformada por un altísimo porcentaje de jugadores que actúan fuera del país. En ese espectro se entremezclan figuras de alto rendimiento con otras que no pasan por su mejor momento y con algunos que pelean por una asignación titular. El técnico repetirá una alineación parecida a la de los últimos encuentros; con jugadores en los que ha invertido más tiempo y sin encontrar en el ámbito local algún protagonista capaz de escribir una historia diferente. Por lo tanto, se inclina por la experiencia que vincula al técnico con el jugador y viceversa. Y entre todos intentando alejar los fantasmas que se visten de supuesta falta de voluntad, pasión, sacrificio o sentimiento. Es que la experiencia permite resolver con frialdad en momentos trascendentes, pero, a veces, la trascendencia de los momentos exige menos frialdad que la que marca la experiencia.
Las variantes pueden ser pocas. Si la dinámica del fútbol construye y destruye las líneas teóricas que fijan posiciones, los esquemas utilizados por la selección nacional no se apartan mucho de una lectura sencilla. Si Bonano será el arquero y habrá un libre, dos marcadores, dos laterales volantes, un tapón en el medio, otro suelto, dos extremos y un centrodelantero, los cambios en el funcionamiento los darán las individualidades. En ese sentido, suponiendo a Ayala como libre, a Chamot o Pochettino junto con Samuel como stoppers, a Zanetti, Simeone y Sorin o González, Verón, Ortega, Batistuta y Gustavo López o el mencionado González, poco puede sorprender. Metiendo en el fondo a cuatro o cinco jugadores, según el ataque contrario, retrasando a los laterales o con el retroceso del volante central, y liberando al resto en una gestión ofensiva sin y con la pelota, las variantes serán producto de una espontaneidad programada. Lo posicional en el papel está resuelto; resta lo indispensable: las actitudes individuales, los comportamientos personales que le pongan contenido a las ideas.
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