Aquella paliza de los All Blacks que cambió la historia del rugby argentino
CHRISTCHURCH, Nueva Zelanda.– Los que van a jugar esta final no son los Pumas. Y tampoco son los All Blacks. Pero la referencia del hecho no es antojadiza. El 21 de junio de 1997, la Argentina sufrió la derrota más dura de su historia. Fue por 93-8, en Wellington. Los visitantes, 100% amateurs, casi nada sabían de ese nuevo torneo que se llamaba "Súper 12". Un certamen profesional que por entonces llevaba apenas dos temporadas y que tres semanas antes del test-match mencionado había consagrado campeón a Blues, equipo neozelandés.
Hoy son 15 los conjuntos en vez de 12. Se llama "Súper Rugby". Pero otro grupo de jugadores forjados con la identidad nacional se encuentra en la tierra del mejor rugby del planeta. Jaguares, este equipo compuesto por un 90% de los argentinos que seguramente irán al Mundial este año, se medirá con Crusaders, que tiene 17 de los 50 rugbiers que integran la preselección de los hombres de negro para Japón 2019.
Los locales siguen siendo los favoritos, por supuesto. Pero los argentinos esta vez tienen alguna chance de ganar. No como hace 22 años, cuando un triunfo era solo una expresión de deseo, una frase piadosa en una charla motivacional. "El que no crea que está en condiciones de ganarles a los All Blacks, mejor que no entre en la cancha", fue la arenga de Alex Wyllie, el reputado formador nacido en esta ciudad y que había dirigido a Nueva Zelanda en el Mundial de 1991. Era uno de los entrenadores (el otro, José Luis Imhoff). ¿Alguien podía creer aquellas palabras?
Lo que pasó es conocido. Una paliza durísima. Eduardo Simone, que jugó aquel encuentro y hoy es comentarista de ESPN, está en Christchurch para cubrir la final de este sábado. "Lo que recuerdo de ese partido es que teníamos tristeza. Y mucha impotencia por vernos superados de esa manera", dice.
"Faltando tres minutos, Fitzpatrick, el capitán de los All Blacks, le pidió al árbitro que lo terminara para que no nos comiéramos 100 puntos", contó Mauro Reggiardo hace tiempo. La crónica de la nacion de aquel año lo testifica. El partido terminó antes. No tenía ningún sentido.
Imhoff, que apenas concluyó el juego hizo una evaluación deportiva del encuentro, al día siguiente fue lapidario: "Vi el video del partido y fue mucho peor que lo que me había parecido en la cancha: no podemos jugar en este nivel, no con la preparación física actual".
Simone señala que en aquel momento hubo diferencias entre los entrenadores respecto a la forma de marcar. "Estábamos empezando un sistema y la decisión fue marcar wing con wing [algo inusual]. En el segundo tiempo lo cambiamos. Íbamos a perder de todas formas, pero eso generó más dudas". Y recuerda a Wyllie: "Con nosotros fue un tipo básico, frontal y estructurado. Y clave para organizar al equipo en un momento difícil. No hay que olvidar que ese mismo año, unos meses después, le ganamos a Australia".
Diego Albanese integraba ese plantel. También él dio una visión cruda de lo que pasaba: "Fue el punto de inflexión. Todos nos dimos cuenta de que no podíamos seguir así. No solo por lo deportivo: estábamos poniéndonos en riesgo con esa diferencia física".
La Argentina fue el último de los países del Tier 1 que aceptó el profesionalismo. Durante años dio una ventaja injusta que se trasladaba a esos marcadores despiadados. Después del 93-8, perdió el segundo test por 62-10: 155 puntos en dos partidos. El periodista local Phil Gifford, de Sunday Star, de Auckland, escribió en 1997: "Los All Blacks juguetearon con los Pumas. Nuestra sugerencia al rugby argentino es que se modernice. La muerte de las actitudes amateurs llegará después del desastre".
Por decisión propia, la Argentina se había quedado fuera del contexto internacional. Ya no podía competir. Las discusiones pasaban por definir si era ético tener publicidades en las haches, en las camisetas... Si era correcto que los jugadores cobraran viáticos o dinero por participar en avisos publicitarios.
"Sabíamos que existían diferencias y que se trataba de un desafío exigente. Pero lo que ocurrió aquí nos obliga a acelerar los cambios en las estructuras del rugby argentino para poner en la cancha a jugadores que tengan una condición física similar. Una distancia de esta naturaleza no puede ser atribuida a un error táctico", aclaraba Imhoff.
En la línea del tiempo del rugby argentino, 1965 será siempre el máximo hito, por el nacimiento de la leyenda de los Pumas. El recorrido aceleró la instalación de hechos trascendentes. Ahora hay que pensar en 1999, por el try de Albanese a Irlanda en la primera clasificación para los cuartos de final; en 2007, por la medalla de bronce en Francia; 2012, por el ingreso al Rugby Championship; en 2016, por la llegada al Súper Rugby, y en 2019, por esta final increíble, impensada.
Porque la coyuntura marca los estados de ánimo. Ya no se debe pensar en el tiempo perdido. Para evaluar cabalmente los procesos, es necesario tomar distancia. Incluso hasta un par de décadas.
Una final que borrará el equilibrio de números
Más allá de que para el plantel argentino será la gloria o una decepción, la final del Súper Rugby tendrá una incidencia estadística particular: salvo que termine en un empate, desbalanceará el saldo de triunfos y caídas del equipo argentino al cabo de sus cuatro años en el campeonato. La goleada (39-7) a Brumbies en la semifinal entregó un punto de equilibrio en esa cuenta, que muestra 33 éxitos y 33 reveses (ninguna igualdad). Lo positivo es la diferencia de tantos: +70 (1756 propios contra 1686). A continuación, el detalle estadístico, año por año: 2016, 4 victorias y 11 traspiés, con -51 en puntos (376 contra 427); 2017, 7-8, con +18 (404-386); 2018, 9-9, con -43 (455-498), y 2019, 13-5, con +146 (521-375).
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