El debate urgente para que el rugby no termine como el fútbol: una UAR rica con clubes pobres
Marcelo Bielsa utilizó un original elogio a su colega Josep Guardiola: "Construye equipos de autor". Su definición apuntaba a que se trataba de conjuntos "inimitables", con sello propio. La reflexión del rosarino ahora DT de Leeds sobre el catalán que entrena a Manchester City puede ensayarse con el rugby argentino, ya que a lo largo de su historia –la UAR está cumpliendo 120 años– ha desarrollado un patrón fácilmente identificable: su cultura de clubes, cuyas características y magnitud son hoy únicas en el mundo. Allí, donde un grupo de voluntarios juega y hace, es donde siguen estando los cimientos de todo lo demás.
Los Pumas, claro, son como la bandera. Son el punto más alto, el más visible y, sobre todo en los últimos tiempos, el que más dinero mueve a su alrededor. Pero siempre conviene recordar que sin clubes no hay Pumas. Por lo cual –trasladándolo a esta época– tampoco hay negocio. El rugby argentino está alcanzando –con éxito, y bienvenido sea– la más elevada cumbre de su Himalaya en la meta de instalarse en lo más selecto del universo de alta competencia profesional. Ha hecho ese camino a expensas de los clubes, porque de allí, y no de otro lugar –aquí no existen academias–, se nutrió de los jugadores primero para Jaguares y ahora para el segundo lote asalariado, que será parte de Jaguares XV/Argentina XV.
Hasta ahora, el plan, que contemplaba no tener una competencia profesional doméstica, vino dándose dentro de la lógica de un mercado al menos curioso –"te saco y no te doy nada"– pero en el marco de lo que se entendía necesario: tener un grupo de 60 jugadores para afrontar los partidos del seleccionado y los de la franquicia. El anuncio reciente de una Liga Sudamericana con presencia argentina que podría llevar el número a 100 jugadores rentados parece no sólo un abuso sino también un golpe a los que vienen sosteniendo este proyecto: los clubes.
Quizá ahora se entienda mejor por qué la UAR decidió terminar con el Campeonato Argentino. Nunca pareció razonable el argumento de que nadie iba a ver los partidos –¿acaso prevé estadios llenos con la Liga Sudamericana?– y lo que se vislumbra es que se necesitaba espacio para seguir instalando competencias profesionales.
Algunos clubes, especialmente de Buenos Aires, emitieron señales de alerta en los últimos días, sobre todo al ver que sus equipos se quedaban sin sus mejores figuras. Y que el avance sobre ellos atravesaba ciertas fronteras. Habrá que ver hasta dónde llega ese movimiento; lo cierto es que las uniones, que representan a esos clubes, acompañan sin chistar lo que propone la UAR.
Esta desarrolló desde 2008 su plan del profesionalismo con la fuerza de un acoplado y la velocidad de un auto de Fórmula 1. Si hubo un intento hace unos años de al menos discutir hacia dónde se iba, esa postura fue estigmatizada –con fuerte presencia del socio televisivo– como propia de un grupito de talibanes que veían el demonio en el dinero en el juego.
Quizá se haya llegado a un punto en el que, sin tocar todo lo bueno y necesario que se ha realizado, se produzca en todo el rugby argentino un debate más amplio. Discutir de nuevo qué es éxito y qué es progreso, con los números sobre la mesa y trazando algunos límites –¿será uno el de separar del profesionalismo a los clubes?– para no llegar a aquella foto de una AFA rica y clubes pobres que se mostraba en el fútbol en tiempos del reinado de Julio Grondona.
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