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Seis propuestas para limpiar la pestilencia de la FIFA
Se va Blatter. La cuestión ahora es, ¿cómo acabar con el Blatterismo?
Empecemos con un diagnóstico.
La FIFA blatterista es el Vaticano del fútbol -en la época de los Borgia-. La FIFA Blatterista es un árbitro que vende sus servicios al mejor postor. La FIFA Blatterista es una mafia que, como buena mafia, ha invertido la mayor parte de sus ganancias para beneficio de "la familia" pero ha tenido la astucia de hacer donaciones caritativas al vecindario para poder contar con su lealtad. Los capos se han dado la gran vida con sobornos, tráfico de influencia, lavado de dinero y ofertas que sus víctimas -como los países que quieren celebrar mundiales- no pueden rechazar; pero también han distribuido cantidades no despreciables de dinero para proyectos de desarrollo en naciones pobres.
Entonces, y cambiando una vez más de metáfora, ¿cómo llevar a cabo la misión hercúlea de limpiar los pestilentes establos de Zurich? Aquí van seis propuestas.
Primero. Eliminando a la casta: que aquellos que han tenido la fortuna hasta ahora de no ser imputados por la justicia estadounidense tengan la mínima honorabilidad de dimitir, especialmente íntimos o propagandistas de Sepp Blatter como el primer vicepresidente de la FIFA, el camerunés Issa Hayatou, y el también vicepresidente Ángel María Villar de España. Sería absurdo confiar en que los responsables del colosal desmadre sepan -o quieran- hacer las reformas necesarias para que la FIFA cumpla su misión explícita de trabajar "a favor del fútbol y del mundo".
Segundo. Transparencia en las cuentas. La FIFA es una empresa cerrada y secreta pese a que, supuestamente, su razón de ser es servir los intereses de los cientos -quizá miles- de millones de individuos que se relacionan con el fútbol casi como si fuera una religión. Tendría que haber un rígido control, visible para todo el mundo, del dinero que la FIFA envía por el mundo para proyectos de desarrollo con el fin de evitar que, en el camino, grandes porcentajes acaben en los bolsillos de los presidentes o vicepresidentes de las federaciones nacionales vinculadas a la FIFA. También tendrían que ser de conocimiento público los sueldos y los gastos de los funcionarios de la FIFA. No se sabe lo que gana Blatter pero, según la gente que ha trabajado en la FIFA, la cifra es alrededor de dos millones de dólares al mes; 25 veces más que el sueldo básico del consejero delegado de Rolls Royce.
Tercero. Que si la FIFA es una ONG, como ha dicho Blatter, que se acabe con el despilfarro de gastar el doble en la grotescamente consentida burocracia fifera que en proyectos internacionales de utilidad social.
Cuarto. Que se pongan límites a los mandatos presidenciales de la FIFA para que un individuo no pueda eternizarse e inevitablemente, dada la naturaleza humana, embriagarse -y corromperse- con tanto poder.
Quinto. Que los votos en las elecciones presidenciales dejen de ser secretos, que cuando un país como España vota a favor de alguien -como por ejemplo a Blatter en la farsa electoral del viernes pasado- los futboleros españoles sepan en el acto con quien van.
Sexto. Que se lleve a cabo una honesta investigación interna paralela a la del FBI, pero con el mismo tenaz empeño, para que se sepa si las manifiestas trampas a la hora de elegir a Alemania y a Sudáfrica como sedes mundialistas en 2006 y 2010 se repitió cuando el comité ejecutivo de la FIFA dio sus votos a Rusia y a Qatar para 2018 y 2022.
El cumplimiento de estas seis propuestas solo sería un comienzo. Habrá mucho más por hacer antes de que la FIFA recupere la credibilidad internacional y se convierta en lo que debería ser, un fiel representante de la ilusión, inocente e infantil, que un enorme sector de la humanidad invierte en la religión secular que es el fútbol.
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