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MELBOURNE.- Después de los nubarrones de la primera jornada, el sol encandiló el Abierto de Australia, aunque todavía sin esa temperatura sofocante de otros años que obligaba a untarse en protectores blancuzcos y refugiarse debajo de gorras y sombrillas. Chicas con bermudas de jean y mejillas pintadas con colores de distintas banderas, jóvenes con pelucas multicolores sujetando vasos rebasados de cerveza, veteranos con chalecos del estilo Fred Perry, todos unidos por la curiosidad y el amor por el tenis, marcaron un récord de concurrencia e invadieron los courts del Melbourne Park, los puestos de comida rápida, los stands de los auspiciantes (hizo furor el que regalaba una suerte de hielo envasado en algodón con el propósito de refrescar el cuello).
En medio de ese escenario, pasados algunos minutos de la una de la tarde y en la cancha 6, al aire libre, donde hace casi una hora se entrenaba Rafael Nadal, ahora Juan Martín del Potro comprueba en persona la admiración que despierta. Unas cien personas, mayormente armadas con cámaras fotográficas y filmadoras, se apiñan sobre una baranda metálica, desesperadas por lograr, al menos, un guiño del jugador tandilense.
Superados los temores del debut, sobre todo por la tendinitis en la muñeca derecha, que todavía no se esfumó, el número 5 del mundo acaba de realizar un entrenamiento "liviano", pensando en el partido de esta mañana frente a James Blake, por la segunda rueda. Antes de marcharse rumbo a las duchas, Delpo y su preparador físico, Martiniano Orazi, se someten a una especie de ritual. Pegados a la red, cada uno hará rodar una pelotita con la mano hasta el final de la cancha; el que logre la mayor distancia, sin que la bola amarilla supere la línea de fondo, ganará la apuesta. Pero en el primer tiro, la pelota lanzada por Orazi queda sobre la última raya blanca y Delpo resopla, se da por vencido.
Martiniano es una persona esencial en el funcionamiento del último conquistador del US Open. A poco más de un año y medio de haber asumido como su profe personal, es el hombre que mantiene en pie la maquinaria de Delpo. El que supo cómo lograr que un físico de 1,98 metros se desplace como si fuera de 1,60 o 1,70. El que ayudó para que Juan Martín mejorara sus saques sin riesgo de lastimarse la espalda. Desde que jugó al rugby en la preintermedia de Banco Nación, Marti -como lo llama el coach, Franco Davín- sabía que su vocación era la preparación física. "De chico disfrutaba mucho del deporte, pero siempre me gustaba la parte del entrenamiento, le prestaba atención a la estrategia, estaba pendiente de jugadas y pensaba en formas de mejorarlas. Evidentemente, como jugador no era talentoso (sonríe), así que tenía que proyectar mi futuro", le cuenta Orazi a LA NACION, mientras Andy Murray espía de reojo y pasa rumbo al vestuario, con el torso desnudo, luego de entrenarse.
A diferencia de muchos jóvenes cuyas primeras labores poco tienen que ver con sus estudios, mientras iba a la universidad, Martiniano ya trabajaba en el Cenard, junto con Alberto Osete, el ex preparador físico de Gabriela Sabatini, en la escuela nacional. "Aprendía mucho mientras iba incorporando conocimientos teóricos. Estaba con todos los atletas, me alimentaba de cada uno, en el campo, en los laboratorios. Tenía un nivel infernal de información", rememora.
-Con tantos viajes, Davín y vos tienen que actuar un poco como psicólogos también.
-Sí, no creo en esos equipos fríos que sólo se ven en la cancha. Los sudamericanos pasamos mucho tiempo juntos; los ingleses, por ejemplo, tienen tiempos de vuelo más cortos y no tienen que convivir en hoteles, desayunos, almuerzos, meriendas y cenas. Algunos creen que así se alivian las relaciones, pero creo que de la forma nuestra se fortalece.
-¿Cómo hacen para mantenerse serenos durante los partidos? A Davín y a vos se los ve imperturbables.
-(Sonríe) Te aseguro que los nervios van por dentro. El jugador necesita que su gente le transmita confianza. A veces el estrés es tan grande que después de los partidos tenemos que hacer algún ejercicio regenerativo nosotros también, vamos a estirar, a aflojar las tensiones. Después del US Open, a los dos o tres días que nos relajamos, me contracturé y tuve líneas de fiebre, porque las defensas disminuyen.
-¿Cómo cambiaron sus vidas desde ese Grand Slam?
-Es una satisfacción muy grande, pero no hay manera de mejorar si uno se queda con lo que hizo. Estamos bien, pero somos críticos. En el tenis, si querés acomodarte simplemente bajás. Si querés seguir creciendo, no podés dormirte. El nivel es muy alto, muy fino. Obviamente Juan Martín es un gran competidor, un jugador con una mentalidad y un profesionalismo admirables. Es un campeón con todas las letras, hasta con el acento. Yo no sé si la gente se dará cuenta de lo que genera, pero es muy fuerte lo que está pasando alrededor de él. Lo que logró a tan temprana edad, a los 20 años, es fantástico. Los argentinos somos muy eufóricos, exitistas. Que un sudamericano haya logrado el Abierto de los Estados Unidos a la edad en la que él lo consiguió vale tres veces más que para un europeo.
-¿Cómo se logra que un deportista alto tenga tanta agilidad?
-Hay que convencer al jugador de que lo que está haciendo está bien. Juan tiene unas condiciones físicas admirables y es bueno que lo sepa, no sólo que lo escuche de mi boca. Y que con esa altura se puede mover mejor que un jugador de 1,70 o 1,80. Su calidad tenística Franco la explota de una manera, porque lo mejor que tiene es la potencia, y no vamos a movernos de eso. Sí puede moverse en forma lateral como lo está haciendo y aún mejor, así que tratamos de convencerlo de eso.
-Hace un año dijiste que el cuerpo estaba evolucionando y que debías trabajar el tren inferior. ¿Hoy cómo está?
-Creció muchísimo. En relación con el tren inferior, el 70% del trabajo lo enfocamos en las piernas. Prevenimos las lesiones tanto en los trabajos de fuerza como en los ejercicios de flexibilidad. Lo que tiene ahora en la muñeca puede pasar, es distinto. El tiene que mejorar mucho los arranques y las frenadas, porque con su altura, en una cancha de tenis, hace dos pasos y ya está encima de la pelota. Entonces, tiene que ser muy rápido y ordenado.
-Hubo momentos en que sufrió mucho por las lesiones.
-Sí, en la espalda, en 2008, pero no puedo hablar de ese momento porque yo trabajaba con Acasuso. Cuando tuvo lo de las uñas sí estaba junto con él, a fines del año pasado. Fue que pasó de jugar uno o dos partidos por torneo, a jugar cinco o seis y le llevó una adaptación física y también de sus pies. Tuvo que usar plantillas especiales.
-¿Cuál es su mayor virtud?
-Es un buen competidor, ésa es la clave. Compite dentro como fuera de la cancha, en todo. En los hoteles, en lo que sea, no le gusta perder a nada y eso lo hace tan bueno. Y lo más importante es que está bien orientado por su familia, su equipo. Tiene el hambre de campeón.
-¿Cuál es el techo?
-No sé, no lo veo, estamos lejos.
Un equipo que se agrandó en Australia
Mientras Roger Federer arrancó su participación con un éxito ajustado ante el ruso Igor Andreev, tras 2h44m de juego, otro ruso, Nikolay Davydenko, tuvo un arranque demoledor frente al alemán Dieter Kindlmann, confirmando su presente inspirado.
El Abierto australiano dejó dos caídas sorpresivas en la primera rueda: el sueco Robin Soderling (8°), lesionado en el codo, ante el español Marcel Granollers y el español Tommy Robredo (16°) frente al colombiano Santiago Giraldo.



