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Cometería una torpeza si pensara o dijese que es un tema del que se habla en la calle. Nada de eso. Es algo que muchas veces me he preguntado yo mismo:¿Por qué Julio Grondona lleva casi 20 años al frente de la AFA, sin signos de dar un paso al costado? Hombre que levanta presión en un abrir y cerrar de ojos, Don Julio incurriría en un error si interpretara que acabo de empezar una campaña para bajarlo de su sillón. Simplemente, guiándome por su concepto de cabecera, "todo pasa" -que hasta lleva grabado en el anillo que porta en el meñique derecho-, y viendo su continuidad en el cargo, es evidente que no todo pasa.
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Conozco mucha gente que no lo puede ver ni en fotos; poca, por cierto, que diga "¡Qué gran dirigente!". No me dejo llevar por la marea, pues tengo formado mi propio concepto.
En estas dos décadas aportó cosas buenas y dejó otras negativas. Al compás del despegue internacional argentino, Grondona supo cómo mover las piezas para sentar bases; basta con ver lo que ha sido la Argentina desde el ´79 hasta aquí.
Claro que ofrece muchos flancos débiles u oscuros:la violencia y el poco énfasis para combatirla, la pérdida del control organizativo a manos de la TV y tantos secretos guardados. Sólo en el disco rígido del hombre de Sarandí están muchas respuestas:de quién era el control antidoping y con qué sustancia antes deFrancia ´98, si el corte de Julio Cruz en Bolivia fue accidental o causal, cómo negoció la salida de Maradona del Mundial ´94, si hubo arreglo en dos partidos River-Argentinos Juniors y en Boca-San Martín de Tucumán que definieron sendos títulos, qué había -además de agua- en la cantimplora que le alcanzaron a Branco en el Argentina-Brasil del Mundial Italia ´90... La lista sería interminable. ¡Cuánto sabe Don Julio!
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Hay algo que no se puede cuestionar:la imparcialidad de Grondona. Llegado desde Independiente, tomó conciencia de que estaba dirigiendo al fútbol argentino y se despojó de las ropas rojas. Sin camiseta, puso en marcha su gestión. Y le digo: según mi óptica, para manejar la AFA, es una condición invalorable.
Un repaso permite comprobar lo difícil que resulta abstraerse de la pasión. Y asegurar que, gobernar la AFA, no era una misión factible para muchos. Me cuesta imaginar en el puesto a Juan Destefano o Daniel Lalín, ambos sobrepasados por su alma racinguista; a Carlos Heller o a Mauricio Macri, quienes han hecho ver que, pese a impecables trajes o dialéctica depurada, la fiebre boquense les brota por los poros; a Fernando Miele, que blasfemó durante años y denunció campañas anti San Lorenzo para que el equipo de Boedo no fuese campeón, hasta que calló para siempre cuando Veira le dio el título en Rosario; a Hugo Santilli, Alfredo Davicce y David Pintado, parecidos a sus pares de Boca, quizás un poco más contenidos, pero que no dieron ni dan garantías de no jugar, nunca, una carta solapada en favor del River de sus amores.
Rescato, con el paso de los años, a Antonio Alegre, impulsivo y bonachón -con el lunar de aquel partido entre Boca y los tucumanos-, y a Raúl Gámez, acaso, hoy, el que más posibilidades tendría de suceder a Grondona; porque transmite -sólo eso- neutralidad y porque Vélez no necesita de manos extras para salir campeón. Aunque... su pasado de barra brava no es una buena carta de presentación.
Todo pasa; casi todo. Don Julio sigue. Si su permanencia fue o es positiva o negativa, cada uno la medirá desde su escala de prioridades. Para mí, de lo que había, fue lo más apropiado. Aun con sus errores. Algunos, muy serios.



