Yachting: a Río de Janeiro, por vigésima ocasión
La violencia de la naturaleza nos tomó de improviso. El agua nos llegaba de todas partes, no sólo desde arriba, sino que saltaba desde la alterada superficie. Las olas daban contra la cubierta, como inmensas frazadas marrones de lana apelmazada que azotaban la blancura del casco. Mi hermano y dos tripulantes, a las corridas y tropezones, llegaron a proa y comenzaron a luchar contra el spinnaker, que se negaba a ser arriado. En el momento en que yo iba a salir, el capitán me pidió que me quedara. Mi hermano estaba aferrado a la enorme tela que lo revolvía por la proa junto con los otros dos. Yo era testigo de la lucha que tres cuerpecitos dirimían contra la bestia inflada. Pasaron unos segundos, suficientes para darme cuenta de que la tracción humana era inútil frente al poder del viento. Ellos, allá, desgarrándose. Yo, expectante.
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En 1999, así describió Andrés Manrique, tripulante del velero Chaval, su bautismo en la Regata Buenos Aires-Río de Janeiro (la 19a), durante la cual los vientos azotaron con dureza a la indefensa flota de 13 conjuntos. Tanto que se produjeron seis abandonos y durante cuatro o cinco días nadie supo del paradero de Cosa Nostra, la nave más pequeña del grupo, que no se amilanó y ayer, a las 15, se presentó nuevamente en el Río de la Plata para la vigésima largada de esta prueba de 1123 millas náuticas (unos 2000 kilómetros).
Vientos del Sudeste, de entre 15 y 17 nudos, surcaban las aguas cuando las incesantes sirenas despidieron a los sólo nueve participantes, incluido Cosa Nostra, que será conducido por José Pettoruti y competirá con sus seis navegantes en la Fórmula IMS. Dicha especialidad está conformada, además, por Fortuna II, de la Armada Argentina, cuyo timonel es Marcelo Goyenechea (12 integrantes); Cocktail, de Federico Rojas (8); Fanfarrón II, de Gonzalo Haedo (8); Utopía, de Eduardo Sieburger (7), y Marlin Petrobas, de la Escuela Naval Marina de Brasil, dirigido por Guilherme Oliveira Chagas (10). En dobles navegarán Manila Biogénesis, de Carlos Cámpora y Gustavo Carbonell; Rocío, de Fernando Bianchi y Luis Sorrentini, y Místico, de Jorge Bertolino y Martín Pachiani.
El mayor número de inscripciones en esta competencia se recibió en 1985 (50; terminaron 41). Asimismo, la flota más reducida de la cual se tenga memoria estuvo integrada, en 1996, por seis tripulaciones. La economía influyó de modo determinante en la concurrencia de esta versión 2002.
Podría decirse que esta legendaria pierna, organizada por el Yacht Club Argentino y el Iate Clube de Río de Janeiro, consta, en realidad, de tres etapas: 1) La salida hacia el mar a través del Río de la Plata: unas 175 millas náuticas hasta Punta del Este, las cuales implican entre 25 y 30 horas de navegación (N. de R.: se prevén tormentas y precipitaciones aisladas, con visibilidad reducida), muchas de ellas con asiduos virajes; 2) El tramo por el océano Atlántico Sur: de unas 550 millas náuticas. Se atraviesa el golfo de Santa Catalina, luchando –cerca de la costa– contra la corriente cálida brasileña que corre hacia el Sur o –más alejados de la tierra– aprovechando el beneficio de la corriente fría de Malvinas, que se dirige hacia el Norte, y 3) La llegada a Río: cuyos principales escollos son las calmas de la bahía de Guanabara y alrededores de Angra dos Reis; para evitarlas, muchos deciden abrirse entre 50 y 100 millas náuticas, que supone un camino más largo, pero también con más viento.
Elecciones disímiles para resolver una célebre pugna oceánica. Retoño deportivo de la abominable Segunda Guerra Mundial y sus 50.000.000 de víctimas –surgió en 1945 en la mente de Hipólito Gil Elizalde–, imaginado para refrescar una cosecha gris de ánimos afligidos.
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