
Elvio Colombo preside la tradicional casa fundada en 1939 por su padre, Julio, y por Carlos Magliano
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Comienza esta historia en 1939, cuando dos productores pampeanos, Julio Colombo y Carlos Magliano, deciden establecerse como consignatarios. Lograron enseguida fortalecerse en un rubro, la comercialización de lana, y consiguieron un éxito que no habían previsto. Pronto llegaron a vender más de 1.000.000 de lanares por año y a exportar a Medio Oriente. No tardaron en contar con 60 sucursales establecidas.
Sesenta años después, el actual titular de la firma y único hijo de uno de los fundadores, Elvio Colombo, puede explicarse algunas razones del éxito alcanzado: "Sin ningún estudio previo de mercado, vinieron a ocupar un espacio vacío, que eran los cada vez más numerosos pequeños arrendatarios que empezaban a comprar campos en las décadas del cuarenta y del cincuenta y no se sentían representados".
Elvio -que a los 16 años ya dedicaba a la firma todo el tiempo libre que le dejaban sus estudios- recuerda la dedicación y el esfuerzo con los que su abuelo y el socio se ganaron la representatividad de ese nuevo grupo social: "Recibíamos a los productores en la estación de tren, los alojábamos en nuestra casa, los llevábamos al hospital si tenían alguna dolencia y resolvíamos sus problemas financieros".
Cuando en la década del setenta empezó el irreversible descenso de los lanares, ya la firma había pasado a operaciones con vacunos y cereales. Lamenta Colombo que no se detenga la merma de la explotación lanar en el país. Poco a poco se redujeron las majadas y ahora no quedan otras que las pocas que vemos en la Patagonia, en el sur de Corrientes y en el norte de Entre Ríos. "De poseer 60 millones de cabezas pasamos a nada más que 15.000.000", comenta.
Colombo recuerda las exposiciones de ganado ovino en la década del sesenta y, en especial, las comidas que en tal ocasión preparaba con esa carne Chichita de Erquiaga.
En 1990, la empresa inició la exportación e importación de ganado en pie dentro del Mercosur. Comercializó -con Paraguay, Uruguay, Brasil, Chile y Bolivia- hasta 60.000 cabezas. La década que termina dio lugar -confiesa Colombo- a la necesidad de reducir la estructura de la empresa:"Tuvimos, por fuerza y no por gusto, que adaptarnos a los tiempos que corren".
Colombo & Magliano debió desprenderse de los tres aviones que tenía, reducir sus 120 empleados a sólo 20, los cinco pisos a uno y desarrollar una actividad ganadera mucho menor que la de la época en que el país tenía 56.000.000 de cabezas. Sin embargo, el trabajo sigue siendo constante. La venta de campos y fraccionamientos, así como las tasaciones y subdivisiones entre familias, constituyen su principal labor.
Inquietud por el sector
La llegada de la convertibilidad significó para Colombo una transformación completa, semejante a la de estar en un tren que corre a 120 kilómetros por hora: "Los que estaban avisados podían tomar la precaución de atarse el cinturón de seguridad y los que no lo estaban quedaron en el camino".
En su opinión, el sector agropecuario atraviesa la peor crisis de su historia. Para luchar contra ella, cree que es menester, por lo pronto, "que los costos de los insumos y servicios sean tan internacionales como los precios".
A su juicio, resulta imperioso "eliminar los impuestos extorsivos" y racionalizar la estructura impositiva, "de modo que los productores dejen de pasar en los bancos las mañanas que deberían dedicar a sus campos". En el aspecto internacional, considera que "urge intensificar la defensa de nuestra producción agropecuaria frente a subsidios y regulaciones externas que perjudican las exportaciones".
Las horas de su vida robadas a sus obligaciones como consignatario las dedicó siempre a los campos que posee en La Pampa, General Villegas y Formosa. Mientras, en su establecimiento de La Pampa (que maneja ahora su hijo Juan Pedro Colombo) desarrolla una explotación intensiva de engorde a corral, con la venta de 11.000 cabezas por año. En el norte de Formosa, sobre el río Paraguay, trabaja rodeos de cría, además de cultivar arroz bajo riego.
Iberá, cuna de rebeldes
"Hay cazadores que viven en el Yberá y otros que entran periódicamente a cazar, y después de ocho o diez días vuelven a sus ranchos con el botín de cueros y plumas. Los que viven de firme dentro de aquellos inmensos esteros, en alguna de sus islas, es casi siempre porque andan mal con la justicia y se han evadido de sus representantes... Cada cierto tiempo van dos o tres de ellos al pueblo más próximo, a mercar. Llevan el producto de su caza (o de su rapiña), y si no andan bien con la policía, es decir, si no son correligionarios políticos, entonces llegan furtivamente de noche al rancho de algún conocido, viejo compinche, quien al día siguiente se encargará de la venta de los artículos en el poblado...".
Extraído de "Poncho celeste, vincha punzó"
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