
Un completo trabajo de Fernando Romero Carranza sirve para aprender a distinguir los pelajes de estos animales
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La virtud de distinguir los pelajes de yeguarizos cuando las particularidades infringen alguna dificultad es una las condiciones más valoradas entre la gente de campo, ya que a la amplia acuarela de los pelajes firmes hay que agregar aquellos que presentan detalles que modifican la denominación o la hacen más amplia y puntual en su acepción correcta.
Hasta el momento, cualquier duda en esta disciplina podía evacuarse consultando Pelajes criollos, una obra de extraordinario valor didáctico que Emilio Solanet escribió hace unos cuantos años.
En su primera edición, esta obra estuvo ilustrada por Angel Cabrera; a las sucesivas se le agregaron láminas de Fernando Romero Carranza, que es quien acaba de presentar su propia obra sobre el tema, que seguramente funcionará como un material complementario a la ya mencionada.
Luego de una introducción en la que hace referencias a la historia del caballo, Romero Carranza habla de los ejemplares que llegaron en los barcos españoles, se reprodujeron en estado salvaje, y fueron sometidos por este continente a diversos procesos naturales de mejoramiento de especie hasta derivar en lo que conocemos como el caballo criollo.
Se puede decir por asociación que la Guía de pelajes del caballo criollo (Letemendia casa editora) en una obra de gran colorido, ya que cada descripción está acompañada por la correspondiente ilustración.
De allí que en adelante será mucho más sencillo distinguir un zaino negro de un oscuro, las diferencias entre un bayo anaranjado y uno encerado, un lobuno de un lobuno claro, los pangaré que suelen dar lugar a confusiones si no es muy ducho el que observa y la denominación correcta de los overos cuando, además, presentan detalles en sus cabos, entre otras tantas dificultades que suelen presentarse en esta disciplina.
Es puntualmente a esta raza criolla a la que Romero Carranza dedica su libro. El autor es además de prestigioso artista plástico y un reconocido jurado de acontecimientos tradicionalistas que sin duda supo, en alguna de estas circunstancias, hallarse ante un animal cuyo pelaje era difícil de definir.
El tema de los pelajes es tan rico como convocador. Desde antaño varios poetas también se han referido a ellos en algunas de sus creaciones y lo han hecho, justo es decirlo, con diverso grado de rigor.
Basta recordar entre las cuestionadas "En blanco y negro", una milonga muy popularizada del uruguayo Fernán Silva Valdéz, que fue musicalizada por Néstor Feria, en la cual se habla de "cuatro pingos todos negros/mesmo como pa´ un entierro", la mitad de los caballos que serían necesarios para que se considere a la tropilla como tal. Y agrega para confundir un poco más a los legos: "Más todos en su negrura/tenían su pinta blanca...", lo que seguramente encuadraría en alguna de estas denominaciones que se hallan en la obra de Romero Carranza. Estas licencias poéticas en nada desmerecen el valor filosófico de la obra que el autor, quizás, haya hecho prevalecer ante la puntualidad de las definiciones.
Otros como Carlos Castelo Luro hacen una enumeración de colores en su milonga "Pelajes entreverao", compuesta junto Atahualpa Yupanqui, mientras que Carlos López Terra en su huella de los pelajes realiza una asociación de estos con los distintos momentos de la luz del día.
Guía de pelajes del caballo criollo es una obra de consulta obligada para no quedar mal parado en este complejo arte que pone en juego la sapiencia y el prestigio gauchesco ante esos entreveros de tropillas que aún les dan color a las llanuras.





