A fines de los años 90 tuve la oportunidad de visitar Colombia como gerente de Zeneca y comprender el status y potencial de su agricultura donde se destaca un importante desarrollo en flores, hortalizas, frutas tropicales, café, arroz, trigo, algodón, pasturas, banano, caña de azúcar y papa. Sin embargo, el desarrollo de la altillanura, con enorme potencial ganadero y en cultivos extensivos como soja, maíz y arroz entre otros, era imposible de abordar. Hoy, con los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla, se abre otra perspectiva.
La Altillanura colombiana es conocida comúnmente como los Llanos Orientales o simplemente el Llano. Recibe también el nombre de Orinoquia porque la mayor parte de los ríos que la recorren desembocan en el Orinoco.
La utilización de la Orinoquia con fines agropecuarios comenzó hace más de un siglo pero solamente en los últimos 20 años se ha incrementado notablemente el interés por el desarrollo de una agricultura comercial - más allá de la agricultura de subsistencia - la ganadería y la actividad forestal.
De acuerdo con datos del Departamento Nacional de Planeación (DNP), la altillanura se compone de unos 13,5 millones de hectáreas con una baja densidad poblacional de menos de 5 habitantes por kilómetro cuadrado versus una media nacional de 40 habitantes. Son regiones que presentan altos índices de pobreza y están alejadas de los centros urbanos más importantes. El 60% de la población es rural.
En general, se estima que hasta un 30% de los suelos son aptos para agricultura comercial aunque no hay plena coincidencia ya que algunos analistas hablan de unas seis millones de hectáreas aptas. Sin embargo, estas tierras demandan elevados costos de adaptación productiva. Hacen faltan grandes inversiones de infraestructura en obras de riego, drenaje, transporte, logística, almacenamiento, estructura de comercialización de insumos y productos, salud y educación. Además, requiere de la aplicación de tecnología de avanzada para el manejo de suelos, fertilización y encalado, desarrollo de germoplasma, y utilización de defensivos agrícolas.
El efecto guerrilla
Otro de los puntos clave para impulsar el desarrollo de estas zonas es atravesar el laberinto legal sobre la verdadera propiedad de la tierra. Durante los más de 50 años de lucha armada la titularidad o tenencia de una misma parcela cambió de manos en más de una ocasión. Generalmente, de manera violenta o coercitiva. La explotación de la agricultura requiere de una solución que permita encarar su desarrollo dejando a un lado el tema de la propiedad agraria.
Colombia es un país con una geografía hermosa. Una población amable, cordial, respetuosa y alegre que parecía contradecir el estado de guerra que se percibía apenas se pisa el aeropuerto. Los controles y revisiones eran rigurosos y muy exhaustivos. El país estaba militarizado y las armas eran parte del paisaje urbano. La tensión flotaba en el aire.
Los ataques armados eran normales en la ciudad. En más de una ocasión me desperté en el hotel por el estruendo de una bomba que explotaba en los alrededores. A pesar de todo, la población quería tener una vida normal y no renunciaba a sus salidas y paseos.
Hace un par de años pasé de por el aeropuerto de Bogotá y los controles estaban totalmente relajados en comparación con los vividos hace 15 años.El desarrollo de la agricultura colombiana estuvo limitado por la actividad guerrillera que dominaba una extensa área geográfica del país llegándose a calcular que un 40% del mismo no estaba bajo control gubernamental.Visitar las zonas agrícolas era muy arriesgado ya que el gobierno solo controlaba los grandes centros urbanos. Alejarse unos pocos kilómetros de las ciudades significaba arriesgarse a ser detenido por retenes de la guerrilla o paramilitares que, a su discreción, podían dejarte pasar o detenerte por unas horas o directamente secuestrarte. Eso significaba un mínimo de 9 a 12 meses de vida en la selva. El proceso de negociación del rescate era lento y muchas veces el secuestro se vendía entre distintos grupos hasta que se iniciaba la negociación final. Muchas veces los secuestros duraban años.
En general, no se molestaba al personal técnico pero las visitas se hacían cada vez más difíciles. En especial después que en 1999 una ingeniera agrónoma de nuestro equipo fue retenida varias horas y luego liberada gracias a que uno de los guerrilleros la reconoció como "la ingeniera" que ayudaba a los agricultores de subsistencia.
El traslado entre ciudades era exclusivamente por vía aérea ya que las rutas no eran seguras.
Había pocos distribuidores de insumos a los cuales era imposible visitar o asistir técnicamente a campo. Las reuniones tenían lugar en hoteles céntricos donde comentaban del pago de impuesto revolucionario (o vacuna) no solo como contribución para poder operar sino para que no los secuestren.
Aun así la mayoría de ellos fueron secuestrados y luego liberados; a veces en más de una ocasión. En julio pasado las FARC anunciaron que dejaban de cobrar el impuesto revolucionario y que vivirían de sus reservas financieras hasta que se implemente el proceso de paz.
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