
Homenaje a Augusto Raúl Cortazar, investigador del folklore nacional
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Nadie que haya conocido a aquel ilustre salteño puede olvidar la intensidad de su mirada y la fuerza de sus convicciones humanistas.
Augusto Raúl Cortazar nació en la ciudad de Lerma el 17 de junio de 1910. Corría por sus venas la sangre del famoso padre Pedro Lozano y la de los fundadores de Salta.
Debió existir sin duda, durante su infancia y su adolescencia, transcurridas lejos de su pago natal, una tensa y afinada cuerda tañida desde el seno de su hogar, evocadora de coplas, de cuentos, de costumbres del terruño nativo, que no acalló su vibración ante el embate de la información erudita, ante el deslumbramiento del joven frente a los tesoros que brindan al hombre ilustrado las ciencias, las letras y las artes.
Y así, atraído por aquel sonido gestáltico, y mientras continuaba altos estudios sistemáticos que lo titularon como profesor en Letras, bibliotecario, abogado y doctor en Filosofía y Letras, volvía a sus valles y a sus montañas, e incursionaba por otros ámbitos del país, para enriquecer su formación intelectual con los saberes profundos del hombre de la tierra.
Toda una vida dedicó después a explicar, a enseñar, a valorizar aquellos dones del tiempo. En el campo, es decir en el medio en que observaba, recogía y documentaba los hechos propios del hacer, el pensar y el creer tradicionales de nuestra Argentina interior, Cortazar experimentaba las mayores emociones.
Iba a lomo de mula, por los duros senderos, llevando con orgullo sus bombachas salteñas de artesanales encarrujados, su poncho lugareño, su regional sombrero alado o también, muchas veces, la boina de vasco. Volvía a su gabinete de trabajo cargado de libretas de viaje, de rollos fotográficos, de registros grabados con las voces, los acentos y tonadas de sus queridos "informantes" campesinos.
Tan pronto se lo hallaba entonces en la Facultad de Filosofía y Letras -donde había fundado las primeras carreras de Folklore y Antropología de la UBA a partir de sus cursos y seminarios de la Escuela Nacional de Danzas; en el Fondo Nacional de las Artes, de cuyo primer directorio fue integrante; en la Academia Nacional de la Historia, a la que se incorporó como miembro de número; en sus quehaceres de investigador y teórico del folklore.
Promotor de la creación de museos y mercados artesanales, no era, para su propio haber, un coleccionista. La posesión excesiva de cosas tenía poco sentido para él. Y esa austeridad esencial, conjugada con un cristianismo "insistencial", fue compartida por su esposa, Celina Sabor. Ella y sus hijas, Laura Isabel y Clara Inés, le brindaron un hogar ejemplar, refugio para una vida luminosa cuya paz sólo la enfermedad cruel y la temprana muerte de aquel amado esposo, padre y maestro, pudieron enturbiar.
Veinticinco años después de su partida, ocurrida el 16 de septiembre de 1974, recordamos a Augusto Raúl Cortazar como una de las personalidades culturales más extraordinarias que tuvo nuestro país.
Su obra, expresada en centenares de trabajos, lejos de envejecer, se convierte en materia de análisis renovados, a fuerza de ser compacta y rica en orientaciones metodológicas.
A los proyectos se sumaban realizaciones concretas y planes forjados por su autor para mejorar la comunicación entre las culturas.
El creyó en los valores encerrados en lo que más que saber popular es auténtica "sabiduría", gozó al percibir los nexos que atestiguan la universalidad del folklore.
El enseñó a decodificar las actitudes de los pobladores de espacios aparentemente dormidos; nos dijo de sus ritmos, adaptados a un tiempo alejado del cambio vertiginoso, pero no por ello menos latentes.
El valorizó el modesto quehacer campesino y supo describirlo con palabras plenas de afecto, tomadas del episodio de una "minga"- fiesta del trabajo en colaboración-, narrado en "Andanzas de un folklorista", de 1964.
"Después de barrido el patio de tierra y preparado el horno, las matronas forcejean con la masa sobre pulidas bateas de madera, cobijadas por la frondosa copa de un algarrobo centenario. En la cocina y sus inmediaciones todo es traqueteo: se prepara el recado de las empanadas, se corta la leña, se aviva el fogón. Los hombres revisan y preparan las herramientas y salen al campo labrantío, donde el viento mañanero retoza. La paz que se respira no es de holganza y modorra; es paz del alma que se concilia con la actividad ordenada, con la faena fecunda".






