Apuntes al final de la semana. Efectos negativos de la deflación
Por Roberto H. Cachanosky Para LA NACION
Durante los largos años de alta inflación de la economía argentina el comportamiento de la gente consistía en comprar hoy antes que los precios volvieran a subir mañana. Como la moneda se depreciaba por día, los consumidores optaban, dentro de sus posibilidades, por anticipar las compras antes que los precios volvieran a subir, potenciando de esta manera el aumento de los precios.
Hoy estamos viviendo el proceso inverso. La permanente caída de los precios por efecto de la recesión y no por aumento de la productividad hace que aquellos que todavía están en condiciones de comprar bienes opten por postergar las compras esperando que mañana los precios sean aún más bajos, potenciando la baja de aquéllos.
Por supuesto que este comportamiento explica sólo una parte de la caída de los precios. Expectativas de devaluación, miedo a perder el trabajo, caída de salarios y espera en nuevas bajas de precios están generando una implosión económica por la cual precios y cantidades transadas en la economía caen permanentemente.
Los efectos negativos de esta implosión sobre el sistema financiero y el sector público no son menores. Por el lado del sector financiero la caída de salarios y del empleo del sector privado hace que la capacidad de pago de los tomadores de crédito se esté reduciendo de la misma forma que se reduciría en caso de una devaluación. Tal vez no en la misma proporción que en el escenario de una devaluación, pero es lo suficientemente importante como para generar problemas de recupero de préstamos. Además, las empresas que tienen créditos también enfrentan problemas para cancelarlos, no sólo por los niveles de las tasas de interés, sino también por las fuertes caídas en sus ventas en volúmenes y precios. Es más, en los créditos en que hay activos reales que los respaldan, por ejemplo los hipotecarios, sus valores han disminuido de tal manera que cubren una parte sustancialmente menor de los créditos otorgados oportunamente.
En lo que se refiere al sector público, la caída en la facturación del sector privado determina, inevitablemente, la disminución de la recaudación haciendo inalcanzable el equilibrio de las cuentas públicas. De ahí que el déficit cero, a poco de empezar, se haya quedado en un simple enunciado y que, hacia el futuro, se vislumbre una creciente emisión de bonos de todo tipo para pagar las cuentas de los Estados nacional y provinciales. Dicho de otra manera, el déficit fiscal se cubrirá con endeudamiento compulsivo, no pagando o pagando con bonos, generando un creciente desorden monetario.
Ni la estrategia de la explosión devaluatoria ni la de la implosión deflacionaria convergen hacia una política económica sostenible. La salida airosa de la actual crisis no es otra que la del crecimiento sostenido. Los precios deben bajar por aumento de la productividad y ésta crecer como consecuencia de una mayor tasa de inversión.
Impuesto a las ganancias
Justamente el proyecto de aumentar el impuesto a las ganancias para un sector de las personas físicas y jurídicas conspira contra el crecimiento y profundiza el proceso de implosión. Justamente la función de las utilidades es guiar el proceso de inversiones atrayendo capitales hacia aquellos sectores que obtienen mayores ganancias. Los puestos de trabajo genuinos se crean cuando hay empresarios que arriesgan sus capitales para obtener rentabilidades superiores al promedio de la economía. Luego, si no existen barreras a la competencia, otros empresarios invertirán en el mismo sector aumentando la oferta, bajando los precios y reduciendo las utilidades extraordinarias.
No hay mejor política social que respetar los derechos de propiedad porque, de esa manera, ingresan capitales, aumenta la productividad de la economía, crece el salario real y disminuye la desocupación.
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