El consumo es el fin, pero la inversión es clave
Ana María Luro, recientemente fallecida, fue una admirable mujer que se dedicó tenazmente a defender los derechos de los consumidores. Junto a otros, en 1980 fundó Acción del consumidor (Adelco). En su honor, cabe reflexionar sobre la importancia del consumo en el bienestar humano, así como también sobre el tratamiento de la cuestión dentro del análisis económico, tanto a nivel micro como macroeconómico.
Al respecto consulté al estadounidense Robert Ferber (1922-1981), quién estudió en la Universidad de Chicago y enseñó en la de Illinois. Pertenece a la generación de economistas que tomó la rudimentaria versión de la función consumo, planteada por John Maynard Keynes en La teoría general, basada en una “ley psicológica fundamental” cuya existencia ningún psicólogo reconoce, y precisó la relación existente entre ingreso, consumo y ahorro.
–¿Cuál fue, concretamente, su aporte?
–Estudié la confiabilidad de los datos económicos obtenidos en las encuestas de hogares, sugiriendo mejoras; investigué el ahorro y la estructura de los gastos de las personas y sus determinantes, tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo; también realicé estudios sobre el rol de las expectativas en el comportamiento de las personas y las empresas. Por lo cual, en 1966 la American Economic Association y la Royal Economic Society, me encargaron una reseña sobre el comportamiento económico de las familias.
–También Milton Friedman precisó la función consumo, pero con usted tiene otra similitud.
–Efectivamente, ambos nos casamos con compañeras de clase. Milton con Rose, yo con la checoeslovaca Marianne Abeles, cuya familia había migrado a Canadá huyendo del nazismo. Era una mujer contundente: cuando les dijo a sus padres que iba a estudiar economía, estos le preguntaron qué era eso y ella les contestó: “En cuanto averigüe se los cuento”. Y cuando alguien defendió la segregación estudiantil por sexos le replicó que el hombre que no puede estudiar en presencia de mujeres no tiene que ir a la universidad, sino al psiquiatra.
–El consumo es el fin, pero los economistas hablan más del ahorro y la inversión.
–Como principio general, el consumo de bienes es clave como componente material de la felicidad humana. Digo como principio general, porque siempre se pueden encontrar seres humanos que tienen grandes posibilidades de consumo y, sin embargo, no son nada felices. La Iglesia Católica no critica el consumo sino el “consumismo”, entendiendo por tal la búsqueda de la felicidad reemplazando otros valores por mayores consumos.
–Pero si esto es así, ¿por qué se habla tanto del ahorro y la inversión?
–Porque la producción de los bienes de consumo requiere actos de inversión. ¿Cómo se puede consumir energía eléctrica si no se la genera, trasmite y distribuye? ¿Cómo se pueden consumir caramelos sin las maquinarias requeridas para producirlos y sin los camiones para trasportarlos?
–Para consumir hay que tener ingresos o ahorros, o recibir subsidios.
–Cierto. Y la relación entre ellos es más sutil de la que supuso Keynes. Un mismo aumento del ingreso puede generar diferentes subas en el consumo, dependiendo de si se trata de un aumento transitorio o permanente de los ingresos. En condiciones de alta incertidumbre, una suba de las transferencias gubernamentales aumenta más el ahorro que el consumo. Lo que se está viendo ahora en Estados Unidos es que el aumento de los subsidios a las personas, más que incrementar los consumos está reduciendo la oferta laboral.
–En Adelco, Luro no expresaba preocupaciones macroeconómicas, o de formas de mercado, sino la mejora de la información para adoptar mejores decisiones, así como la defensa de los consumidores frente a las picardías de los oferentes.
–Estuve en la Argentina, en el Instituto Torcuato Di Tella, pero a ella no la conocí personalmente. Pero antes de prestarle atención a su caso, quisiera recordar un antecedente, ocurrido en mi país.
–Adelante.
–Me refiero a Ralph Nader, nacido en 1934 y quien todavía vive. En 1965 mostró los defectos, desde el punto de vista de la seguridad, de los automotores producidos por una de las grandes fábricas. La empresa intentó descalificarlo, pero terminó mostrando que tenía razón.
–¿Pudo hojear el mensuario de Adelco, El ojo del consumidor?
–Así es, prestándole particular atención a los ensayos comparativos. Adelco tomaba un producto cualquiera, digamos, planchas. Adquiría una unidad de cada una de las principales marcas y las sometía a diferentes pruebas. Luego publicaba un cuadro comparativo, en cuyas filas aparecían las diferentes características y en las ordenadas, cada uno de los modelos analizados. Ejemplo: probabilidad de que el usuario se queme la mano en función de la manija de cada plancha.
–¿Cuál era la idea?
–Evitarle a cada consumidor tener que tomarse el referido trabajo para contar con información útil al decidir qué plancha comprar. De repente, el esfuerzo no vale la pena en el caso de un caramelo, pero tiene sentido en el de bienes durables, como heladeras o lavarropas.
–Me imagino el fastidio que le provocaba a los oferentes que no salían bien parados en la comparación.
–Pero por todo lo que escuché de Ana María, seguramente que no tuvo inconveniente en modificar el cuadro si había cometido algún error, pero era inmune a las presiones.
–¿De qué más se ocupaba Adelco?
–De orientar a los consumidores cuando tenían que efectuar reclamos por productos que no respondían a la publicidad, o que estaban defectuosos. Para eso contaba con la asistencia de abogados.
–Además, hoy probablemente se estaría ocupando de la forma crecientemente extraña en la que se anuncian los precios.
–Me imagino a qué se refiere y, si estoy en lo cierto, muy probablemente. ¿Qué sentido tiene publicitar un precio planteando un número exorbitantemente alto, aclarando luego que tiene un importante descuento, se vende a X número de cuotas sin interés, y encima el comprador recibirá una atención si es alto, morocho o hincha de Vélez Sarsfield? Ni qué hablar de la diferente cantidad que se entrega por un mismo precio, dependiendo del día de la semana en que se compra.
–Comparto su preocupación, pero me llama la atención la creciente frecuencia del hecho que usted menciona.
–Algún fundamento debe tener, pero no me resulta claro cuál es. Todo esto plantea una pregunta ulterior. ¿Qué precios toman las estimaciones privadas y públicas de la tasa de inflación, ante tantos “matices” referidos al número al cual se compran y venden mercaderías y servicios? No estoy diciendo que no se le preste atención a las estadísticas, pero en economía, al menos, por favor no les pongan la lupa a los decimales.
–Don Robert, muchas gracias.

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