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Durante las últimas semanas, los argentinos hemos sido bombardeados por rumores. Rumores sobre coimas y peleas en el Gobierno; rumores sobre conductas de nuestros gobernantes, sin pruebas, pero contundentes en la mente de la gente; rumores que dicen que algo pasó y que las desmentidas oficiales no logran contrarrestar.
Más allá de la confirmación de algunos rumores por parte de los protagonistas, lo cierto es que la gente ya los creía antes de cualquier confesión.
Esto claramente no es aceptable desde un punto de vista jurídico. La Justicia requiere de pruebas contundentes. Pero, en este caso, el principal punto en cuestión ha sido la confirmación impúdica del nivel de corrupción y falta de ética de aquellos que deberían liderar con el ejemplo. La pena, en este caso, es la condena social y su juez, la opinión pública.
En las organizaciones la gente habla de lo que sabe y de lo que no sabe. Cuando hablar de lo que no se sabe es más frecuente, cuando avanza radio pasillo, la gerencia (como los senadores) debería comprender que estamos frente a un síntoma y no ante la causa de un problema. Es más sencillo atribuir a conspiraciones y malas intenciones el origen de los rumores que aceptar que circulan porque algo pasa. Los rumores encuentran su apogeo en momentos difíciles, cuando algo que pasó o pasa es probable en la mente de la gente. En tiempos de reestructuraciones, despidos y reducciones salariales, ¿por qué nos sorprende que la gente insistentemente hable de esto?, ¿por qué nos ofusca que la información de radio pasillo no sea la correcta?, ¿qué hemos hecho los responsables para que esto no ocurra?
Todos sabemos de corrupción de gobernantes y de reestructuraciones; no necesitamos pruebas. La deducción que hacemos se fundamenta principalmente en el análisis de las conductas anteriores de los responsables del país o de la empresa. En ese momento aflora con toda su intensidad la contradicción entre nuestra percepción sobre sus conductas pasadas y sus desmentidas sobre los rumores presentes.
En medio de este cambalache parecería que todo es posible. Ante la degradación de la palabra y la ostentación de símbolos de dinero mal habido, todo es posible. Ante cobardías manifiestas y la falta de interés real por el otro, todo es posible.
¿Cómo salimos de esto? ¿Cómo revertir el descreimiento en nuestras instituciones y en algunas organizaciones?
No bastan las palabras. Se necesitan símbolos de cambio, hechos, ejemplos. No alcanzan declaraciones o promesas; se requieren gestos trascendentes.
Necesitamos volver a creer. Mientras tanto, esperamos las señales...
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