
Morir por la empresa
Por Jorge B. Mosqueira Especial para LA NACION
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El 24 de febrero último, un cocinero apareció muerto por un tiro de escopeta en su dormitorio. Aunque el caso aún está en investigación, es evidente que se trató de un suicidio. El arma le pertenecía y toda la escena elimina cualquier otra hipótesis de accidente o asesinato.
Como sucede ante cualquier muerte de este tipo, los sobrevivientes intentan buscar una causa para tamaña determinación. La más visible y reciente fue un leve descenso del restaurante donde trabajaba, en la escala de calificación de una guía reconocida, la GaultMillau, similar a la Michelín. El cocinero era francés y se llamaba Bernard Loiseau.
En esta oportunidad invitamos a tomar un camino inverso al habitual. En vez de sintetizar las anécdotas -la mayor parte de las veces sorprendentes- que envían regular y gentilmente los lectores, tomamos la noticia real del cocinero que se suicidó y proyectamos algunas historias que se podrían tejer a partir del momento en que se conoce el hecho.
Versión 1. El empleado ejemplar.
¿Qué más se puede pedir? Se sabe que hay quienes se matan por el trabajo, pero pocos lo hacen tan seriamente como Bernard. Esta vendría a ser la culminación de todas las teorías y estrategias sobre motivación y pertenencia. Si suponemos que el cocinero en cuestión era un empleado calificado de la firma, he aquí el modelo acabado de lo se trata muchas veces de conseguir. Hasta ahora, las únicas organizaciones que lograron la entrega de la vida de sus miembros son las estructuras militares. Pero son casos muy particulares. No es frecuente en las empresas, aunque se intente.
Versión 2. Producto del estrés.
¿Qué hay detrás? Dejando de lado las motivaciones personales, es probable que Bernard haya tomado la decisión de suicidarse porque era el principal responsable del desprestigio. La presión que se ejercía sobre su desempeño y el logro de resultados pudo haber sido tal que, ante el fracaso, no pudo afrontarlo en vida. En este caso, la culpabilidad se desplazaría hacia sus jefes, a su vez afirmarían que se trató de un caso extremo de orgullo profesional. En esta versión, el hecho podría replicarse en cualquier gerente que se responsabilice hasta un punto similar al de Bernard. No hay muchos ejemplos en la historia de empresas, excepto aquel presidente de una compañía de aviación japonesa que concretó su harakiri al enterarse de la caída de un aparato de su propiedad, con cientos de personas a bordo.
Versión 3. Orgullo de patrón.
Bernard Loiseau era el dueño del restaurante. Este es el dato faltante, escamoteado hasta aquí. Además, sus locales y él mismo eran muy conocidos, como el Gato Dumas en nuestro país. Bajar de categoría en la valoración de GaultMillau fue un revés en su posicionamiento ascendente. El y la empresa terminaron siendo la misma cosa, una extrema simbiosis. No hay ejemplos cercanos similares. Nadie se suicidaría, por ejemplo, por no haber certificado la ISO 9000. En realidad, casi nadie se suicida por una empresa. A lo sumo, la vende.
Los lectores interesados en contar anécdotas o situaciones curiosas, buenas o malas, sucedidas en la búsqueda de empleo o en la relación de trabajo, pueden enviar un breve relato a suplemento Empleos, Historias de pasillo , Bouchard 557, e-mail: historiasdepasillo@lanacion.com.ar




