
¿Selección a través del biotipo?
Por Jorge B. Mosqueira
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Se advierte una incipiente tendencia a acudir a la biotipología como recurso para seleccionar personal en las empresas. Ya existen ofertas en el mercado donde se asegura que es posible ingresar en la vasta complejidad del ser humano a través de las facciones, los gestos, los movimientos, las expresiones o la temperatura de la piel al dar la mano, entre otras particularidades.
La suma de todos estos datos conformaría un biotipo que revelaría la naturaleza del individuo. De esto se trata, precisamente, la biotipología: la premisa de que existe una correlación entre las características físicas y los rasgos psicológicos de una persona. Tiene la dudosa ventaja que ahorra los engorrosos tests y entrevistas. Con sólo ver y tocar al postulante ya puede saberse si puede ocupar un puesto o no. Por otro lado, al elegir al biotipo correspondiente, se accede a otros beneficios. Si encaja, estará más motivado, faltará menos, no se enfermará por el trabajo, y todos felices.
La biotipología no es una ciencia nueva, sino que tiene una larga historia, emparentada con la frenología y la fisionomía. Los nombres son, admitamos, rimbombantes y seductores, pero sus aplicaciones son preocupantes. En todos los casos se basan en una identificación y selección de los seres humanos mediante los rasgos físicos, supuestamente reveladores de una determinada personalidad.
Se ha experimentado y aplicado en los estudios criminológicos, cuya figura descollante fue el doctor César Lombroso, que a fines del siglo XIX determinó que los delincuentes podían ser reconocidos por la constitución de sus arcos superciliares, orejas, mandíbula simiesca y algunas asimetrías en el cráneo. La frenología, un poco anterior, también tomaba en cuenta la forma de la cabeza para identificar tendencias malignas, lo que facilitaría poner presos a los malhechores aun antes de que cometieran delito. Todas estas manifestaciones seudocientíficas aportaron buenos fundamentos para justificar, entre otras aberraciones, el racismo.
Se entiende la atracción que puede originar una selección tan rápida como la medición del tamaño de la frente, la distancia entre las orejas y el mentón, o la endeblez con que estrecha la mano. Este último rasgo, en particular, tiene plena vigencia hoy día. Vale para los varones, pero no para las mujeres. Obsérvese qué cerca que estamos de la biotipología sin saberlo. A la vez, qué lejos que estamos de cuantificar con certeza cómo es un hombre o una mujer a partir de su conformación física. O lo que puede ser peor, convencerse de que es posible mirar a alguien y seleccionarlo a partir del tamaño de su nariz o el espesor de las cejas. Hay que estar alertas. Todo es posible en el extraño mundo del marketing de los recursos humanos.
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