¿Gradualismo o shock? La receta para bajar la inflación
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Se vienen tiempos de renovación en la política económica argentina. Aunque aún faltan varios meses para el comienzo del mandato de un nuevo gobierno constitucional, ya es tiempo de empezar a pensar en lo que se viene; o en lo que debería venirse. Parece inevitable pensar entonces que el nuevo gobierno, del partido que sea, intentará implementar un proceso, un plan, de estabilización. La inflación está muy alta y ya no la quiere nadie. Si la política refleja de alguna manera, aunque imperfecta, las preferencias del electorado, el nuevo gobierno deberá intentar bajar mucho la inflación. ¿Pero cómo?
¿Gradualismo o shock? Esta pregunta no es nueva, claro. Se me dirá que nos pasamos los primeros dos años del gobierno de Mauricio Macri descubriéndola y discutiéndola. De hecho, redescubriéndola. La historia nos cuenta que el Plan Austral en 1985 fue la respuesta de shock al gradualismo de los primeros dos años de Raúl Alfonsín. Y aquí no estoy reinterpretando la historia, gradualismo versus shock es la terminología exacta que se utilizó en aquel tiempo.
Es decir, y esto no puede sorprender a ningún argentino, que ya lo intentamos todo; bueno, casi todo. Lo que no hemos logrado crear es lo que, en realidad, es indispensable: un orden fiscal sostenible en el tiempo, tal que el Estado gaste lo que recauda y no más. Alguno pensará aquí que estoy proponiendo un “ajuste.” Pero a lo que me estoy refiriendo es algo más aburrido: es aritmética.
No se puede estar ni a favor ni en contra de la aritmética. Tampoco pienso que haya ya lugar para un programa de estabilización de shock. El romanticismo económico abandonó la Argentina hace ya mucho tiempo. Los programas de shock intentan resolver el problema de la inflación sin transpirar mucho la camiseta. No creo que resulte efectivo a esta altura del camino, con tanto ya recorrido.
Más bien pienso que lo que se debería intentar es un programa de reordenamiento fiscal verdadero, meticuloso, ordenado, y sostenible en el tiempo. Y que la inflación vaya bajando a medida que los logros fiscales se vayan concretando. No basado en promesas sino solo en realidades.
Revertir el desarreglo fiscal es complicado. Complicadísimo. Pero es lo que hay que hacer. Y remendar y disimular con otras cosas no funciona, no va a funcionar, no funcionó nunca. Ya lo sabemos todos. La inflación va a bajar solo si el país encamina sus cuentas fiscales y deja al Banco Central la calibración fina del costado monetario de la economía.
No digo que la inflación deba ser cero o dos por ciento. Si los argentinos como sociedad prefieren cinco por ciento anual, pues bien. Pero no puede ser que la inflación sea el producto residual del desarreglo fiscal, fluctuante y, en el contexto argentino, generalmente creciente.
Se verá entonces que el plan de estabilización en cuestión tiene algunos aspectos en común con el malogrado gradualismo. Pero es un gradualismo casi obligado. Ordenar lleva tiempo. Logros fiscales reales toman tiempo. Y ese tiempo verá entonces reflejado en el proceso de estabilización. Sin orden fiscal observable, la inflación no se va a ningún lado. Las promesas en el ámbito económico yo no tienen lugar en la Argentina.
Sin embargo, hay algo que tienen los programas de shock tipo Austral y que me parece útil rescatar: es importante intentar ayudar a la economía para que el proceso de desinflación no resulte más costoso de lo que es estrictamente necesario. Estoy pensando aquí en un mecanismo que facilite la coordinación de los agentes económicos para reducir la magnitud de sus ajustes por inflación. Los controles de precios suelen crear más problemas de los que solucionan, pero un acuerdo económico y social, voluntario, pero responsable, es algo que tal vez valga la pena intentar. Es un camino difícil de transitar, pero la alternativa es una fuerte recesión, y a eso la política no lo acepta.
Una manera de pensar en la recesión es que funciona como una señal común para los fijadores de precios y salarios, indicativa de un nuevo sendero coordinado de reducción de sus ajustes por inflación. Pero existen otras señales de coordinación que se deben explotar. Por ejemplo, un acuerdo económico-social por el cual el ajuste inflacionario de todos los actores de la economía se vaya reduciendo de manera contingente, en la medida en que el déficit fiscal observado vaya cayendo, trimestre a trimestre.
El orden fiscal no solo bajará la inflación. También aumentará la eficiencia económica. Es que cuando se gasta más de lo que se recauda, en definitiva, alguien paga. Los recursos usados vienen de algún lado. Eso es aritmética. Y en el proceso de reconciliación de cuentas forzado por la aritmética se generan todo tipo de distorsiones que impiden la asignación racional de los recursos económicos: restricciones de cantidad, desdoblamiento del tipo de cambio, desabastecimiento, lo que ya todos conocemos.
En resumen, un programa de estabilización exitoso para la nueva etapa que se viene debería ser en sus fundamentos un programa de reordenamiento fiscal. Un programa tal que permita encaminar un proceso de reducción consistente del déficit del estado, seguramente de forma gradual en el tiempo, pero con la convicción obtenida después de tantos fracasos pasados. Y en tal proceso, habría que celebrar cada caída en el déficit fiscal y la tasa de inflación, porque cada caída es un nuevo paso en dirección hacia la prosperidad sostenida de la economía argentina.
El autor es Doctor en Economía, por la Cornell University, y economista de la Reserva Federal de Richmond, Virginia, Estados Unidos







