
La moda de alta costura lucha por su supervivencia
El repliegue de los acaudalados clientes estadounidenses y europeos y el escaso interés de los jóvenes amenazan un negocio que siempre fue frágil
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Volaron a París desde San Petersburgo, Yakarta, Abu Dhabi y Mónaco para asistir al desfile exclusivo para clientes de la colección primavera/otoño 2010 de Christian Dior durante la semana de la alta costura en enero.
Señoras de mediana edad con imponentes peinados lacados y cascadas de diamantes se sentaban junto a jóvenes veinteañeras con zapatos de tacón de aguja y chaquetas de avestruz ribeteadas de chinchilla. "No hemos venido sólo a mirar, sino también a comprar", dice Svetlana Metkina, una actriz rusa de 36 años casada con un productor.
Metkina, que tiene un departamento en París y casas en Moscú y Los Ángeles, tiró su BlackBerry en su bolso púrpura Birkin de piel de serpiente de US$23.000 mientras las modelos comenzaban a desfilar con largos vestidos de John Galliano inspirados en trajes de equitación del siglo XIX. "Somos las únicas lo suficientemente locas para tomarlos en serio", susurró. "Y ellos lo reconocen. En especial, ahora".
Estos son tiempos de incertidumbre para la industria del lujo, pero los desafíos que enfrenta este enrarecido mundo son tan peculiares como un vestido de noche de seda color pistacho valorado en US$350.000.
Ante el repliegue de los compradores, el envejecimiento o muerte de sus clientes tradicionales y las crecientes críticas sobre su irrelevancia, la alta costura se encuentra en una situación más precaria que nunca. Muchos incluso se preguntan si aún tiene una base de clientes.
Las damas de sangre azul que almorzaban y organizaban galas benéficas y eventos sociales han sido reemplazadas por los multimillonarios de Medio Oriente y Rusia. Para estos nuevos ricos, lo que importa no es tanto el lujo de vestir exquisitas creaciones hechas a mano, sino el consumo ostentoso.
Además, los diseñadores de alta costura enfrentan otros dos problemas: el gusto de los jóvenes por la ropa más informal y el hecho de que muchos fabricantes de la moda prêt-à-porter están elevando la calidad y los precios y manteniendo el volumen bajo. La idea es atraer a una nueva generación de compradores acaudalados que hace unos años habrían optado por la alta costura.
Esta situación ha llevado a los diseñadores a replantearse el negocio. Algunos, como Valentino y Givenchy, están tomando medidas radicales para modernizarse y atraer a mujeres más jóvenes. Otros tratan de cerrar la brecha a través de un nuevo movimiento: la alta costura hecha para la ocasión, dirigida principalmente a las celebridades que necesitan vestidos para la temporada de premios de Hollywood. Tal vez no paguen los modelos que llevan, pero proporcionan a las casas de moda una plataforma global para mantener a la alta cultura en el radar. Elie Saab se dio cuenta hace años y ahora Armani, Gucci y Versace siguen sus pasos.
Desde hace mucho tiempo que negocio ha parecido un apelativo demasiado generoso para la alta costura. El tradicional arte de crear ropa con complicados diseños a mano y a la medida habría desaparecido para finales de los años 80 si conglomerados como Louis Vuitton Moët Hennessy no hubieran adquirido algunas de las escasas marcas existentes.
Las multinacionales colocaron los ateliers, talleres con decenas de artesanos formados en Europa, en la cima de la cadena alimenticia de la moda, convirtiéndolos en laboratorios artísticos y portadores de imagen para los verdaderos motores de las ganancias: la ropa prêt-à-porter, los accesorios y los perfumes. Los ateliers continúan creando diseños que desafían la gravedad y la imaginación, pero su aporte a las ganancias de los conglomerados que los albergan es secundaria desde hace tiempo.
Los expertos afirman que vender varias decenas de vestidos en una temporada tan sólo cubre una mínima parte de los cuantiosos gastos de organizar los desfiles de moda y mantener una plantilla de bordadoras, sastres y profesionales de corte y confección. "Hay que reconocer que la alta costura no es fácil de contemplar como un simple cálculo de la cuenta de resultados", reconoce Stefano Sassi, presidente ejecutivo de Valentino.
La aritmética se ha complicado más en los últimos años, tras la virtual desaparición de los clientes estadounidenses y japoneses. A pesar de las abultadas bonificaciones en Wall Street en 2009, casi nadie compra.
Para la mayoría de las casas de moda dependientes de la alta costura, el cambio cultural hacia la ropa más informal en la mayoría del mundo occidental, incluso en el segmento más acaudalado de la población, representa una nube oscura en el horizonte.
Para los más jóvenes, el concepto de alta costura parece anticuado y rancio. Mujeres como la banquera Lizzie Tisch, de 37 años, que está casada con Jonathan Tisch, el presidente de la junta directiva de Loews Hotels, no encuentran razones para ponerse las voluminosas y recargadas creaciones que salen de los ateliers. "La alta costura no es realmente algo hecho para mí y mis amigas", explica.
La aparición de nuevos diseñadores de ropa de alta calidad, como Rodarte y Proenza Schouler, y el éxito de firmas que hace rato cerraron sus ateliers para concentrarse en sus diseños prêt-à-porter, como Lanvin y Balmain, han agravado los males que aquejan a la alta costura.
"La alta costura se ha vuelto totalmente irrelevante", asevera Oscar de la Renta, cuyo negocio prêt-à-porter y de accesorios es la envidia de otras compañías por su leal base de clientes. De la Renta resalta que Gucci Group no tiene un negocio de alta costura en su cartera de empresas de lujo, que incluye a Bottega Veneta y Balenciaga. Yves St. Laurent dejó de producir una línea de alta costura en 2002, tres años antes de que pasar a manos de Gucci. "Los clientes son inteligentes. Saben que un vestido de novia de US$10.000 será tan bonito como otro de un millón de dólares. Puede que el terminado interior no sea el mismo, pero ¿quién se va a dar cuenta?", exclama De la Renta.
Algunos creen que, con sus altos precios, comprar un vestido de alta costura es como comprar una obra de arte. Para los diseñadores, la alta costura ha sido tradicionalmente considerada como la máxima expresión de su creatividad. "Es donde exploramos las nuevas telas y las nuevas formas", afirma Bruno Pavlovsky, presidente de actividades de moda de Chanel. La alta costura es parte del ADN[de Chanel]".
Que la alta costura atrae a gente que la considera por encima del vil dinero se hizo patente en el desfile de Givenchy. Los atractivos invitados vestidos de negro de pies a cabeza llevaban ese aire rudo que el diseñador de Givenchy, Riccardo Tisci, ha convertido en un éxito. Con sus galones militares y sus botas altas de US$1.700, no son los típicos aspirantes a diseñador que abundan en los desfiles de ropa prêt-à-porter. "A este tipo de gente sólo se puede acceder a través de la alta costura", señala Fabrizio Malverdi, presidente ejecutivo de Givenchy Couture.
Los ejecutivos de Givenchy, Dior, Valentino y Chanel coinciden en que actualmente la región más importante para la alta costura es el Medio Oriente. Hasta 30% de las ventas totales provienen de países como los Emiratos Árabes Unidos (Dubai, Abu Dhabi), Arabia Saudita y Qatar, según Bain Consulting.
El surgimiento de Elie Saab, un diseñador libanés que comenzó a crear ropa en Beirut en 1982, es quizás el acontecimiento más relevante de los últimos años en el hermético mundo de la alta costura. A diferencia de las mujeres ricas en EE.UU. y Europa a las que "un vestido largo de encaje de US$600.000 con cientos de pequeñas flores de seda bordadas a mano poco les sirve" la mujer de un jeque puede comprar media docena cada temporada, cuenta Saab. El diseñador de 45 años no está bien considerado entre los críticos estadounidenses y europeos, ya que sus diseños se centran en un número pequeño de siluetas clásicas en lugar de las nuevas y sorprendentes formas que emergen a menudo durante la semana de la moda parisina, pero todos admiran su capacidad para los negocios. "Él sabe lo que esas mujeres quieren y ellas son sus verdaderos clientes", dice De la Renta, quien acaba de inaugurar una tienda en Dubai.
"Para la gente con la que tratamos, que pueden tener US$10.000 millones o US$20.000 millones, un ligero retroceso de la economía no es realmente significativo", afirma Saab mientras toma su espresso en la elegante mansión que alberga sus oficinas parisinas, su atelier y su tienda Saab.
Pero incluso con una base de clientes que podría rivalizar a la de Chanel en lealtad, Saab ha tenido dificultades para crear un negocio prêt-à-porter y de accesorios, un paso clave para construir un imperio global.
El hecho de que el mercado estadounidense de alta costura se esté marchitando tiene más relevancia que una simple caída en las ventas; ha supuesto una incalculable pérdida de publicidad. Los integrantes de la alta sociedad estadounidense se han convertido en celebridades internacionales, lo que significa que atraen a los fotógrafos, lo que, a su vez, significa publicidad gratis.
Versace ya no presenta colecciones de alta costura, si bien muestra una pequeña selección de sus vestidos hechos a la medida durante la semana de la alta costura en París en una suite privada en el hotel Plaza Athénée. En una ventosa mañana de enero, un equipo de la compañía le mostraban a un grupo de visitantes, entre los que figuraba la pareja del cantante Kanye West, Amber Rose, unaserie de maniquíes iluminados mientras un grupo de mozos servía capuccinos y petit fours. En una mesa baja hacia el final de una habitación, representantes de un proveedor francés de telefonía celular mostraban un teléfono con el estilo y los colores clásicos de Versace. El precio: más de US$5.000. "Vendemos un estilo de vida y eso siempre ha tenido una conexión con Hollywood", señala un asistente de la compañía.
Los rumores sobre la desaparición de la alta costura son tan perennes como las colecciones mismas. La alta costura no sigue las reglas del mercado. En palabras de Robert Burke, consultor de moda de lujo y ex director de Bergdorf Goodman, "la alta costura es algo más que una transacción para la gente que la fabrica y la compra; es una parte de la historia".





