La fiebre de las megafusiones: cuando la megalomanía cotiza en bolsa
Impulsados por la confianza, y cierta soberbia, de los CEO, los “lunes de fusiones” regresaron en 2025 con una ola de operaciones que ya suma US$700.000 millones y marca el mayor ritmo desde la pospandemia
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Impulsado por el entusiasmo —y la soberbia— de muchos directores ejecutivos los “lunes de fusiones” están de regreso: este año en diez ocasiones la semana laboral comenzó con la noticia de al menos una operación corporativa de US$10.000 millones o más. También volvieron los martes, miércoles, jueves y viernes de fusiones, impulsados por las ganancias récord de las grandes empresas, tasas de interés más bajas y autoridades antimonopolio sorprendentemente amigables.
La compra de Norfolk Southern por parte de Union Pacific por US$85.000 millones —que aún necesita la aprobación de los reguladores ferroviarios estadounidenses— es la mayor adquisición en cualquier parte del mundo desde que United Technologies compró Raytheon en 2019 por US$90.000 millones para crear el gigante de defensa ahora llamado RTX. Samsung Electronics creó una unidad de fusiones y adquisiciones (M&A) que puede recurrir a los US$74.000 millones en efectivo del gigante tecnológico surcoreano para ayudarlo a triunfar en la era de la IA.
En total, en 2025 se anunciaron 32 megafusiones corporativas por US$700.000 millones. Con casi un mes por delante, ya es el mayor número —y el mayor valor— desde la euforia pospandemia de 2021. LSEG, un proveedor de datos financieros, contabiliza 63 operaciones de más de US$10.000 millones entre enero y noviembre, incluidas compras apalancadas del mismo tamaño: más que en cualquier año completo de su registro, que se remonta a los años 70.
Los directores ejecutivos actuales no se dejan intimidar por las advertencias del pasado. Todos coinciden en que la desastrosa adquisición de Time Warner por parte de AOL por US$182.000 millones, anunciada meses antes del estallido de la burbuja de internet en 2000, fue trágicamente mal sincronizada y cómicamente mal valuada. Todos conocen el subgénero de investigaciones de management que sostiene que “estudio tras estudio sitúa la tasa de fracaso de las fusiones y adquisiciones entre el 70% y el 90%”, como concluyeron en 2011 Clayton Christensen —uno de los académicos de gestión más admirados de las últimas décadas— y sus colegas. Cada jefe cree firmemente que él (casi siempre un hombre) pertenece al 10/30 por ciento.
Los directores ejecutivos son, por naturaleza, un grupo autosuficiente proclive a poner el mega en megalomanía. Pero ¿qué tan nerviosos deberían estar los accionistas frente a esta nueva oleada de apetito por fusionarse?.

Empecemos por las estadísticas. El mundo cambió desde la advertencia de Christensen hace quince años. ¿Quizás también el desempeño de las fusiones? Para averiguarlo, Schumpeter analizó todas las fusiones corporativas de 10.000 millones de dólares o más (incluyendo deuda y sin ajustar por inflación) anunciadas entre principios de 2010 y fines de noviembre de 2020.
En total, se concretaron 117 megafusiones en ese período para las cuales había datos disponibles sobre el desempeño financiero de los compradores cinco años después. Las operaciones sumaron US$2,7 billones, involucraron mayormente empresas estadounidenses e incluyeron varios casos alarmantes. En 2016 AB InBev engulló SABMiller, un cervecero más pequeño, por US$103.000 millones. Dos años después AT&T desembolsó US$85.000 millones por Time Warner (que se había desprendido de AOL en 2009). Un año más tarde Bristol-Myers Squibb, un gigante farmacéutico, pagó US$79.000 millones por Celgene.
En los cinco años posteriores a la operación, los ingresos y la ganancia operativa del comprador mediano crecieron a un ritmo anual del 6%, decente pero no extraordinario. La relación entre su capitalización bursátil y el valor contable de sus activos, una medida común de valuación, se mantuvo plana. Su retorno sobre el capital, una medida de rentabilidad, cayó dos puntos porcentuales.
Esto resultó en un saldo mixto para los accionistas. La mitad de los compradores superó a su industria en los cinco años posteriores al anuncio. Sus retornos accionarios “en exceso”, por encima del índice de referencia de su sector, sumaron US$2,8 billones. Incluso si se excluye el aumento de US$640.000 millones en el valor de mercado de Microsoft tras comprar LinkedIn en 2016 —un salto que probablemente tuvo poco que ver con la adquisición de la red profesional por US$26.000 millones—, la cifra sigue siendo impresionante: US$2,2 billones. Sin embargo, la mitad que quedó rezagada lo hizo con igual contundencia, acumulando pérdidas relativas por US$2,9 billones. En resumen, hoy el fracaso no es tan frecuente como advertía Christensen, aunque las probabilidades de éxito siguen sin ser mejores que un lanzamiento de moneda.
Investigaciones más sistemáticas muestran que las empresas efectivamente han mejorado en fusionarse. El año pasado Bain, una consultora, publicó un informe titulado “Cómo las empresas se volvieron tan buenas en M&A”. La respuesta: la práctica hace al maestro. Entre 2012 y 2022, las firmas con al menos una adquisición por año obtuvieron retornos anuales para los accionistas del 8,5%. Las empresas poco inclinadas a las compras apenas lograron 3,7%. Entre 2000 y 2010 la ventaja de los compradores seriales era menos de la mitad. Suzanne Kumar, coautora del informe en Bain, atribuye esto a varios factores: una debida diligencia más rigurosa; mayor foco en nuevas capacidades o mercados adyacentes en lugar de simplemente ganar escala; y la preferencia por muchas compras chicas en vez de una apuesta total.
Fusiones y confusiones
La mitad de las megafusiones de este año siguen siendo apuestas por escala más que por alcance. Muchas son grandes —en términos absolutos, claro, pero también relativas al tamaño del comprador—. La operación mediana equivale al 46% del valor de mercado del adquirente. Union Pacific está pagando dos tercios de su propia capitalización por Norfolk Southern.
Más aún en un momento de profundos cambios tecnológicos. Los directorios deberían pensarlo dos veces antes de gastar decenas de miles de millones en una fusión cuando la IA podría pronto ayudar a las empresas a reducir costos y, con el tiempo, incluso aumentar ingresos —las dos justificaciones clásicas de una megaapuesta de M&A—. Y deberían recordar que, aunque mejores que uno contra nueve, esas probabilidades de 50% y 50% siguen siendo un volado.





