Narcotráfico: actuar antes de que sea tarde
La lucha contra el narcoterrorismo exige un plan, que debe empezar por cortar los nexos que tienen sus líderes en las cárceles y formar un cuerpo especial
LA NACIONEl país está conmocionado por el nivel al que ha llegado la violencia, el crimen organizado y la corrupción en la ciudad de Rosario y en no pocos enclaves del conurbano, que se extiende como una mancha nefasta por todo el país; pero cuando mueren niños, el impacto es mayor. No debemos olvidar que no es este un problema de hoy, y que miles de niños han sido infectados por la droga, que es causa y fin de toda esta podredumbre. Tampoco es desconocida la realidad de los llamados “soldaditos” utilizados por los narcotraficantes para transportar, vender y también consumir su mortífera mercancía.
Entre las certezas que tiene la población está la falta de una decisión política de terminar con este flagelo, a nivel nacional, provincial y municipal. Prácticamente todos los cuerpos policiales y de seguridad están contaminados por una avalancha de dinero que silencia las conciencias y las vocaciones.
Frente a ello, y ante la terrible realidad de que el 70% de los asesinatos y atentados atribuidos al narcoterrorismo emanan de instrucciones recibidas desde las cárceles, donde los jefes presos conservan su autoridad a sangre y fuego, comunicándose con sus secuaces a través de los celulares que disponen y otros medios de comunicación para hacer llegar sus mortíferas instrucciones, es evidente que algo hay que hacer al respecto.
El sábado 11 del actual, el doctor Fernando Vallone publicó en el suplemento Ideas de este diario una nota titulada “Cómo Italia evitó que la mafia operara desde las cárceles”. Mediante el dictado de las leyes necesarias y el apoyo de la Corte Europea de Derechos Humanos se instrumentó un régimen carcelario especial que aisló a los jefes mafiosos, y estableció un control estricto de la visitas, reducidas a una vez por mes, y sólo con familiares o convivientes, con control de correspondencia y comunicaciones telefónicas, entre otras medidas de seguridad que no implicaban un aislamiento absoluto ni se trataba de un régimen inhumano o degradante, pues como hemos dicho se permitían las visitas pero con estrictos controles.
Entre las certezas que tiene la población está la ausencia de una firme decisión política para terminar con este flagelo, a nivel nacional, provincial y municipal
En la Argentina, los reclusos cuentan con teléfonos celulares, más de uno en la mayoría de los casos, con los cuales pueden libremente comunicar sus instrucciones y conducir sus bandas. Esta anomalía que seguramente algún ideólogo considera un “derecho humano”, no se entiende si no se advierte el daño a toda la estructura social, que semejante arma mortal infiere, con crímenes, extorsiones y amenazas, que abarcan barrios y pueblos enteros, y hasta ciudades como Rosario.
Esto debe terminar. Es el primer paso de un combate que debe librarse sin pausa, parte de una cruzada nacional que nos comprende a todos los argentinos, empezando por quienes nos gobiernan. Está claro que el problema no se resuelve con declaraciones rimbombantes, ni con envíos de ingenieros militares sin armas, ni con efectivos armados sin instrucción especial. Mucho menos sin un plan, metodología que el gobierno nacional aborrece, pero que en este caso es imprescindible.
Un segundo paso, infinitas veces reclamado, es el cierre de fronteras por las que ingresa la droga. Está claro que nuestras fronteras son extensas, pero puede hacerse, sobre todo en las vías de acceso harto identificadas por las autoridades. El ingreso de avionetas cargadas de droga que aterrizan en pistas no puede ignorarse; basta mirar Google Earth para encontrarlas. Nuestra alicaída fuerza área debe ser remozada para prestar su necesario concurso.
Existen muchísimas medidas más, que la evolución tecnológica permitiría instrumentar, pero lo que es evidente es que debe formarse un cuerpo especial con plena autonomía operativa y fondos suficientes que pueden obtenerse de los muchos bolsones improductivos de nuestro presupuesto.
Hay que empezar, y las dos primeras medidas sugeridas se imponen con urgencia si no se quiere terminar de envenenar a todo nuestro país. Antes de que sea demasiado tarde.
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