
Adolfo Suárez: el hombre de la transición
1976
Había pasado un año de la muerte del dictador Francisco Franco y España no encontraba el camino para dominar su escenario de crisis múltiple. En ese entonces, sin democracia todavía, el rey Juan Carlos designó al abogado y ex funcionario franquista Adolfo Suárez, de 44 años, presidente del gobierno.
El país estaba como erizado. Nadie se alegró mucho ni esperó demasiado. Se ignoraba, todavía, que España había dado, por fin, con el hombre que hizo de la tan mentada transición su obra maestra.
Pronto se vio, en su caso, lo absurdo de las etiquetas. Suárez, el ex franquista, inició una audaz reforma política para desmontar el viejo sistema, que él bien conocía, y dar paso a la democracia. En 1977 se convirtió en el primer presidente democrático de la transición con su partido, la Unión de Centro Democrático (UCD).
Convencido de la necesidad de consenso, convocó en ese mismo año el célebre Pacto de la Moncloa, con todos los sectores de oposición. El compromiso se convirtió en base del proceso. Cada uno de sus firmantes se levantó de la mesa habiendo perdido algo en lo individual. Pero España era, sin duda, la ganadora.
Tanto coraje y estilo político no siempre hace amigos. Suárez pagó en escarnio personal los logros de su carrera, tanto que hasta sus ex aliados le daban vuelta la cara. "Hubo un tiempo en que no se me dejaba en paz ni en misa", dijo una vez.
En 1981, presa su partido de una grave crisis, presentó su renuncia. Todo el mundo parecía enojado con él. El ejército no le perdonaba la amnistía democrática para arrepentidos de ETA ni la legalización del Partido Comunista; sus ex aliados, que desmantelara el viejo sistema; la Iglesia, la ley de divorcio.
Un año después, en 1982, volvió a la política con un partido nuevo, el Centro Democrático y Social (CDS), con el que se convirtió en diputado. Pero su rechazo a negociar para formar mayoría y desalojar al socialismo del poder fue castigado en las urnas. Y, así, en 1991, renunció al partido y a la banca y se fue. Nadie, por entonces, le daba un lugar en la historia. Suárez, el presidente incomprendido, pareció haber entrado en el más absoluto de los olvidos.
2005
Hace poco hubo noticias: Suárez padece mal de Alzheimer. "No se acuerda de que fue presidente. Sólo responde a los estímulos del afecto", dijo su hijo, Adolfo Suárez Illana. La noticia generó enorme tristeza. Hubo espontáneos mensajes a los medios, llenos de agradecimiento al político y, sobre todo, a su enorme lección de dignidad.
"¡Qué mala suerte!", opinaron otros. Porque Suárez venía de enterrar, en pocos años, a su mujer y a su hija, aquejadas las dos por un cáncer muy parecido. El fue fiel y atento enfermero de ambas. "¡Debo tanto a mi familia por el tiempo que le robé por la política!", explicó.
Pocos años antes, la historia había empezado a hacerle un hueco. En 1995 le entregaron el premio Príncipe de Asturias a la Concordia. "Somos un pueblo que ha superado muchísimos problemas, pero que debe seguir aprendiendo la lección de la concordia, de la convivencia en libertad y en justicia", dijo entonces.
Fue una rara excepción, porque Suárez se propuso, con su retiro, abrir camino a otros; dejar que la democracia, las instituciones, tuvieran su espacio. Fue su gran lección política; la que cambió la historia. Hoy tiene sólo 73 años y, según dicen los suyos, no se acuerda. Pero España, por suerte, no olvida.





