Antes eran poco o nada amigos; ahora son enemigos íntimos
RÍO DE JANEIRO.- Nunca fueron amigos, y se convirtieron en enemigos íntimos. El proceso de juicio político se concretó, pero no hay que olvidar que hay otro presentado en el Tribunal Superior Electoral (TSE) para remover a la dupla Dilma Rousseff-Michel Temer.
La elegancia de las columnas de mármol, diseñadas como plumas que brotan del suelo, disimula el pesado clima de conspiración permanente que reina en el Palacio del Planalto. No es obra del Partido de los Trabajadores (PT), a pesar de que la dirigencia del partido se vanagloria de haber inventado Brasil a partir de 2003.
Esa es la naturaleza del poder, como consignó el escritor francés Honoré de Balzac en La comedia humana, una obra exhaustiva sobre las élites de la era postnapoleónica, que lo empujó a planes desesperados, como el de "llevar mis huesos a Brasil, una idea alocada, y que elegí justamente por su locura", como le escribiría a su amada polaca en 1840.
Desde la campaña de 2010 es evidente que presidenta y vicepresidente conviven, se toleran, y eventualmente comparten alguna alfombra. Dilma, que cumplirá 68 años el lunes próximo, y Temer, de 75, nunca fueron amigos, pero se convirtieron en enemigos íntimos.
Esa disonancia se hizo discordia ya durante el primer mandato, con vetos constantes de la presidenta a las propuestas que emulaba su vice y que a ojos de Dilma beneficiaban a algunos del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) en detrimento de los intereses del gobierno. Bloqueó, por ejemplo, las negociaciones sobre los créditos tóxicos de las instituciones financieras intervenidas por el Banco Central.
Las características de la personalidad del vicepresidente -su frialdad, sus modales, su circunspección- ayudaron a evitar enfrentamientos.
El clima siguió siendo tempestuoso con las fallidas cruzadas de Dilma para desgastar al PMDB y hundir la candidatura de Eduardo Cunha a la presidencia de la Cámara de Diputados. Con la reelección, quedó en evidencia que el Estado estaba quebrado, y empezó la licuefacción del gobierno, que perdió la brújula de sus propias cuentas.
El vicepresidente creció como referente del descontento de personajes casi invisibles de la escena política, como el banquero Lázaro Brandão, presidente de la fundación que controla el Bradesco. El gobierno y el PT pasaron a calificarlo de "conspirador". Y la presidenta se hace eco, cuando repite no tener motivos "para desconfiar de él ni un milímetro".
El proceso de juicio político se hizo realidad, con el aval preliminar del Tribunal Supremo, que lo consideró un problema político y no jurídico. Algunos opositores ahora sueñan con una presidencia de Temer, siempre y cuando se comprometa a no buscar la reelección y a apoyar el parlamentarismo en 2018. Falta definir cuál es el interés de la opinión pública y sintonizar con las calles.
Y a no olvidar que hay otro proceso en curso, presentado en el TSE. Se trata de una moción de remoción contra Dilma y Temer por supuestos fraudes en las cuentas de campaña del año pasado.
Cualquiera sea el resultado del juicio político, no garantiza el fin del proceso de casación contra Dilma y Temer, y viceversa. En teoría, Temer podría asumir la presidencia y seguir sujeto a una posible remoción por delito electoral.
En ese mazo de naipes político, los investigadores tienen cartas de sobra referidas a la corrupción en Petrobras, catalizadores del que tal vez sea el primer choque real del Estado brasileño con los intereses de las viejas y nuevas oligarquías brasileras.
En los últimos días, hay movimientos en la justicia que parecen apuntar a una inminente ofensiva sobre las transacciones de los próceres del PMDB.
Traducción de Jaime Arrambide
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