El drama del éxodo en el infierno de Kukes
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KUKES (en la frontera albano-kosovar).- Llueve a cántaros, nieva, graniza y el viento golpea fuerte en la cara. Es un infierno la región de Kukes, en la frontera nordeste de Albania, donde, como mareas humanas, siguen llegando, extenuados, miles de refugiados kosovares.
En fila, algunos a pie, otros en viejos autos de fabricación yugoslava, muchos en carretas tiradas por caballos, y la mayoría en destartalados tractores con remolques llenos de mujeres, ancianos, niños y bebes -cubiertos por lonas de plástico para protegerse de ese clima imposible-, son incontables. Aunque algunos calculan que están llegando cerca de mil personas cada hora.
En el puesto militar de frontera de Morina, a unos 26 kilómetros de Kukes, después de cruzar esos 200 metros de tierra de nadie entre la provincia serbia de Kosovo y Albania, primero los recibe la policía albanesa, que los registra -porque la policía serbia suele quitarles sus documentos- y, después, distintos organismos humanitarios les alcanzan una frazada, una naranja y un turrón de manteca de maní, para recuperarse de la odisea que han padecido para llegar hasta lo de sus "hermanos albaneses".
Jornada trágica
Hace mucho frío, es una zona de alta montaña, y en una colina, a 500 metros, se distinguen perfectamente las milicias serbias al acecho. El flujo de gente es dispar: depende del plan sistemático de limpieza étnica de Slobodan Milosevic si se abren o cierran las compuertas de lo que hoy es una tierra que se va vaciando de su gente.
La frontera ha sido minada, y este viaje hacia la salvación de los kosovares se ha convertido en la muerte para cinco personas, dos mujeres y tres niños, cuyo coche saltó por el aire dejando atrás cualquier esperanza.
La destrucción de esta familia no fue la única tragedia. Otro refugiado resultó muerto y 22 más fueron heridos cuando los alcanzó un obús lanzado por las fuerzas serbias. El proyectil cayó sobre un tractor ocupado por los refugiados, que trataban de alcanzar la frontera con Albania en la tierra de nadie antes de Morina.
Los rostros de los emigrantes que tímidamente levantan esas frías lonas de plástico que los protege de la lluvia constante, desde sus precarios carruajes de madera, son rostros desesperados, rojos por el frío y marcados por el dolor. Nadie reacciona cuando algunos medios de televisión los filman.
Una mujer vestida con las tradicionales babuchas y con la cabeza cubierta por un pañuelo blanco llora desconsoladamente, casi no puede caminar, y es llevada a una carpa de primeros auxilios de Médicos del Mundo, que se levanta a cien metros del puesto fronterizo albanés.
Un voluntario explica que acaba de llegar, que está muy mal, que no tiene más fuerzas, tanto que dejó caer a su bebe de cuatro meses, que también está siendo atendido dentro de esa minisala de emergencias de lona. Quizás allí se descubra que, como tantas otras, además de perder su casa, esta mujer ha perdido su dignidad y ha sido ultrajada.
Como un ruego colectivo
En ese océano de seres humanos destruidos, la mayoría son campesinos. Se nota por su vestimenta, su mirada perdida y, sobre todo, porque han llegado en tractores que aún muestran fardos de paja.
Pero también hay gente que viene de ciudades, hoy fantasmas, en autos a los que los serbios les han quitado la chapa para que no puedan regresar nunca más y para que no queden vestigios de una convivencia antes normal entre kosovares serbios -la minoría- y kosovares albaneses -la mayoría-. No obstante, a muchos todavía les queda la calcomanía ovalada que dice "YU": Yugoslavia.
En total son 321.000 los refugiados que han llegado a Albania, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Unos 180.000 ya fueron derivados desde Kukes hacia otras zonas del país.
En medio de esta multitudinaria y penosa peregrinación bajo la lluvia, otro castigo injusto, todos esos ojos cansados, horrorizados y desamparados parecen estar levantando al cielo un ruego colectivo:"Dios, por favor, al menos haz que salga el sol".




