El inédito estallido social en Cuba sorprende a Biden y lo obliga a hacer equilibrio
Las multitudinarias protestas pusieron en primer plano la necesidad de la Casa Blanca de revisar la postura frente a la isla
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WASHINGTON.- Las protestas anti-régimen que sacuden a Cuba son otro sobresalto para una Casa Blanca que no gana para sustos: el gobierno de Joe Biden no se terminaba de reponer del asesinato del presidente de Haití y sus inauditas consecuencias, y le cayó un levantamiento potencialmente histórico en la vecina Cuba.
Antes de este fin de semana, los lugartenientes de Biden ya venían dando señales de que revisar la postura de Washington hacia La Habana no estaba al tope de su agenda. “Tenemos todo un mundo y una región en caos”, le dijo el mes pasado un funcionario a The Washington Post, sin revelar su identidad para poder referirse a las discusiones internas del gobierno.
“Estamos luchando contra una pandemia y lidiando con la ruptura de la democracia en innumerables países: esa es nuestra situación actual. Así que en cuanto a Cuba, haremos lo que sea mejor para la seguridad nacional de Estados Unidos”, añadió.
Pero ahora las circunstancias están obligando a la Casa Blanca a decir lo que piensa. El lunes, Biden describió las escenas que se vieron en Cuba como un reclamo de libertad y deshago “tras décadas de represión y penuria económica a las que fueron sometidos por el autoritario régimen cubano”. Más tarde, el presidente les advirtió a las autoridades cubanas que se abstuvieran de “cualquier intento de silenciar la voz del pueblo de Cuba”.
Según Anthony Faiola, del Washington Post, las actuales manifestaciones “son de las más grandes desde la Revolución Cubana de 1959 y parecen tener una base más amplia que el así llamado Maleconazo, las protestas de 1994 que obligaron al entonces líder Fidel Castro a permitir que miles de cubanos huyeran de la isla en botes y barcazas”.
Detrás de la protesta está la creciente frustración de los cubanos por los desmanejos del régimen en medio de un imparable brote de coronavirus. Los recientes cortes de luz y la escasez de algunos alimentos básicos empujaron a la gente a las calles en varias ciudades del país, y la protesta se amplificó por las redes sociales. El gobierno comunista de la isla respondió reprimiendo con mano dura, cortando el servicio de internet y convocando a los “leales revolucionarios” a recuperar el control de la calle. También denunció que las potestas son orquestadas por Estados Unidos.
En la era digital, es un argumento difícil de vender. “Los cubanos ya dejaron de quejarse en voz baja adentro de su casa y de sacudir la cabeza con desaprobación en las calles, y pasaron a la acción”, escribió el periodista Abraham Jiménez Enoa desde La Habana. “Las protestas sacudieron al régimen, y no creo que las cosas vuelvan a ser como antes: el juego cambió, y con nuevas reglas podría cambiar nuestro futuro”, añadió.
La gran pregunta para la Casa Blanca es qué hacer a continuación. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, dijo que los funcionarios de gobierno “están evaluando cómo podemos ayudar de manera directa al pueblo de Cuba”.
“Hay claras señales de que las protestas de ayer [por el domingo] fueron la manifestación espontánea de un pueblo harto del desmanejo económico y la represión del gobierno de Cuba”, dijo Psaki, en respuesta al relato de La Habana de que las protestas fueron pergeñadas por agentes norteamericanos. “Lo que fogonea estas protestas es la durísima realidad cotidiana en Cuba, y no personas de otro país”.
Robert Menéndez, senador demócrata por Nueva Jersey que preside la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y un acérrimo opositor al régimen cubano, dijo que “estamos frente a la oportunidad de un cambio en Cuba” que podría beneficiar a la actual administración.
Reclamo de dureza
Pero los adversarios domésticos de Biden, que comparten con Menéndez el reclamo de más dureza con La Habana, ven en las actuales circunstancias una oportunidad para mostrar a Biden como un presidente débil. En los medios de comunicación de la derecha, los conductores son lapidarios con el gobierno por su supuesta pasividad, describen las protestas en Cuba como una revuelta contra el socialismo totalitario, y caricaturizan a los demócratas como adeptos a ese modelo.
Marco Rubio, senador republicano por Florida y un influyente detractor del régimen de La Habana, le envió una carta al gobierno de Biden para recomendarle “dar pasos para apoyar al pueblo cubano en su lucha por la libertad”. Entre esos pasos, Rubio sugiere abrir el acceso a internet satelital a los cubanos, imponer sanciones a los funcionarios cubanos directamente responsables de órdenes y acciones que impliquen violencia contra los manifestantes, y algo todavía más visible: “Emitir una declaración clara e inequívoca de que las actuales políticas de Estados Unidos hacia el régimen cubano implementadas por el gobierno de Trump seguirán en vigor”.
Lo irónico del caso es que hasta hace una semana, la furia contra Biden por su política hacia Cuba venía de la izquierda, y no de la derecha. En marzo, 80 legisladores demócratas le enviaron una carta reclamándole que revocara algunas de las “crueles” sanciones de Trump, como las restricciones a los viajes y al envío de remesas a la isla. “Con un solo trazo de su lapicera puede ayudar a las golpeadas familias cubanas y propiciar un abordaje más constructivo”, escribieron los demócratas.
Durante la campaña electoral, Biden criticó la estrategia de “máxima presión” de Trump hacia Cuba, y dijo que esa política “solo le ha infligido daño al pueblo cubano, y no ha hecho nada para promover la democracia y los derechos humanos”. Pero cerca de Biden desconfían de retomar el “deshielo” de la era de Obama, que promovió el desarrollo de nuevos contactos comerciales entre los países y permitió vislumbrar el destello de una distensión.
La política interna y la importancia electoral de Florida, bastión anticastrista en Estados Unidos, hacen actualmente inviables esas propuestas. Y el margen para un cambio de política hacia Cuba se estrechará todavía más a medida que se acerquen las elecciones de mitad de mandato de 2022.
Por el contrario, Biden preside un statu quo de Guerra Fría que deja en vigor el asfixiante embargo estadounidense sobre Cuba, un bloqueo que obstaculiza desde hace décadas la economía del país y que le regala al régimen cubano un culpable externo de todos sus problemas. El mes pasado, Estados Unidos volvió a encontrarse prácticamente solo en Naciones Unidas, ya que la Asamblea General votó casi por unanimidad, como lo hace anualmente, contra la continuación del embargo económico.
Los defensores de un cambio de dirección argumentan que Estados Unidos puede condenar las fallas y abusos del régimen cubano sin por eso dejar de habilitar canales comerciales y económicos que podrían beneficiar a la sociedad cubana en general.
“Denunciar a los gritos el fracaso del comunismo y poner condiciones absolutas para aliviar las sanciones son un pobre sustituto de una verdadera diplomacia”, señala un informe político del Grupo de Estudio de Cuba, publicado a principios de este año. Pero por ahora, lo que predomina en Washington es eso.
Los cubanos “obviamente están decepcionados”, dijo William LeoGrande, experto en asuntos cubanos de la American University. “Escucharon lo que dijo Biden durante la campaña y esperaban, al igual que muchos, una acción medianamente rápida sobre algunas cuestiones básicas. Y no pasó nada”, señaló.
La Casa Blanca no oculta su posición. “En lo que se refiere a Cuba, Joe Biden no es Barack Obama”, se ocupó de aclarar en abril Juan González, director para el hemisferio occidental del Consejo de Seguridad Nacional.
Y el régimen cubano, que ya tiene pocos incentivos para prestar atención a las advertencias estadounidenses, recibió el mensaje. “Dándole la espalda a la abrumadora mayoría del pueblo estadounidense y cubano, la administración del presidente Biden hace cumplir las sanciones de Trump”, tuiteó en mayo el canciller cubano, Bruno Rodríguez. “La brecha entre las palabras y la realidad es cada vez mayor”.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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