El mundo, azotado por los conflictos: ¿debe acostumbrarse a vivir en guerras permanentes?
Mientras algunos analistas lo ven como un fenómeno inevitable por los intereses políticos y económicos, otros estiman que la violencia ha disminuido con el paso del tiempo; el número de conflictos es mayor que en la década de 1990
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PARÍS.- Guerra en Ucrania; situación explosiva en Medio Oriente; guerra civil en Siria, conflictos armados en Yemen, Etiopía y Afganistán; estallidos de violencia entre Armenia y Azerbaiyán, crisis permanente entre China y Taiwán; el Líbano al borde de la guerra civil al igual que Sudán; guerra del agua entre Etiopía Egipto y Sudán; disputas en el mar de China meridional entre China, Filipinas, Vietnam, Malasia, Brunei y Taiwán, crisis en el Sahel entre grupos islamistas y países de la región, sin olvidar el gran enfrentamiento geoestratégico entre Occidente y el mal llamado Sur Global. ¿Acaso el mundo tendrá que acostumbrarse a vivir en guerra permanente?
Pensadores como John Mearsheimer, aseguran que la guerra es un fenómeno inevitable, debido a la naturaleza humana y los permanentes conflictos entre intereses políticos o económicos. Otros, como Steven Pinker, estiman que la violencia ha disminuido con el correr del tiempo, gracias al progreso de la civilización y los sistemas internacionales, que favorecen la cooperación.
En todo caso, durante gran parte de la historia de la humanidad, la guerra fue la norma y la paz la excepción, aun cuando los occidentales se hayan mostrado casi siempre ciegos ante esa realidad. En el mejor de los casos, la cultura política occidental considera la guerra como una necesidad puntual, pero lamentable, y, en el peor, como un trágico fracaso perfectamente evitable.
“Las pruebas arqueológicas, antropológicas y todas las pruebas documentales que sobrevivieron, indican que la guerra, el conflicto armado entre grupos políticos organizados, ha sido la norma universal en la historia humana”, escribió en 1988 el historiador Michael Howard en La invención de la paz y el retorno de la guerra.
Sin ir demasiado lejos, el sigo XIX fue devorado por los conflictos: desde los levantamientos en Serbia y en Grecia hasta la guerra de Crimea, pasando por las guerras de unificación italiana. Los siglos XV, XVI y XVIII también estuvieron marcados por una cantidad de enfrentamientos y escasos periodos de paz.
Pero, ¿por qué es tan difícil aceptar que el mundo actual es igual -o tal vez menos violento- que el anterior? ¿Qué justifica esa sensación de que los hombres se dirigen sin solución de continuidad hacia el abismo? Tal vez, porque hoy las nuevas tecnologías permiten mirar la marcha del planeta día a día. Y hacerse una idea medianamente clara de los sistemas de alianzas, los cambios que se avecinan y la cuenta feroz de muertos y destrucción que provocan esos conflictos.
A la luz de la realidad actual, cualquier observador tendría dificultades en aceptar que, si bien el número de conflictos es mayor que en la década de 1990 (50 contra 40), la cantidad de víctimas es inferior a la registrada después de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, el año más mortífero para el mundo fue 1950, cuando la guerra de Corea (1950-53) causó más de 2,5 millones de muertos. Sin olvidar las guerras de Vietnam y del Congo, así como el genocidio ruandés en 1994, con 800.000 muertos en tres meses.
Desde que Rusia lanzó su guerra contra Ucrania en febrero de 2022, institutos especializados estiman que murieron más de 9000 civiles y 500.000 militares, y hay más 8 millones de refugiados en los países europeos. Costo estimado (2023): unos 600.000 millones de dólares para la economía mundial, en infraestructuras destruidas y apoyo militar.
La guerra civil en Siria fue el otro gran conflicto que se cobró miles de vidas en este siglo: más de 600.000 muertos desde 2011, más medio millón de desplazados (2023). Costo estimado: entre 10.000 y 20.000 millones de dólares, sobre todo en ayuda humanitaria y reconstrucciones.
En cuanto al actual conflicto entre Israel, el grupo terrorista Hamas, Irán y sus proxies -como el movimiento chiita libanés Hezbollah-, el Ministerio de Salud Pública de Gaza, controlado por Hamas, estima los muertos en cerca de 42.000, o sea el 2% de la población palestina de la franja, a los cuales hay que sumarles los más de 1200 muertos israelíes. El Banco de Israel calculó que para el país la guerra costará 67.000 millones de dólares entre 2023 y 2025. En tanto, la destrucción económica de Gaza fue estimada en abril por el Banco Mundial en 18.500 millones de dólares. Esto equivale al 97% del PBI combinado de Cisjordania y Gaza en 2022.
El total de decesos de los conflictos anteriormente mencionados se eleva actualmente a más de 2.250.000. Y los costos son, como se vio más arriba, siderales. Para poder comparar, el mundo invierte un billón de dólares en educación primaria, aun cuando estas cifras varían según la región.
Todos estos números son aproximativos y evolucionan a diario con la intensificación de cada conflicto. Pero es cierto que vivimos en un mundo agitado por la violencia.
“La historia de la humanidad es la lucha por el espacio”, afirmaba el geógrafo francés Yves Lacoste. Eso quiere decir “guerra”, a veces permanente.
Y hay hombres, como Vladimir Putin, que han decidido hacer de la guerra permanente su estrategia política. El autócrata ruso libra en Ucrania su quinta guerra desde 1999, después de Chechenia, Georgia, Donbass y Siria. Nunca Rusia estuvo realmente amenazada por aquellos a los cuales atacó. Putin solo necesita hallar pretextos: proteger a los “rusoparlantes en peligro”, luchar contra el terrorismo, “desnazificar Ucrania”…
Lo que más teme Putin, en realidad, es la democratización de las exrepúblicas soviéticas y su emancipación de la tutela de un Estado ruso depredador. Todo para asegurar su supervivencia.
“El problema de esa guerra permanente es que acentuó la represión interior y fragilizó a Rusia en el exterior. Lanzando contra Ucrania una guerra fratricida, Putin encerró a los rusos en una confrontación mayor con Europa, Estados Unidos y Japón, que podría empujar a su país al abismo” y cambiar el orden del mundo, asegura la especialista Marie Mendras en su libro Putin: la guerra permanente.
Para otros geopolitólogos, si bien la violencia y el número de enfrentamientos no ha aumentado, la calidad de los mismos y el desenfado de los protagonistas para ignorar el orden institucional establecido después de la Segunda Guerra Mundial, han provocado un peligroso vuelco hacia lo desconocido. Pierre Lellouche, exsecretario de Estado francés para Asuntos Europeos, y Gilles Kepel, uno de los mejores especialistas de Medio Oriente, toman cada uno como ejemplo tanto a Putin como al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
Para el primero, la guerra de Ucrania ha actuado como acelerador de los movimientos telúricos de fondo preexistentes en la relación de fuerza entre naciones.
“Hace 30 años, con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, todos creímos en el ‘fin de la Historia’, esperando décadas de paz. Hoy entramos en otro mundo, dominado por el retorno de guerras identitarias, el empleo desacomplejado de la violencia y, más fundamentalmente, por el crecimiento de un Sur Global decidido a terminar con la dominación occidental. Para liderarlo: China y Rusia, a quienes la guerra de Ucrania sirvió para concretar su alianza contra Occidente. A estos se agregan Estados particularmente tóxicos como Corea del Norte e Irán, que participan en el esfuerzo de guerra ruso. Yo los llamo ‘los cuatro caballeros del Apocalipsis’, pues todos son nucleares o en vías de serlo”, dice Lellouche.
Para confirmar ese peligroso vuelco del mundo, Lellouche afirma que la guerra de Ucrania “ya ha provocado metástasis” en otros rincones del globo. “Sobre todo en Medio Oriente, donde encontramos los mismos actores iraníes, rusos, estadounidenses o chinos”, asegura.
Mucho más optimista y sin menospreciar el papel que juega la guerra de Ucrania en el ajedrez geopolítico mundial, Gilles Kepel considera que “si Irán es hoy un caballero del Apocalipsis, monta un caballo rengo”.
“Tras medio siglo de observación de Medio Oriente, formulo la hipótesis de que Irán se encuentra actualmente como la URSS de 1989, entre la derrota del ejército rojo en Kabul el 15 de febrero y la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre. Irán está hoy debilitado por los ataques terribles de Israel contra el Hezbollah, desmoronado por el inédito blietzkrieg informático israelí, mientras que hasta las misteriosas muertes del presidente Ebrahim Raisi, de Ismail Haniyeh, jefe del buró político del Hamas, y hasta de Hassan Nasrallah, líder de Hezbollah en el Líbano, permiten interrogarse sobre el nivel de complicidad o de fragilidad del aparato de seguridad iraní”, analiza.
Y mientras Pierre Lellouche forma parte de aquellos que creen que es necesario temer una escalada nuclear debido a la irresponsabilidad de esos cuatro “caballeros del Apocalipsis”, Gilles Kepel desecha la posibilidad de una utilización del arma nuclear por parte de Irán.
“Irán carece de vectores y no ha terminado aún el enriquecimiento. No obstante, si tuviera ambas cosas, podría llegar a utilizarlos”, reconoce.
Tanto Lellouche como Kepel se declaran incapaces de hacer un diagnóstico preciso de lo que podría suceder en el futuro inmediato. Ambos coinciden sin embargo en que, como ocurrió en otros periodos de la historia, las cartas han sido redistribuidas en apenas dos años y que el orden del mundo, tal como fue construido en 1945, ha dejado de ser funcional.
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