El peligro de que un gobierno no tenga controles
NUEVA YORK- El gobierno, escribió una vez Clinton Rossiter, se parece al fuego: "Bajo control, es el más útil de los sirvientes; fuera de control, es un tirano devastador".
Así que uno espera que los funcionarios del gobierno sean plenamente conscientes de la naturaleza ambigua y peligrosa de su posición, que repartan holgada y cuidadosamente su poder, gramo a gramo, que sepan que no son realmente tan benévolos y desinteresados como se ven a sí mismos. Y sobre todo, uno espera que sean personas con fuerte capacidad de autocontrol.
Pero ése no es precisamente el cuadro que vemos en las grandes historias sobre los gobiernos actuales. La mayoría de los funcionarios son extremadamente dedicados y talentosos, y su nivel de compromiso excede ampliamente a su salario. Pero también vemos funcionarios que lejos de moderar su propio deseo de control, le dan rienda libre.
El escándalo del IRS (la agencia fiscal estadounidense) y la invasión del Departamento de Justicia sobre la agencia Associated Press son apenas los ejemplos más recientes de esos excesos.
Todavía es difícil saber si el escándalo del IRS es patoterismo político o distracción. Una cosa sería que el escándalo se redujera simplemente a un grupo de recaudadores que les apuntaron a los grupos que más se oponen a los impuestos en el país. Eso sería hasta normal: antipatía partidista común y corriente.
Mucho peor sería que los funcionarios del IRS se hayan aislado tanto en su tarea de tecnócratas que ni siquiera se hayan dado cuenta que usar el término Tea Party iba a generar un problema moral y político. Si fuera así, entonces los miembros de la cúpula del IRS se pusieron anteojeras, porque piensan que la realidad exterior es mera distracción. Cuando los funcionarios del gobierno pierden la noción del contexto humano de su trabajo es cuando comienza realmente el show del horror.
Todo el mundo dice que el asunto del IRS es grave, pero el escándalo del Departamento de Justicia es mucho peor. Se trata de una flagrante intrusión que dificulta la labor del periodismo. ¿Quién va a atreverse a llamar a un periodista para informarlo de un ilícito si sabe que en algún futuro incierto, el gobierno bien podría sentirse en libertad de rastrear los registros telefónicos y venir por él?
Este escándalo emerge de un virus cultural más amplio: la fobia a las filtraciones. Cada gobierno que llega centraliza el poder más férreamente que el anterior y es más paranoico de las filtraciones que el anterior. Cada gobierno va estrechando sucesivamente el espacio de debate, renunciando a las deliberaciones amplias en aras de reducir las filtraciones de información (salvo las que le sean políticamente útiles).
¿Por qué lo hacen? Porque la gente que entra al gobierno no sólo tiene tendencia a controlar a los demás, sino también a controlar la información.
Está claro que en el gobierno federal hay un problema de valores. Está claro que en varias o muchas áreas del gobierno los jefes no les insisten lo suficiente a sus subalternos sobre la necesidad del autocontrol, con el riesgo de perder lo que queda de la confianza de la gente.
El resto de nosotros debe ser más precavido. ¿Y qué hacer con la reforma de la regulación financiera y la nueva ley de salud? Sumidos como estamos en la cultura de la desmesura, ¿los funcionarios federales no usarán esa oportunidad legislativa para extender su alcance más allá de lo que nunca imaginamos?
La gente solo puede tener fe en un gobierno que se autocontrola. Por el momento, las evidencias de eso son pocas.
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