Golf, pasión de presidentes
Fenómeno: antes de que naciera Tiger Woods, varios mandatarios norteamericanos ya descargaban el stress acumulado en los links, un lugar a veces apto para arreglar cuestiones de Estado.
WASHINGTON, D.C.- Tiger Woods es un poco de todo: afroamericano (por parte de padre), asiático (por parte de madre) y norteamericano (por partida de nacimiento).
Tiger Woods es, a su vez, de todo un poco: joven (tiene 21 años), soltero (y sin apuro), impetuoso (triunfa en un deporte propio de blancos con buen pasar) y hecho a sí mismo (un self made man al estilo Bill Gates o Henry Ford).
Tiger Woods, el golfista más famoso de los Estados Unidos, pertenece a una minoría (dos, en realidad, la mirada achinada cual perla en su piel morena), pero conmueve a las mayorías desde que ganó este año el Masters de Augusta y, hoy por hoy, todo aficionado norteamericano a los clubs (palos) quiere ser como él.
En los dos canales deportivos ESPN, el chico prodigio es una especie de símbolo y, en las canchas, parece una marca registrada. "A lo Tiger Woods", se comparan algunos, trocando un acierto azaroso en un golpe magistral.
Los mayores de 30, comenzando por Bill Clinton, aman el béisbol, el fútbol americano, el basquetbol y el hockey sobre hielo, pero, antes de aferrar el bate, de ponerse el casco, de encestar la pelota o de calzarse los patines, prefieren practicar golf. Como el basquetbolista Michael Jordan, la estrella de los Chicago Bulls y de la película Space Jam.
Ninguno de ellos, salvo Jordan, tiene más pretensiones que pasar un buen rato al aire libre y, como correlato, vincularse con gente afín a sus intereses, ya sean legisladores, burócratas, diplomáticos, jueces, lobbistas, economistas, abogados, empresarios o banqueros.
"En el Congressional Country Club se arreglan más asuntos que en el Congreso, ¿sabes?", confiesa a La Nación un senador republicano retirado que, según suele bromear, está más cerca del hoyo que del tee (salida).
Sucesión presidencial
Aquí no más, en Bethesda, Maryland, puro verde, un hombre con la mente despejada puede tomar, entre golpe y golpe, mejores decisiones que en una oficina sacudida por timbrazos de teléfono y por consultas de asesores, según el senador.
Allí, sede en junio del Abierto de Golf de los Estados Unidos, jugó Carlos Menem en su última visita a Washington, cosa que también había hecho, en diciembre de 1994, en las canchas del hotel Biltmore, de Miami, en donde Clinton, otro hombre con swing, presentó la Cumbre de las Américas y, hace un par de meses, en Kennebunkport, Maine, mientras pasaba el día en la casa de verano del ex presidente George Bush.
Lo curioso es que por un accidente fortuito, derivado de esta pasión, los Estados Unidos comenzaron a replantearse en marzo, por primera vez en esta administración, la eventualidad de una sucesión presidencial.
Todo porque Clinton tuvo que ser operado de urgencia de la rodilla derecha a raíz del traspié que sufrió en la casa de su profesor de golf, Greg Norman, en Florida. Razón de fuerza mayor por la cual, entre otros ítem, debió postergar por unos meses su primera gira por América latina, dividida en dos tandas.
Los mejores y los peores
Pero Clinton no es el primer presidente norteamericano que juega golf. Ni el último, seguramente. Durante varios años, la mayoría de ellos despuntó el vicio en una institución ultraprivada de Bethesda, el Burning Tree Club, de la que se convierten en miembros honorarios desde que reciben las llaves de la Casa Blanca.
En el ranking de los mejores figuran John Kennedy (tildado de experto), Gerald Ford, Dwight Eisenhower, Franklin Roosevelt y, aunque haya perdido en Olivos con Menem, George Bush, según "Presidential lies: the illustrated history of White House golf (Mentiras presidenciales: la historia ilustrada del golf de la Casa Blanca)", de Sheperd Campbell y Peter Landau.
Entre los peores, según el libro, están William Taft (el pionero, cuyo mandato se extendió de 1909 a 1913), Warren Harding, Woodrow Wilson, Lyndon Johnson y Calvin Coolidge.
Ajenos en absoluto al golf fueron Herbert Hoover (consideraba más equitativa la pesca), Harry Truman (adoraba las cabalgatas) y Jimmy Carter (prefería el softbol, el tenis y el aerobismo).
Wilson, por ejemplo, llegó a practicar golf hasta seis veces por semana y Richard Nixon (sólo decente su desempeño) parecía un adicto a este deporte, mientras que Eisenhower, después de una vida dedicada a la milicia, superó las 800 vueltas en sus ocho años en el Salón Oval.
De todos ellos, Harding, en la Casa Blanca de 1921 a 1923, gozaba de pésimo prestigio como jugador, pero su excusa era la posibilidad de pensar y de charlar mientras los hoyos parecían alejarse cada vez más de las pelotitas que lanzaba.
Entre los golfistas, de hecho, predomina una máxima: ver cómo juega un presidente sugiere más de su carácter que sus propias palabras. De Clinton dicen que tiene mucho entusiasmo, pero advierten en el swing que no juega desde chico.
Es, mal que le pese, la honrosa virtud de los principiantes maduros. Nadie se imagina, sin embargo, cómo sería Tiger Woods en la presidencia.
Cada vez más adeptos en la Argentina
El golf es uno de los deportes que, año tras año, suma cada vez más adeptos entre los argentinos, a pesar de que practicarlo requiere entrenamiento, un amplio conocimiento del reglamento y cierto poder adquisitivo.
El juego, que surgió en Inglaterra cuando pastores aburridos de cuidar sus rebaños se entretenían pegando con un palo a las piedras, llegó al país a fines del siglo pasado y ganó relevancia a partir de esta década.
Actualmente existen 35.340 jugadores diseminados por todo el país, según informó a La Nación la Asociación Argentina de Golf.
El interventor del Campo de Golf de la Ciudad, Juan José Bergaglio, aseguró que "la proliferación de canchas y la difusión que le ha dado al golf la televisión provocaron que mucha gente se acerque a practicarlo".
Lo cierto es que a principios de esta década existían 148 campos de golf, que ahora ascienden a 184. De los cuales dos se encuentran en Capital Federal, setenta en el Gran Buenos Aires y el resto en el interior.
Lo que cuesta
"El golf de ninguna manera es un deporte de elite, por cuanto todos los niveles socioeconómicos tienen posibilidades de practicarlo. Existen equipos de buenas marcas y de muy bajo precio, lugares gratuitos para iniciarse, clubes con enormes facilidades de ingreso", explicó a La Nación el director ejecutivo de la Asociación Argentina de Golf, Jorge Garasino.
En el Campo de Golf de la Ciudad y en el Golf Club José Jurado, ambos situados en Capital Federal, el alquiler de la cancha cuesta entre 25 y 40 pesos por persona, según se juegue durante la semana o los sábados y domingos.
El deporte requiere de un equipo conformado por 14 palos, además de las pelotas, carro para trasladarse por el campo e indumentaria deportiva acorde con el reglamento.
Los locales Proshop y Jurado Golf, consultados por La Nación , señalaron que el equipo y los carros pueden alquilarse o comprarse.
El alquiler de los 14 palos cuesta unos 20 pesos, mientras que los carros valen entre 5 y 10 pesos, según sean manuales o eléctricos.
En tanto, comprar el equipo puede requerir una inversión de hasta 3 mil pesos, si se eligen los de primer nivel, o desde 350 pesos para los principiantes. También hay precios medios que rondan los 900 pesos.
Como la vestimenta no es a elección, ya que está prohibido usar musculosas, joggings o calzas, mientras que el jean está mal visto, también hay que invertir en ella.
La ropa de un típico jugador de golf es remera con cuello, pantalones fantasía y zapatos especiales para no patinarse ni dañar el green, los que cuestan unos 100 pesos. En cuanto al aprendizaje, las escuelas cobran entre 30 y 40 pesos por clase, que generalmente se dan dos veces por semana.
Jorge Garasino destacó que lo atrayente del golf es que "pasamos en un segundo de sentirnos ridículos a genios, porque nos engaña haciéndonos creer que el mejor golpe del día es nuestro juego estándar. Ilusos de nosotros, sólo ha sido un golpe entre cien que ejecutamos".
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