Desde el año 1066, cerca de 39 monarcas tuvieron su ceremonia, todos en la tradicional y muy pintoresca Abadía de Westminster.
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Dicen que el hábito hace al monje... y al rey, su corona. Pero, en la historia de la realeza británica no todos los monarcas tuvieron oportunidad de lucir el emblema por excelencia de su reinado sobre la cabeza.
Desde el año 1066, cerca de 39 monarcas fueron coronados como reyes o reinas de Inglaterra, todos en la tradicional y muy pintoresca Abadía de Westminster.
En ese año fue coronado Guillermo I, más conocido como Guillermo el Conquistador, quien inició una tradición que tendrá su próximo (y muy esperado) capítulo este 6 de mayo, fecha de la ceremonia de coronación de Carlos III tras la muerte de Isabel II, el 8 de septiembre de 2022.
Por lo general, es tradición que transcurra un tiempo tras la muerte de un rey o reina para proceder con la coronación de un sucesor. Lo que llevó a que no todas las personas que fueron oficialmente reyes de Inglaterra hayan tenido el privilegio de ver la corona sobre sus cabezas.
Uno de los casos más conocidos es el de Eduardo VIII, quien tras casi un año como soberano británico decidió abdicar en 1936 a favor de su hermano menor -posteriormente conocido como Jorge VI-, básicamente por amor.
La historia también conoce a otro rey que nunca fue coronado: Eduardo V, quien en 1483 y tras estar tres meses en el trono británico con apenas 12 años, fue depuesto y posteriormente desapareció (se presume que fue asesinado).
Su historia causó una fuerte conmoción en la nación, que incluso sirvió de inspiración a William Shakespeare para escribir su famosa obra Ricardo III.
En BBC Mundo te contamos un poco de la historia de los dos Eduardos que nunca fueron coronados.
Los príncipes en la torre
El siglo XV vio cómo Reino Unido se sumergía en uno de los conflictos más cruentos por el poder real: la Guerra de las Dos Rosas.
Dentro de los innumerables capítulos en la confrontación entre las casas de Lancaster y York por el trono, casi hacia el final se dio un hecho muy particular y cruel: la desaparición de un rey y su hermano a manos de su tío.
El rey era Eduardo V. Según relata BBC History, era el hijo mayor de Eduardo IV, quien logró una de las principales victorias en la Guerra de las Dos Rosas y, por ende, se había quedado con la corona británica.
Eduardo IV murió en junio de 1483 y su hijo mayor fue proclamado rey de inmediato bajo el nombre de Eduardo V, con apenas 12 años. Inglaterra todavía no lograba la estabilidad política tras el largo y costoso conflicto interno.
Debido a que era menor de edad, el tío del nuevo rey y hermano del recién fallecido, el duque de Gloucester, fue designado como protector del joven soberano hasta que este cumpliera la mayoría de edad.
Sin embargo, como lo señala el historiador británico Anthony James Pollard en su libro Los príncipes de la torre, el protector comenzó a tener conflictos con los nobles de la corte y a los tres meses del ascenso de Eduardo V decidió dar un golpe de poder: ordenó el arresto de los nobles y tomó a Eduardo V y a su hermano -y en ese momento heredero al trono- Ricardo y los encerró en la famosa torre de Londres.
Entonces, se urdió una trama que quedó documentada en un acto parlamentario el 26 de junio de ese año: los miembros del Parlamento aceptaron la denuncia del duque de Gloucester de que tanto Eduardo V como su hermano Ricardo eran hijos ilegítimos de Eduardo IV, por lo que no tenían derecho a heredar la corona.
Tanto a Eduardo V como a su hermano Ricardo, en ese entonces duque de York, nunca más se los volvió a ver con vida y muchos historiadores acusan al duque de Gloucester de haberlos asesinado, aunque nunca existieron pruebas o documentos concluyentes que lo certifiquen.
Por lo tanto, Eduardo V nunca pudo ser coronado. Y hasta el momento sus restos no han sido identificados. En el mismo acto parlamentario del 26 de junio de 1483, el duque de Gloucester fue proclamado nuevo rey de Inglaterra. Tomaría el nombre de Ricardo III.
Eduardo VIII, el rey enamorado
Tendrían que pasar cerca de 500 años y decenas de monarcas para que otro rey no tuviera su corona. El 20 de enero de 1936, a los 70 años, falleció en Sandringham House Jorge V, rey de Inglaterra con 26 años en el trono. En ese mismo momento, su hijo mayor pasó a ocupar el rol mayor de la monarquía británica y tomó el nombre de Eduardo VIII.
Pero, había un problema: durante los años previos a la muerte de su padre, el entonces príncipe Eduardo había sostenido distintos romances, algunos con mujeres casadas.
Así fue que se enamoró de la estadounidense Wallis Simpson, quien al momento de oficializar su noviazgo con el futuro rey todavía estaba legalmente casada con su anterior marido, Ernest Simpson.
Sin embargo, en octubre de 1936, nueve meses después del ascenso al trono de Eduardo VIII, Wallis obtuvo el divorcio. La idea era que pudiera casarse con el monarca y convertirse en reina de Inglaterra.
Entonces comenzaron los problemas. En su libro Primeros ministros desde Balfour hasta Brown, el historiador Robert Pearce indica que tanto el primer ministro de aquel entonces, Stephen Baldwin, como los líderes religiosos le recomendaron que no se casara con una mujer que se acababa de divorciar.
Argumentaban que, como rey de Inglaterra, él era la cabeza de la Iglesia anglicana, cuyos adherentes no iban a ver con buenos ojos que su rey se casara con una mujer recién divorciada. Eduardo propuso varias alternativas, pero ninguna convencía a sus consejeros y a los líderes religiosos.
Tras poco más de un mes de diálogo e intentos de negociación, el propio Eduardo VIII decidió que iba a abdicar si no podía contraer matrimonio con Simpson. Esto se concretó el 11 de diciembre de 1936.
Fue el primer rey británico en abdicar de forma voluntaria. Su hermano, el príncipe Jorge -y padre de la futura reina Isabel II-, ascendió al trono.
Eduardo VIII perdió todos sus privilegios nobiliarios, aunque fue nombrado Duque de York, pero tuvo que mudarse de país. Moriría en 1972 en su residencia en el sur de Francia, donde residía junto a su esposa Wallis Simpson.
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