Olaf Scholz, un canciller bajo fuego y cada vez más cuestionado en Europa antes de su visita a la Argentina
El líder alemán, que la semana próxima estará en Buenos Aires, llegó al gobierno hace un año con un capital de confianza que se deterioró en medio de la guerra rusa en Ucrania
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PARÍS.- Hace poco más de un año, el 8 de diciembre de 2021, Olaf Scholz –que el próximo lunes y martes estará en Buenos Aires– sucedió a Angela Merkel al frente de una coalición tripartita que reunía a los socialdemócratas (SPD), los Verdes y los liberales (FDP). Desde entonces, el canciller alemán consiguió sentar su autoridad sobre esa alianza heteróclita y hacer adoptar posiciones alejadas de las defendidas por los partidos de gobierno. Pero después llegó la guerra de Ucrania. Y tanto en su país como en el resto de la Unión Europea (UE), crecen las críticas sobre su forma “monosilábica” de comunicar, su ausencia de espíritu de concertación y de solidaridad.
Sucedió en una cumbre del G-7 en la ciudad bávara de Elmau, en junio de 2022, después que un periodista le pidió que especifique qué garantías de seguridad habían acordado los Estados para Ucrania en el período de posguerra. Scholz respondió con un “sí”. Luego no dijo nada durante un largo momento, sonrió, añadió un “podría” y abandonó el escenario tras un “eso fue todo”.
Los periodistas que lo siguen aseguran que su manía de responder de esa forma imprevisible e inescrutable los vuelve locos.
“Scholz muestra una comunicación hanseática informal, que carece de precisión estratégica”, afirma el politólogo Werner Weidenfeld, que lleva décadas observando a los cancilleres alemanes, entre ellos Helmut Kohl, Gerhard Schröder y Merkel.
El problema es que “la capacidad explicativa es crucial, especialmente en un mundo complejo, con una crisis climática, una pandemia y una guerra en Ucrania; existe una inmensa necesidad de que los políticos ofrezcan interpretaciones a lo que sucede”, afirma Weidenfeld.
Pero si bien la comunicación es importante para hacer política, lo cierto es que Scholz llegó al poder con un auténtico capital de confianza, ganado durante una campaña donde supo demostrar su conexión con una sociedad angustiada por la incertidumbre de una pandemia y de un cambio de liderazgo, después de 16 años de Merkel.
Y si bien anunciaba verdaderas ambiciones reformadoras, sobre todo en materia de transición energética y numérica, su nuevo gobierno también se inscribió en una gran continuidad encarnada por él mismo: ya vicecanciller durante tres años. En todo caso, el sucesor de “mutti Merkel” era, como ella, un pragmático prudente con un estilo marcado por la sobriedad.
Poco más de un año más tarde, el balance de Scholz es considerable, aun cuando no corresponda a lo que imaginó. Muchas promesas fueron cumplidas, como el aumento del salario mínimo, que pasó de 9,80 euros brutos/hora a 12. Pero la invasión de Ucrania convirtió en obsoleto el “contrato de coalición” firmado algunas semanas antes. Miembro de un partido de cultura profundamente pacifista y que, después de la Ostpolitik de Willy Brandt (1969-1974) había predicado las buenas relaciones con Moscú, el canciller socialdemócrata sorprendió a todos al anunciar, tres días después del inicio de la guerra, que Alemania crearía un fondo especial de 100.000 millones de euros para su defensa, con la ambición de constituir las fuerzas armadas convencionales más importantes de Europa. Eso, sin consultar una palabra con sus socios europeos.
A esa decisión mayor, calificada con razón de “giro histórico” (Zeitenwende) por el mismo Scholz, se agregaron otras, también totalmente inesperadas, pero asumidas al precio de dolorosos renunciamientos. ¿Quién hubiese creído que el ingreso de los ecologistas al gobierno iba a acompañarse de la reapertura de una veintena de centrales de carbón, la construcción de terminales gigantes de gas natural licuado y una prolongación de la vida de las tres últimas centrales nucleares aún en actividad en el país? En todo caso, gracias a esas difíciles decisiones, Scholz pudo darse el lujo la semana pasada de anunciar que su país, que importaba más del 60% de su gas de Rusia antes de la guerra, dejó de depender del mismo.
Que hayan sido escogidas opciones a veces tan alejadas de las posiciones de los partidos de gobierno –y tan rápidamente– deben ser sumadas al crédito de Scholz.
Esas decisiones, tomadas en la urgencia para una Alemania obligada a salir a toda velocidad de su dependencia del gas ruso, fueron con frecuencia mal comprendidas en otras capitales europeas, donde Scholz se vio –y se ve aún– reprochar una falta de espíritu de concertación y de solidaridad.
Cambio de dirección
Por esa razón, el canciller alemán parece haber abandonado la idea de asumir un verdadero “leadership” en Europa, sobre todo en cuestiones de política extranjera y de defensa, un papel que su predecesora siempre se negó a jugar.
Prueba de ese cambio de dirección fue el reciente episodio del envío a Ucrania de los tanques de combate Leopard 2, de fabricación alemana. Presionado por aliados, por ucranianos y por los propios miembros de su coalición, Scholz demoró semanas en dar su autorización para librar esos blindados que bien podrían cambiar la naturaleza de la guerra. ¿La razón invocada? No cruzar esa línea geoestratégica solo, sin estar acompañado por sus socios de la OTAN. Empecinado, el canciller resistió hasta que Washington anunció por fin la entrega de sus propios tanques Abrams a Kiev.
A las críticas de la derechista CDU-CSU, que juzgan los envíos demasiado tardíos, Scholz responde que “esa decisión es conforme al compromiso de apoyar a Ucrania según nuestras posibilidades, evitando al mismo tiempo una escalada hacia un conflicto entre Rusia y la OTAN”. Y añadió: “Si siguiéramos vuestros consejos, sería un peligro para la seguridad de Alemania”.
En ese terreno, Scholz no hace más que seguir la línea de conducta de Merkel, para quien siempre fue “primero Alemania y después todo lo demás”. Una actitud que le valió la confianza de sus administrados durante más 16 años y cuatro elecciones consecutivas.
Es probable que ese sea precisamente su objetivo. Desde el punto de vista continental, por el contrario, es sin duda en ese plan que, al frente de la primera potencia económica de la UE, el balance de Scholz es el más perfectible: probar que, además de un buen gobernante alemán, es también un gran canciller europeo.
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