Se agrava la crisis en Egipto: renunció todo el gobierno
La junta militar deberá designar un nuevo Ejecutivo; continúa la violencia en El Cairo
EL CAIRO.- Luego de tres días de protestas, todo Egipto hervía anoche de interpretaciones tras la sorpresiva renuncia del gobierno de transición, presentada ante el Consejo Supremo de las fuerzas armadas, que ocupa el poder desde la caída del presidente Hosni Mubarak, en febrero pasado.
La renuncia del gobierno no significa que haya caído el régimen militar. A la manera de una monarquía no constitucional, el Consejo Supremo se desempeña como si fuera un rey que designa sin mandato democrático a un primer ministro y a otros miembros del gabinete.
El asunto es que no se sabe por qué renunció el gabinete ni si la renuncia será aceptada. Una hipótesis es que el primer ministro, Essam Charaf, que fue elegido para ese puesto por su popularidad entre los manifestantes (es un académico que apoyó la revolución desde el principio), y varios de sus colegas estén mostrando de esta forma su rechazo a la sangrienta represión que lanzaron las fuerzas armadas en los últimos días y que ha dejado más de 30 muertos.
La alternativa opuesta es que, ante la demanda popular de crear un gobierno de salvación nacional, la junta militar haya abierto una vía para formar un "gobierno de unidad" a su gusto que apacigüe el descontento y le permita ganar tiempo.
Una tercera opción, señalada por grupos islamistas, es que el objetivo de la violencia represiva haya sido alterar los ánimos y crear una situación de caos que derribara al gobierno de Charaf y le permitiera cancelar el proceso de elecciones programado para empezar el próximo lunes.
Mientras las manifestaciones se extendían ayer a seis ciudades, las fuerzas armadas calificaron como "vándalos" a los muertos en la represión de los últimos tres días. Según esta versión, la policía paramilitar y los soldados no habrían agredido a los manifestantes, sólo se habrían defendido.
"Hay una mano invisible en la plaza que está creando una división entre el ejército y el pueblo", afirmó el general Said Abbas, en nombre del Consejo Supremo.
Anunció, además, que las demandas de la gente no afectan los planes de la junta militar: una enredada serie de elecciones legislativas que empieza el lunes y que deberá dar lugar a un Congreso. De ahí saldrá, en abril, un comité constituyente que entregará un proyecto de Carta Magna en octubre. A fines de 2012 o principios de 2013 está previsto que ese proyecto sea sometido a referéndum, y sería entonces cuando los militares entregarían el poder a un gobierno civil.
Desde la oposición, algunos grupos piden que los militares devuelvan ya el poder a un gobierno de salvación nacional y sólo después se celebren las elecciones. Otros quieren que la votación se realice como está planeado, pero que los soldados se retiren antes del verano.
Mientras tanto, la violencia se extiende en las principales ciudades, en el mayor desafío a la junta militar en estos nueve meses. Los jóvenes sienten que ganan fuerza y que están relanzando su adormecida revolución.
Las víctimas
El costo, no obstante, crece con los días. Los manifestantes afirman que la policía paramilitar y los soldados están disparando con munición real. La Nacion sólo ha podido constatar que muchos heridos fueron alcanzados por balas de acero recubiertas de caucho y por perdigones de caza, y que han sufrido heridas en los ojos. Tanto el reconocido activista Malke Mostafa como el videoperiodista Ahmed Abdel Fattah, del diario Al Masry Al Youm, perdieron un ojo por la represión policial.
Peor es el caso de Ahmed Harara, un revolucionario de la primera hora: le destrozaron el ojo izquierdo en los enfrentamientos del 28 de enero, antes de la caída de Mubarak, y el domingo recibió un disparo en el derecho. En Facebook, sus amigos afirman que declaró lo siguiente: "Prefiero estar ciego, pero vivir con dignidad y con la cabeza alta". Ayer por la tarde, Harara estaba de vuelta en la plaza Tahrir, epicentro, nuevamente, de las protestas.
La elevada cifra de víctimas, que incluye a casi dos millares de heridos, ha sido alimentada también por un arma misteriosa: el gas lacrimógeno que están empleando las fuerzas gubernamentales provoca efectos que no habían sido vistos con anterioridad.
Lo normal es un poderoso ardor en las fosas nasales, en la garganta, en los ojos y en la piel, además de sofocamiento. El que se usa en Irán causa, además, náuseas y espasmos.
Pero el que se usó en las últimas protestas en El Cairo parece atacar el sistema nervioso.
En los enfrentamientos de la calle Mohamed Mahmoud, entre Mansour y Al Faliki, donde se encuentra el Ministerio del Interior, los jóvenes salían ayer de las nubes de gas tóxico tambaleándose, sin poder orientarse, hasta que alguien conseguía sostenerlos y sacarlos de allí. A otros los recogían directamente del suelo, al que se habían desplomado de golpe.
Además de El Cairo, las manifestaciones ya se han extendido a ciudades como Alejandría, Suez, Puerto Said y Asuán.
Para hoy un grupo importante, el Movimiento de la Juventud Revolucionaria, llamó a una "marcha del millón" de personas. El pulso entre militares y opositores de todos los signos sigue intensificándose.
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