Los jefes del Kremlin comparten desde hace un siglo la pasión por esta localidad entre el Mar Negro y las montañas del Cáucaso donde residen largas temporadas
Sochi tiene la distinción de ser una de las ciudades más largas del mundo. Se extiende a lo largo de 145 kilómetros sobre la costa rusa del Mar Negro, en el sur del país. Pero se caracteriza también por ser un frecuentado centro de veraneo para los sucesivos jefes del Kremlin, sobre todo desde que el dictador Joseph Stalin le echó el ojo.
Conocida históricamente como centro vacacional, los líderes soviéticos primero y rusos después se sintieron a gusto en esta ciudad que combina la playa del Mar Negro con las montañas del Cáucaso, y donde en la actualidad suele viajar el presidente Vladimir Putin, quien impulsó los Juegos Olímpicos de invierno de 2014 que le dieron cierto renombre internacional a esta urbe de 400.000 habitantes.
Putin tenía a Sochi entre sus sitios favoritos mucho antes de los juegos. Allí se reunía con líderes extranjeros, como el presidente estadounidense George W. Bush o la canciller alemana Angela Merkel, los más poderosos del momento, o estrellas del espectáculo. Putin conserva la costumbre de recibir visitantes, aunque ahora solo aliados o afines, como el dictador bielorruso Alexander Lukashenko o el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.
La ciudad empezó a funcionar como centro turístico en la época imperial, cuando atendía a la aristocracia. En un momento dado, incluso la familia real se alojó en sus inmediaciones. La oferta vacacional de Sochi recibió tras la caída de los zares el visto bueno del líder revolucionario Vladimir Lenin, de quien se dice que amplió el acceso de sus playas al proletariado, devenido según la doctrina marxista en el “sujeto de la historia”.
Stalin, el sucesor de Lenin como conductor de la Unión Soviética, mandó construir una residencia de verano en 1937, donde pasó largas temporadas . Nacido en la vecina Georgia, también en el sur, Stalin tenía problemas de salud, entre ellos las articulaciones y los pulmones, por lo que el clima de esta región más cálida que Moscú, la fría y distante capital situada mucho más al norte, resultaba un alivio.
Stalin tenía debilidad por las casas de campo (dachas). Contaba con más de veinte a su disposición, la mayoría cerca del Mar Negro, tanto en Crimea como en el Cáucaso, muchas de las cuales nunca llegó a pisar. Incluso murió en una dacha, en este caso cerca de Moscú, en 1953.
Joseph Stalin with his daughter and Sergei Kirov in Sochi (1934) pic.twitter.com/XiAhHwd8GQ
— ✪ Socialist Visuals ✪ (@SocialistPics) February 5, 2022
“A Stalin no le gustaba viajar mucho a otros lugares, y prefería estar en sus dachas”, dijo a LA NACION el historiador Alexander Domrin, y aclaró que no eran necesariamente suyas, sino del Estado soviético. “Le gustaba estar en Yalta, en la península de Crimea, la ciudad donde se reunieron Stalin, Franklin Roosevelt y Winston Churchill en 1945. También le gustaba una dacha en el lago Ritza”, situado en su Georgia natal.
Desde entonces toda la élite soviética disfrutó de dachas en Crimea y otros sitios a lo largo del Mar Negro como Sochi. Incluso las frecuentaba quien declaró la disolución de la URSS en 1991, Mikhail Gorbachov.
La dacha de Stalin
La dacha de Stalin en Sochi se conserva como museo y hotel, con la sala donde jugaba al billar y la sala de cine donde veía las películas de Chaplin, sus favoritas. Vale preguntarse, de paso, si Stalin se habrá sentido identificado con El gran dictador, la parodia que Chaplin protagonizó en 1940.
La residencia de Sochi siempre estaba dotada de personal y en funcionamiento por si el dueño de casa hacía una visita sorpresa. Y ahora, con la dacha reconvertida en museo, un Stalin de cera se sienta detrás de su escritorio para quien quiera pasar a saludarlo. Ya no hay peligro de que al hombre le suba su conocida paranoia, lo mire mal y lo haga matar o lo despache a una prisión en Siberia, los “gulags” de triste fama donde penaron millones de inocentes.
“La dacha de Stalin fue el escenario en el que el secretario general tomó algunas de sus decisiones políticas más significativas, recibió a estimados invitados (a veces temblorosos) y expresó libremente su paranoia equipándola con los últimos inventos en materia de seguridad”, dijo el diario The Moscow Times en una nota sobre la casa.
El Stalin de cera se rodea de muebles de época, como el escritorio y los sofás que solía usar el Stalin original. Eran sofás a prueba de balas y con el respaldo lo bastante alto para que la cabeza no sobresaliera, no fuera a ser que le pegaran un tiro a sus espaldas. ¿Paranoia? No cabe duda. Pero aún falta un dato: las cortinas no llegaban al suelo, sino que se dejaban cortas para que se vieran las piernas si algún intruso pretendía esconderse al acecho.
Incluso el color de la dacha tenía que ver con la seguridad que precisaba desesperadamente sentir el dictador. “Por eso la dacha está pintada de verde camuflado, y no se puede identificar ni desde el mar ni desde el aire”, explicó una guía de turismo durante un recorrido con periodistas.
Stalin murió tras liderar la Unión Soviética durante tres décadas y convertirla en la segunda potencia mundial, en disputa con Estados Unidos. Luego de su muerte, los dos países siguieron enfrentados en cada aspecto de la vida, desde el ajedrez hasta la bomba nuclear, desde el básquet olímpico hasta la carrera espacial.
Puertas adentro de la URSS, a su muerte le siguió el llamado “deshielo”, donde el legado del dictador fue puesto en cuestión por sus antiguos camaradas. Su dacha fue saqueada y convertida en lugar de descanso de los miembros del Comité Central del Partido Comunista. Pero Stalin tuvo su venganza muchos años después, cuando la dacha fue reconvertida en hotel y pudo regresar en forma de hombre de cera, recibiendo a los turistas con su poblado bigote, su uniforme verde y su mirada de hielo.
La revancha de Stalin es doble, porque también recuperó una imagen positiva entre más de la mitad de los rusos. Según un sondeo de 2019 del Centro Levada, el 51% de los entrevistados veía positivamente a Stalin, de los cuales el 41% sentía respeto, el 6% simpatía, y el 4% admiración.
Bocharov Ruchey
Entre tanto cobraba vida otra dacha. Conocida como Bocharov Ruchey, esta residencia comenzó a construirse justo después de la muerte de Stalin. Allí viajaban los más altos dirigentes del Kremlin, entre ellos los secretarios generales Krushchov y Breznev. Hoy es la única dacha propiedad del gobierno ruso en el Mar Negro, y tiene el estatus de residencia oficial del presidente.
El dormitorio del presidente se encuentra en el segundo piso del edificio principal. Un edificio anexo tiene un salón para recepciones y negociaciones, y hay cabañas para el jefe de la administración y el primer ministro rusos. El complejo también tiene helipuerto, dos piletas de natación, gimnasio junto al mar, puerto para un barco de uso presidencial, y una cancha de tenis cubierta que puso el entonces presidente Boris Yeltsin en los noventa.
Putin utiliza con regularidad la Bocharov Ruchey. En una recordada anécdota, le hizo pasar un mal momento a Angela Merkel cuando el ruso dejó entrar a su perro, Koni, al salón donde estaban reunidos. Se diría que era un gesto para romper el hielo y crear un ambiente informal, de cercanía y calidez. Pero eso no cuadraba con la manera de pensar de Putin. La verdad era que Merkel tenía fobia a los perros… La expresión de contrariedad de la canciller al ver a Koni quedó plasmada en una foto icónica.
“Entiendo por qué hizo esto: para probar que él es un hombre. Él está asustado de su propia debilidad. Rusia no tiene nada, ni una política ni una economía exitosas. Todo lo que tiene es eso (el perro)”, dijo Merkel sobre el desconcertante exabrupto de su anfitrión, en un intento de encontrar la clave de ese turbio humor canino.
El “Palacio de Putin”
Ahora se lleva los títulos otra residencia, el así llamado “Palacio de Putin”, una estructura monumental montada sobre la costa y rodeada de estrictas medidas de seguridad, presuntamente propiedad del jefe del Kremlin, aunque el gobierno ruso rechazó los rumores, investigaciones y denuncias.
El palacio no está en Sochi, sino cerca de Gelendzhik, a 250 kilómetros de distancia, siempre sobre el Mar Negro. Se habla de ese edificio como presunta residencia de Putin desde hace más de diez años, pero fue el líder opositor Alexei Navalny quien reforzó las sospechas, en 2021, con un largo documental que subió a su canal de YouTube.
“No es una casa de campo, ni una cabaña, ni una residencia. Es una ciudad entera, o más bien un reino”, dice Navalny en la presentación del video, que lanzó en un interregno de libertad.
Navalny venía de sobrevivir a un envenenamiento por el que estuvo internado meses en Alemania, y poco después de volver a Rusia se lo llevó la policía. Pasados dos años desde su arresto, permanece detenido y sus carceleros lo van cambiando sin avisar de prisión en prisión.
Navalny reapareció hace unos días en una prisión cerca de la cordillera de los Urales, en el círculo polar Ártico. Lejos de la costa, del Mar Negro, de las dachas, de Vladimir Putin. Lejos de una larga historia de hombres fuertes que se ocuparon expeditivamente de gente como él, tomando decisiones de vida o muerte (ajenas) desde sus sitios de veraneo.
“Las vacaciones de los líderes” es una serie de notas sobre los destinos y las historias de los mandatarios internacionales en su tiempo libre. Podés acceder a todas las notas en este link.
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