Un oasis en el desierto del Neguev
Nir Oz, a sólo 30 km de Gaza, en una de las zonas más convulsionadas del planeta, disfruta de una "paz privada".
1 minuto de lectura'
JERUSALEN, 16.- "En la Argentina, cuando trabajaba como cadete en el Once, ganaba una miseria y trabajaba de 8 a 8. Acá vivo tranquilo, jamás tengo la preocupación de si llego o no a fin de mes, puedo disfrutar de mis hijos y el nivel de vida que les estoy dando jamás me hubiera sido posible".
En el kibbutz Nir Oz, 140 kilómetros al sudoeste de Jerusalén y a sólo 3 kilómetros de la frontera con Gaza, territorio bajo la Autoridad Nacional Palestina, Marcelo "Tato" Salimson cuenta las virtudes del cambio de vida que eligió hace diez años.
Habla con acento porteño -nació en San Antonio de Padua y se mudó a La Paternal a los siete, donde "fui vecino de Maradona"-, tiene 31 años y un curioso parecido al Che Guevara, por la barba y el habano cubano que fuma bajo la sombra de la galería de su pequeña casa, donde salta a la vista algo infaltable: una parrilla.
Sus hijos Yoel, de ocho años, y Galit, de cinco, juguetean descalzos por ahí hablando en hebreo -"pero entienden castellano"-, y su mujer, Roxana, está en la guardería del kibbutz, donde le toca trabajar.
Si se exceptuara el calor, uno olvidaría que está en medio del desierto del Negev: hay árboles, canteros con flores, pasto verde muy bien cuidado y miles de hectáreas perfectamente cultivadas. "Hace 40 años, cuando se fundó Nir Oz, acá sólo había arena y piedras, y unas cuantas carpas de los pioneros", explica Tato.
El alambrado defensivo alrededor del kibbutz, de una garita de vigilancia en su entrada, y de siete refugios subterráneos en su interior -"que tenemos que construir por ley, pero que nunca usamos"-, recuerda que está en una de las zonas más calientes del planeta.
Sin diferencias
En la colectividad todo parece funcionar a la perfección. La idea es que no haya diferencias y la gente vive en una suerte de country, pero sin nada de lujos. Las casas son todas iguales ("de modestia repartida", pequeñas y pegadas unas a otras), hay bastante verde, caminitos de asfalto con lomas de burro, una pileta, dos canchas de tenis, hasta una disco y un gran edificio donde funciona el comedor (lo que vendría a ser "el clubhouse").
Allí, todos juntos, los "kibbutzim" desayunan, almuerzan y cenan lo que hayan preparado los encargados de la comida, en una enorme cocina donde hay un moderno sistema para lavar los platos. "Pero si yo tengo ganas de comer pasta al pesto y quedarme en mi casa, soy libre de hacerlo", afirma Tato, al mostrar el inmenso freezer del "clubhouse" lleno de provisiones: "de acá puedo sacar carne, verdura, huevos o lo que se me ocurra y llevármelo, sin pagar nada. Es como si fuera la heladera de mi casa", agrega.
En un minimercado que hay en el complejo, no obstante, todo lo que compre que no sea parte de los "artículos de primera necesidad", se le resta de su cuenta. Hay también una enorme lavandería, donde cada familia, que se identifica con un número, deja su ropa y la busca después de un par de días, lavada y planchada por otros miembros de la comunidad.
Todos circulan a pie o en bicicleta, pero hay 30 autos a disposición de los miembros de la comunidad. "Si quiero ir a Tel Aviv, o a la playa con mi familia, anoto en una lista cuándo lo necesito y por cuánto tiempo, y una persona maneja horarios y disponibilidad de vehículos", explica Tato.
Los tesoreros del kibbutz (elegidos democráticamente) manejan todo el dinero que proviene del trabajo comunitario, pagan todos los impuestos -"carísimos"- al Estado, y reparten a cada familia un sueldo anual, que varía según los hijos.
Un kibbutz de pacifistas
"No todo es trabajo, también queremos placer y diversión", explica Tato, cuya familia recibe unos 6000 dólares por año. Aunque el kibbutz, a simple vista, parece una sociedad anticonsumista, allí todos reciben una tarjeta de crédito y muchos con el dinero que tienen a disposición para "esparcimiento" (hay otra suma para muebles, otra para viajes cada 4 años, y así, distintos rubros) van al "cannion" (en hebreo, shopping center) y comen en Mc Donald´s.
Tato, como muchos otros "kibbutzim", viste sandalias, bermudas y remera. "¿Sabés hace cuánto que no me pongo una corbata?", pregunta. Pero a la noche, en la disco de Nir Oz, se ven chicas vestidas a la última moda. La música pop suena a todo volumen y, gratis, se toma cerveza fría o cualquier otro tipo de bebida alcohólica.
¿Cómo se explica? Nir Oz es un kibbutz de judíos no religiosos -no tienen ni sinagoga, ni rabino, y comen tranquilamente carne de cerdo-, y, además, pacifistas de izquierda vinculados al partido político Méretz.
"El día que lo mataron a Rabin habíamos ido todos a Tel Aviv para participar en la manifestación por la paz", recuerda Tato, que se define como "apolítico".
Está convencido, sin embargo, de que con el gobierno de derecha del actual primer ministro Benjamin Netanyahu no va a haber ninguna solución para el explosivo conflicto árabe-israelí. Dice que no tiene miedo de vivir tan cerca de Gaza -"este lugar es muy seguro"-, pero es consciente de que "puede pasar cualquier cosa en cualquier momento".
Su vecino Héctor Roitman, un argentino de 52 años que vive allí con su familia desde hace catorce, militante de Méretz, tiene las ideas más definidas en cuanto a la situación política actual. "Es un tema complicado -opina-, hay que creer que no va haber guerra, pero cada día que el proceso de paz sigue estancado, el peligro es mayor".
Si bien para Héctor los golpes terroristas hoy por hoy vienen del lado palestino, cree que los territorios ocupados no le pertenecen a Israel y que "debe existir un Estado palestino". "Cuando los palestinos tengan su independencia va a haber paz", sostiene.
No todo es color de rosa en Nir Oz. Lo de "pueblo chico, infierno grande", parece calzar a la perfección. "Acá el chusmerío es el deporte nacional". En los anales de la colectividad quedaron escritos affaires amorosos, separaciones y escandalosos cambios de parejas entre vecinos.
Idea en crisis
Pero Tato, un optimista por naturaleza, está contento y no se arrepiente de su elección. Aunque por ahí extrañe un poquito, no piensa volver a Buenos Aires. Lo ayuda el hecho de que tiene amigos en Israel, y que tanto su madre como también la familia de Roxana, su mujer, hace un par de años se escaparon de una mala situación económica en la Argentina y emigraron a esta tierra.
Héctor en cambio, por más que en el minimercado pueda conseguirse yerba mate y dulce de leche, parece tener más dudas. Se nota cuando define al kibbutz como a un "experimento único" por un lado, pero como a una "cárcel verde" y un "paraíso que se muere" por otro.
La idea de que todos trabajen para todos, en efecto, está en crisis en la mayoría de los kibbutz israelíes, y la tendencia es que cada miembro tenga su propia casa, auto y sueldo mensual, sin que ninguna autoridad controle los ingresos y los gastos. Nir Oz, al parecer, no es la excepción.
"Querían lograr un hombre nuevo, pero la experiencia nos demuestra que los problemas de la sociedad se dan también acá, y que el hombre nuevo no existe", dice Héctor, que los últimos tres años, gracias a una decisión de la secretaría general del kibbutz, pudo estudiar pintura y escultura en una universidad israelí.
"Hoy, por lo general, la gente joven se va. La segunda generación no soporta más el kibbutz", agrega Ofelia, su mujer de 52 años.
Héctor y Ofelia no pueden ocultar su nostalgia por Buenos Aires y parecen estar viviendo como atrapados en una idea muy linda en teoría, pero decepcionante en la práctica. "A esta edad es muy difícil irse de acá porque no encontraríamos trabajo en ningún lado", dice Ofelia.
Es de noche en Nir Oz, y entre los altos alambrados del kibbutz corre una brisa fresca. Héctor lee una poesía escrita por él en octubre de 1985, antes de emigrar: "Si pudiera definir el verbo partir intentaría decir: que es una lágrima adherida al corazón/ que recorre nuestra cotidiana cara/ cada vez que el llamado nostalgioso/ de lo vivido/ acude a decirnos/ que en el punto de partida/ ha quedado un retazo inolvidable/ de nuestra vida".
Arafat no reprimirá
Estados Unidos dijo ayer que estaba decepcionado por la demora de Israel para liberar los fondos de la ANP.
Arafat señaló que "(el enviado especial de Estados Unidos para Medio Oriente), Dennis Ross, afirmó que Israel ha adoptado medidas fuera del marco de seguridad que no tienen relación alguna con la seguridad. Intentó buscar soluciones con los israelíes, pero no obtuvo resultados".
Washington envió a Ross a la región la semana última en un esfuerzo para que Israel y los palestinos reanuden los lazos de seguridad.
"Todo es de todos"
JERUSALEN, 16 (De una enviada especial).-En Israel, país de casi 6 millones de habitantes en un territorio más chico que el de la provincia de Tucumán, existen 270 kibbutz. Estos comenzaron a fundarse a principios de siglo como puntos de colonización y defensivos -cuando el Estado de Israel todavía no había sido creado (1948)- , y como unidades sociales y económicas en los que la propiedad y los medios de producción son comunitarios, y donde las decisiones son tomadas democráticamente por la asamblea general de sus miembros. "Acá todos trabajamos en algo específico, o estudiamos, aunque nos rotamos en las actividades. Todo es de todos y somos una gran familia", dice Tato.
Se calcula que en Israel residen unos 70.000 argentinos, de los cuales la mayoría vive en kibbutz. En Nir Oz viven 500 personas, de las cuales el 90 por ciento es israelí, pero también hay norteamericanos, holandeses y doce argentinos."Pero hay otro kibbutz acá cerca donde hay muchísimos compatriotas", cuenta Tato. Y confiesa: "Los israelíes no nos quieren mucho... dicen que somos vagos".
Sin embargo, en esta comunidad, donde se encarga de la producción avícola (se ocupa junto a otros de alimentar y luego vender a un matadero 150.000 pollos), parece muy popular. Hace chistes -en hebreo con acento porteño-, a todo el que se cruce en la recorrida, y todos lo saludan.
Como la mayoría de los kibbutz israelíes -que constituyen el 2,2 por ciento de la población del país-, éste vive de la agricultura. En sus 20.000 hectáreas con sistema de riego computadorizado cosechan algodón, maní, frutales, papas, zanahorias, trigo, pero en los últimos años ha debido apuntar a la producción industrial para subsistir y hoy cuenta con una próspera fábrica de pinturas.




