¿Y la segunda dosis? La Sputnik V desnuda los límites de la Rusia de Putin
Con la diplomacia de la vacuna, el Kremlin quiso reclamar su lugar como potencia, pero el país acumula graves problemas internos
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La sutileza no fue el rasgo que dominó a Vladimir Putin y la ciencia rusa a la hora de bautizar, el año pasado, a la vacuna con la que pretendían derrotar al Covid-19.
El nombre elegido, Sputnik V, es un homenaje al momento en el que, con su programa espacial, la entonces Unión Soviética le propinó a Estados Unidos una de las mayores humillaciones del siglo XX. Algo de eso buscó el Kremlin cuando, en agosto de 2020, anunció que había dado con la primera vacuna y, más aun, de altísima eficacia, antes que ningún otra potencia o gran laboratorio.
Rusia, como en sus épocas de grandeza, llegó primera para reclamar el lugar en el mundo que el presidente ruso cree que le pertenece.
“Putin quiere legitimidad, influencia en el escenario global. Quiere desesperadamente ser relevante”, dijo, con burla pero también con precisión, Joe Biden, el mayor rival del mandatario ruso, luego de reunirse con él, el miércoles.
Con la diplomacia de la vacuna, la Sputnik V le permitió a Putin llegar a decenas de naciones antes que China o Estados Unidos. Para una potencia con muchas ambiciones pero poco dinero, la vía fue la venta de dosis a más de 60 países. A diferencia de Pekín y ahora de Washington, Moscú reservó la solidaridad solo para un puñado de países (11), a los que les donó poco más de un millón de vacunas.
Sin embargo, 10 meses después del anuncio, el brillo de la proeza propia de la Guerra Fría empieza a desvanecerse a medida que los inconvenientes de la Sputnik crecen: la Unión Europea posterga su autorización hasta septiembre o fin de año por la falta de papeles; la segunda dosis se demora en la Argentina y México, los principales clientes latinoamericanos; llena de dudas, Eslovaquia habilita solo parcialmente su uso.
Virólogos, especialistas en vacunas e infectólogos suelen elogiar la calidad de la Sputnik y la investigación de Gamaleya. Pero ese éxito fue eclipsado, a lo largo de 2021, por la falta de transparencia de Rusia y por sus problemas de producción.
Hoy, esos inconvenientes no solo complican la vacunación en las naciones que confiaron en la Sputnik, como la Argentina, si no que desnudan los enormes límites y desafíos que enfrenta Rusia en su apuesta por mantener la influencia global.
1. ¿Y por casa cómo andamos?
El primer límite que enfrenta Rusia está hoy dentro de sus fronteras y no fuera. El Kremlin y el Fondo Ruso de Inversiones Directas (FRID), la agencia encargada de promover y vender la vacuna, se dedican a, día tras día, a alardear de la Sputnik. En las últimas semanas, muchas fueron las muestras de jactancia: la revelación de que la aplicación de las dosis corta la transmisión del virus -un rasgo que hasta ahora solo mostraron Pfizer y Moderna- y la afirmación de que la vacuna protege contra la temida variante Delta. El problema del Kremlin es que no puede comprobar nada de eso dentro del país porque los rusos se niegan a vacunarse.
Rusia enfrenta hoy la misma combinación incendiaria que la Argentina experimentó en abril y mayo. Los contagios empiezan a dispararse y la inmunización está prácticamente parada.
La tercera ola ya golpea de lleno a Rusia con récord de casos en cuatro meses y un número de muertos diarios (400) que es hoy, prácticamente, 10 veces mayor que la cifra de decesos diarios de los vecinos europeos, todos avanzados en la inmunización, de acuerdo con la base de datos Worldometer. La diferencia parece un mensaje lleno de ironía para un Kremlin que, durante meses, se dedicó a criticar la gestión de la pandemia en Europa y Estados Unidos.
Desesperados ante una “dramática situación”, varios alcaldes, entre ellos los de Moscú y San Petersburgo, retomaron las restricciones y anunciaron sorteos de autos para convencer a los rusos de vacunarse.
En Estados Unidos sucede hoy lo mismo, pero con una diferencia. En ese país, ya se aplicaron 93 dosis cada 100 habitantes; en Rusia, solo 23. De seguir con el actual ritmo de vacunación, el país alcanzará el 75% de población inmunizada -la base para la inmunidad de rebaño- recién después de mediados de 2022.
La comparación con las potencias con las otras que aspira a competir tampoco deja bien parado al Kremlin: China ya aplicó 63 dosis cada 100 personas, el mismo número que la Unión Europea.
En una carrera contra la tercera ola, las autoridades de Moscú, apoyadas por Putin, decidieron, esta semana, no perder más el tiempo e imponer la vacunación obligatoria, la mayor en el mundo.
2. Años de desconfianza en el gobierno
La medida puede toparse con mucha resistencia. De acuerdo con el último sondeo de Levada, la encuestadora más prestigiosa de Rusia, el 62% de los rusos no quiere vacunarse, un porcentaje que crece a 75% para los menores de 25 años, entre quienes, además, se encuentra la mayor oposición a Putin. El rechazo no responde solo al poco miedo que muestran los rusos al Covid-19 o al escepticismo antivacunas; es también una desconfianza de décadas hacia una institución central.
“Íntimamente los rusos tienen desconfianza del sistema de medicina porque solía ser un arma de control político. Es un tema delicado, crecientemente serio hacia adentro”, explicó, en diálogo con LA NACION, Gonzalo Paz, un académico argentino que investiga, en la universidad de Georgetown, la influencia de Rusia y China en América Latina.
"Íntimamente los rusos tienen desconfianza del sistema de medicina porque solía ser un arma de control político. Es un tema delicado, crecientemente serio hacia adentro"
Gonzalo Paz, académico de la Universidad de Georgetown
Una de las caras de ese problema es la desconfianza en los fármacos producidos en Rusia. “Tradicionalmente, los rusos prefieren las medicinas extranjeras. Es un fenómeno grabado en la mentalidad rusa desde hace décadas”, dijo recientemente a The Moscow Times Alexei Levinson, director de Levada.
Esa desconfianza se traduce en algunos números contundentes.
De acuerdo con Pharma Manufacturing, una publicación especializada en la industria farmacéutica, en 2011, el 90% de los remedios consumidos en Rusia eran importados. Inquieto, el gobierno impulsó el desarrollo del sector, pero el avance fue tenue. El año pasado, el 70% de los fármacos usados por los rusos llegó de otros países, un número aún alto para una nación que busca proyectar el aura y la autonomía de una potencia global.
3. ¿Por qué no dan con la segunda dosis?
La dependencia de las importaciones y la falta de inversión y tecnologización en el sector son dos de los motivos que están detrás de la demora del segundo componente de la Sputnik V: el logro científico del Instituto Gamaleya no tuvo una matriz de producción que lo acompañara.
“No hay ninguna razón científica para la demora del ad5 [el adenovirus de la segunda dosis] porque éste se viene estudiando desde hace 30 años”, dijo a LA NACION un virólogo argentino que trabaja en Estados Unidos.
Otros especialistas consultados por LA NACION explicaron que, en todo caso, la diferencia el ad26 y el ad5 (primero y segundo componente de la vacuna) es que el cultivo del segundo adenovirus lleva considerablemente más tiempo que el del primero.
A esa necesidad de tiempo se le agrega también la de grandes plantas para cumplir con los contratos por 800 millones de dosis que con los que se comprometió Rusia, según el Kremlin. A fines del año pasado, Biocad, R-Pharma, Generium, los mayores laboratorios rusos, tuvieron que construir, vertiginosamente, nuevas plantas y comprar decenas de biorreactores. Pero el proceso no fue ni es fácil. Los inconvenientes surgieron uno tras otro, desde falta de insumos a ausencia de personal competente.
“Además la producción en sí es bastante compleja y hay que producir dos drogas diferentes [por los dos adenovirus]”, explicó a la agencia Reuters Dmitry Morozov, CEO de Biocad.
A las limitaciones propias se le sumó otra complicación: India, el país que iba a producir una buena porción de la Sputnik V, cerró la exportación de vacunas por la aguda crisis de contagios y muertes que vive.
Con todos estos problemas encima, Rusia entregó a otros países, hasta el 15 de mayo, solo 65 millones de cientos de millones de dosis comprometidas, de acuerdo con un conteo de Reuters.
4. El silencio argentino y la queja mexicana
Los perjudicados están por todo el mundo. En América Latina hay dos en particular.
La Argentina fue el primer país de la región en recibir la Sputnik y también el primero en sufrir sus problemas. La primera promesa rota fue la de los tiempos; el gobierno argentino anunció que 22 millones de dosis de la vacuna rusa llegarían en el trimestre inicial del año. A junio arribaron 9.415.754 dosis, menos de la mitad.
El siguiente problema es la segunda dosis: de las que ya llegaron, solo el 16% corresponde al segundo componente. Y el tiempo pasa y millones de los vacunados ya están por superar o sobrepasaron los tres meses aconsejados entre dosis y dosis.
Desde Rusia, algunos especialistas especulan con que podría extenderse el plazo, pero sus pares argentinos advierten que, por la falta de estudios, no se sabe qué sucede con la inmunidad más allá de los tres meses.
A esa incertidumbre se añade otra, que también complica las previsiones de vacunación y, eventualmente, el umbral de inmunidad necesario para devolver cierta normalidad al país. Las autoridades argentinas no saben hasta último momento si el segundo componente será parte de los cargamentos que los aviones de Aerolíneas Argentinas buscan en Rusia.
Ante la falta de queja pública de la Argentina, están las de México. Ese país solo recibió 3,4 millones de las 24 millones de dosis que compró a Rusia (contra 18,4 millones enviadas por Pfizer).
Hace un mes, cansado de esperar, el gobierno de López Obrador advirtió que Rusia no podría cumplir con la segunda dosis y que había sugerido diferir su aplicación hasta seis meses.
“Al paso de los meses se desfasó la cantidad de primeras dosis que se lograron fabricar con respecto a la cantidad de segundas dosis”, dijo el subsecretario de Salud de México, Hugo López-Gatell.
Pero si Rusia es lenta para producir la segunda dosis, no lo es para responder cualquier crítica sobre la Sputnik V y calificarla como una campaña de Occidente en su contra.
“Los comentarios de las autoridades mexicanas no son ciertos”, dijo, en un comunicado, el FRID.
5. Maestra de los golpes de efecto
La sugerencia de que los cuestionamientos a la Sputnik no son más que una conspiración ideológica para detener los éxitos rusos delata no tanto a Occidente como a la propia Rusia.
Por un lado la primera en politizar la vacuna fue Rusia, al bautizarla Sputnik. Por el otro, la retórica no logra esconder los inconvenientes del Kremlin para cumplir con sus compromisos. En todo caso expone, una realidad con la que Rusia se topa seguido: quiere tener el alcance y poder de Estados Unidos pero con el PBI de Canadá.
“Rusia es muy hábil en dar grandes golpes de efecto y no tiene empacho en provocar a Estados Unidos. Es una maestra en el manejo de las situaciones tácticas. Pero su PBI está entre el de Brasil y el de México -opinó Paz- Rusia es fuerte en términos de energía y armas principalmente”.
A falta de recursos que la ayudan a financiar grandes proyectos en regiones estratégicas, como hace China, Rusia apunta a “mantenerse relevante y mantener su prestigio” tejiendo relaciones que le permitan a Putin lograr dos objetivos, advirtió Paz: mostrarle a los rusos que Rusia todavía es influyente, incluso en lugares remotos, y ganar mercados con sus productos, sea la Sputnik V o las Kalashnikov.
Nada escenificó mejor esa apuesta rusa que las participaciones del presidente Fernández, hace dos semanas, en el Foro Económico de San Petersburgo y el anuncio del inicio del envasado de la vacuna en la Argentina.
Allí, ante Putin, el Presidente dijo, como buscando congraciarse con su anfitrión: “Es hora de entender que el capitalismo no ha dado buenos resultados”.
Nada más cierto. El capitalismo de amigos que gobierna Rusia desde la llegada al poder de Putin no funciona bien: durante la pandemia, la fortuna de las 500 personas más ricas del país -dueños del 40% de la riqueza rusa- creció un 45% mientras que los salarios se depreciaron un 3,6%. Otra de las limitaciones rusas que sus aliados eligen ignorar.
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