Al Jolson, más que una cara pintada
Relativamente olvidado, fue en su momento el cantante popular por excelencia y abrió las puertas del cine sonoro
(The New York Times).- Un domingo a la noche, en septiembre de 1918, el gran tenor Enrico Caruso apareció en el escenario del teatro Century, de Nueva York, como parte del programa especial organizado por la Liga de Tanquistas. Caruso deslumbró a la audiencia con su interpretación de canciones bélicas italianas y remató con un finale sorprendente: la canción patriótica norteamericana "Over there", que puso al público en estado de frenesí.
¿Quién podía venir, dignamente, después de esta interpretación del mejor cantante de la época? El compositor de "Over there", George Cohan, también formaba parte del programa, pero también él sentía temor ante el desafío que implicaba estar a la altura de esa versión de su canción más famosa. Pero un alma audaz salió a escena, miró con picardía al público y le dijo, con tono seguro: "Amigos, todavía no han escuchado lo mejor". Esa frase, proclamada por Al Jolson, de 32 años, hizo estallar en la sala un aplauso cerrado y, de inmediato, el público olvidó al gran Caruso para dedicarse por entero a festejar al hombre al que ya todos llamaban "el showman más grande del mundo".
Casi una década más tarde, Jolson usó la misma frase como parte de su histórica interpretación en "El cantor de jazz", la película que señaló la transición entre el cine mudo y el sonoro. En este film, la expresión de Jolson era más que una jactancia personal: era una declaración simbólica del promisorio futuro del cine "parlante". Y qué glorioso sería ese futuro.
Pero el futuro del propio Jolson acabaría por ser más problemático. Medio siglo después de su muerte, acaecida a fines de octubre de 1950, hay pocas conmemoraciones de su figura. El hombre que fue el showman más popular de Estados Unidos sin duda sigue viviendo en el recuerdo público, pero más bien como símbolo de "incorrección política". Jolson, como lo admiten hasta sus más ardientes defensores, no era ningún santo. Incluso en vida era criticado por su egolatría y su increíble soberbia. Pero, con el paso de los años, esos defectos palidecieron ante lo que empezó a considerarse su mayor transgresión: su reiterado uso del corcho quemado como maquillaje, comúnmente conocido como "caranegra".
En la actualidad, si se desea escandalizar al público contemporáneo, no hay que decir malas palabras ni desnudarse en escena: basta con pintarse la cara de negro. La controversia generada por "Bamboozled", la última película del director negro Spike Lee, que trata con humor el tema de la tradición "caranegra", es el último caso en que el maquillaje con corcho quemado ha servido para inflamar los ánimos. En los últimos años, otros escándalos han provocado la indignación pública, desde la suspensión de dos bomberos y un policía de la ciudad de Nueva York, el despido de un gerente de Wal-Mart en Washington y la prisión para varios miembros de una fraternidad de Georgia, todos ellos por haber empleado la técnica del corcho quemado. Otros intérpretes del siglo XX -desde Shirley Temple hasta Bing Crosby- usaron ese maquillajes para diversos roles, pero Jolson lo adoptó permanentemente. Desde el vaudeville hasta el cine, Jolson llevó con él su característico maquillaje. Y aunque a veces actuó a cara lavada, la imagen que sobrevive en la memoria popular es la de Al Jolson con cara negra y guantes blancos.
Público y privado
El actor merece algo mejor. Sus interpretaciones no incluían en realidad nada de odio racial ni menosprecio étnico. Sólo pretendía convertir cada actuación en una fiesta afectiva, derramando cariño sobre el público, aunque en su vida privada fuera una persona insoportable para amigos y familiares.
El propio Jolson reconocía ese contraste entre lo público y lo privado, e incluso lo convirtió en tema de sus interpretaciones más famosas, "El cantor de jazz" y "The Al Jolson Story". Aunque en realidad no actuó en esta última película, sí grabó la banda de sonido para su propio personaje, encarnado por el actor Larry Parks.
El film se estrenó cuando Jolson tenía 60 años. A esa edad, Jolson había desarrollado un registro profundo de gran resonancia, tal vez para compensar su incapacidad de llegar hasta las notas más agudas, que daba con naturalidad en su juventud. El público respondió con entusiasmo al film, incluso en uno de los años más memorables de Hollywood, 1946, cuando se estrenaron obras tan exitosas como "El cartero llama dos veces" y "Lo mejor de nuestra vida".
Es de lamentar que las primeras actuaciones de Jolson sean legendarias y que no haya documentación para sustentarlas. Empezó su carrera en el cine sonoro cuando ya tenía 41 años y, a diferencia de los actores de hoy, que recurren a todos los medios de la ciencia para resistir el deterioro del tiempo, Jolson aparece en sus films como un hombre maduro, de cabello ralo y con un rostro enfermizo y pálido. Pero cuando canta parece años más joven, su cuerpo parece cargarse de una vitalidad sobrenatural, y su reputación de gran showman cobra credibilidad.
Esas escenas nos permiten atisbar al Jolson que cautivó a Broadway, deslumbró a Londres y dejó tras de sí fervorosos admiradores en cada ciudad en la que actuó. No es raro, ya que se preocupaba especialmente por maximizar el impacto de sus actuaciones en vivo: pedía que se construyera una pasarela para poder circular en medio del público, y no vacilaba en cambiar una actuación para satisfacer los pedidos de la audiencia y seguía cantando mucho después de la hora prevista para terminar el show.
Sobre todo, usaba todos los recursos corporales posibles para causar una mayor impresión. Sus gestos eran tan dramáticos que se han vuelto inseparables de la imagen de Jolson: los brazos extendidos, con las palmas hacia fuera, y una rodilla en tierra, haciendo una reverencia a su público.
A pesar de todas sus virtudes, Jolson no era una buena opción para hacer ingresar el cine en la modernidad. Actor regular, estaba en su peor momento en los diálogos. Sus gesticulaciones y movimientos eran más apropiados para el escenario, pero carecía de las sutilezas de modulación y de los matices que dan vitalidad a un primer plano.
La ironía es, por supuesto, que Jolson sea criticado por su insensibilidad hacia los temas de la raza y la etnicidad.
¿Jolson fue un racista? Aunque sin duda tenía muchos defectos, jamás reveló ni siquiera un indicio de odio racial. Por el contrario, muchas anécdotas lo pintan como defensor de músicos, actores y cantantes de color. ¿Y lo de la "caranegra"? Algunos de sus defensores han comentado que esa tradición se remonta a la Roma clásica, por lo menos, con la presentación teatral del esclavo como cómico y con el comentario agudo de las relaciones entre amos y esclavos.
A modo de máscara
Pero los motivos de Jolson para adoptar la "caranegra" fueron, por cierto, más prosaicos. En su juventud, tras luchar dura e infructuosamente por imponer su estilo en el vaudeville, Jolson adoptó el maquillaje con corcho quemado casi por desesperación a fines de 1904. Un compañero de trabajo le había aconsejado el recurso, diciéndole que era como ponerse una máscara: así uno se veía y se sentía un actor. El consejo resultó fructífero: Jolson se revitalizó, su comportamiento en escena se hizo más espontáneo y el público respondió con entusiasmo. De allí en más adoptó el maquillaje, no para degradar a los negros, sino simplemente para mejorar la calidad de sus actuaciones.
Sin embargo, esas justificaciones no resultan convincentes en la actual atmósfera de sensibilidad respecto de las cuestiones raciales y étnicas. En una época que califica de novela racista a "Huckleberry Finn", no es de esperar que se rehabilite el buen nombre de Al Jolson. La "caranegra" evoca el aspecto más desagradable de las relaciones interraciales, la época en la que los comediantes blancos se pintaban la cara para ridiculizar a los afroamericanos mientras tomaban elementos de la rica tradición musical negra, que no podía presentarse por sí misma en público.
Es una pesada carga para Al Jolson. Es cierto que fue mimado por su época: la carrera cinematográfica revitalizó su decaída popularidad en la década de 1920, y The Al Jolson Story volvió a ponerlo en el candelero veinte años más tarde. Incluso después de su muerte consiguió ocupar un lugar conmemorativo de privilegio, gracias a un enorme monumento que se ve desde la autopista de ingreso a Los Angeles: una gran estructura elevada sobre seis pilares, que sostienen una estatua de tamaño natural.
Desde allí Jolson, con una rodilla en tierra, parece implorar a los automovilistas que le den otra oportunidad. Quizá alguna vez ocurra, pero por ahora Jolson es menos recordado por su talento que por su maquillaje.
Más leídas de Espectáculos
"Nos beneficia a todos". ¿Todos al streaming? Los que se suman y las estrellas que compiten y le ganan a la TV tradicional
"La de carne y hueso". Conocé a la verdadera Edilma Pérez, la azafata de la historia real del Secuestro del Vuelo 601
En La noche de Mirtha. Valeria Mazza contó por qué no conduciría La jaula de la moda y reveló el verdadero rol de Gravier en su carrera