Animal humano: una propuesta grotesca llevada al límite por una actriz feroz
Este unipersonal interpretado por Jorgelina Aruzzi se destaca entre las piezas que se ofrecen en avenida Corrientes
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Animal humano. Autoría: Jorgelina Aruzzi y Guillermo Cacace. Intérprete: Jorgelina Aruzzi. Escenografía: Isabel Gual. Vestuario: Anabella Jacky Guzmán. Maquillaje y peinado: Gustavo Sarich. Luces: Fernando Berreta. Sonido: Nelson Giménez. Dirección: Guillermo Cacace. Duración: 60 minutos. Sala: Astros, Corrientes 746. Funciones: martes, a las 20.30. Nuestra opinión: muy buena.
En este diario, en la década del treinta, Armando Discépolo decía que a sus personajes “los creaba su piedad pero riendo porque al conocer la pequeñez de sus destinos, me parece absurda la enormidad de sus pretensiones”, una síntesis bellísima del máximo autor del grotesco criollo o “el arte de llegar a lo cómico a través de lo dramático”.
La cita -muy conocida, por otra parte- viene a cuento para focalizar en Animal humano, el unipersonal interpretado por Jorgelina Aruzzi, dirigido por Guillermo Cacace y escrito por ambos. La experiencia se inició en los primeros dos mil cuando la estrenaron en el Cultural Rojas y ahora, en el Astros, vuelve con muchos cambios después de veinte años de distintos recorridos artísticos.
En el caso de Cacace, la investigación del grotesco ha sido una de sus constantes: Stéfano (2008), Sangra, nuevas Babilonias (2009), Mateo (2011) y Mustafá (2014). Por el lado de Aruzzi, es una de las más dúctiles comediantes tanto en la televisión (inolvidable dupla con Verónica Llinás en Educando a Nina) como en teatro, desde sus inicios: Pasado carnal, con Eugenia Guerty; Niní en el aire, donde pasaba por Cándida, Catita y Mónica, creaciones de Niní Marshall, dirigida por Ciro Zorzoli; y La madre impalpable, unipersonal por el que ganó el premio ACE en 2008 como mejor actriz en espectáculo alternativo.
¿Por qué Animal humano se relaciona con el grotesco? En líneas generales, por lo agobiante y cerrado del espacio; por la incomunicación del personaje, estallado de lenguajes que no comprende, encapsulada en sus propias cavilaciones; y por la animalización progresiva que encarna. El espacio es oscuro, apenas un ventiluz mugroso al fondo y, por delante, una tabla de planchar donde una mujer sola -de la que nunca sabremos el nombre, pero sí su profesión, edad aproximada y anécdotas de su vida familiar- angustiosamente plancha un guardapolvos blanco.
Pero además, y sobre todo, esta tour de force de Aruzzi lleva otras marcas: una, la de la desmesura del underground de los primeros ochentas que eleva al podio teatral la expresividad del cuerpo por encima del texto literario dando lugar a una explosión de comicidad más performática, liminar, revulsiva. Y, dos, la de una “tradición” de humor escrito y actuado por mujeres donde Niní Marshall es la gran maestra (pero no la única). Como ha contado el mismo director, Aruzzi se ubica en el cruce entre Niní y Alejandro Urdapilleta. Pero no es esta la primera vez sino que esa amalgama es la fuente que alimenta la energía inusitada de esta actriz, como lo demostró en La madre impalpable, donde lo incorrectísimo y hasta monstruoso puede ir de la mano de una enorme vulnerabilidad.
La mujer veterinaria de Animal humano vive casi aislada del mundo por el hostigamiento de sus vecinos que la (pre)juzgan por un confuso hecho del pasado que aparecerá al final de la obra. Sus contactos son el perro con el que vive (tampoco tiene nombre) y las redes sociales, en especial, el foro vegano “Amor por los animales” donde participa, sin confesar que adora las milanesas aunque estén hechas por un “animal sintiente fallecido”.
Un trabajo descomunal de Aruzzi que despliega una a una, en paralelo, por fragmentos, de modo más o menos articulado o muy corrido, las distintas capas de discursos que se chocan y compiten en la memoria de esta mujer: el de la televisión, poderosísimo (el programa estudiantil de los domingos); la vida familiar, el padre autoritario, la violencia doméstica y la crueldad del frigorífico; las voces y los ruidos de los vecinos; las opiniones en el foro, el terror a la cancelación; el frustrante intento de hacer contacto con el perrito que adoptó; los refranes, reiteraciones y lugares comunes del habla popular junto con citas a Nietzsche; y un relato que va creciendo y avanza firme que es el protagonizado por Peter (el único con nombre), el bóxer amado que ya no está. Entre todo eso, quizá la propia voz del personaje sea el desconcierto, su pavorosa soledad, ante esos discursos que la atraviesan y que no sabe cómo ecualizar.
A Aruzzi hay que verla surfear entre todo ese oleaje recargado de noche de domingo. No decae nunca y conduce al público en una subida y bajada de risas, rechazo, lástima y horror, hasta esa piedad discepoliana que asoma burlona cuando el mundo no nos comprende.
Para agendar
Animal humano: todos los martes de noviembre, a las 20.30, en el Teatro Astros (Avenida Corrientes 746, CABA).
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